“La Iglesia no debe tapar sus problemas”, sostiene Carriquiry

Habla un laico que gravita en el Vaticano

Por Silvina Premat

Compartir:

El uruguayo Guzmán Carriquiry es –después del vocero del Papa– el hombre que, sin ser sacerdote, ocupa en el Vaticano el cargo de mayor jerarquía. Es subsecretario del Consejo Pontificio de Laicos de la Santa Sede y conferencista habitual en las asambleas de obispos latinoamericanos. Carriquiry admitió la existencia de una “subcultura gay” en los seminarios estadounidenses y dijo que “tapar este tipo de situaciones” es un error de las autoridades de la Iglesia y no una estrategia. Afirmó, además, que en América latina está en juego el destino de toda la catolicidad. Autor de varios ensayos sobre la historia latinoamericana, Carriquiry afirma que su interpretación de la realidad es “indiscutiblemente católica”. Pero aclara: “Católico en el sentido del que todo lo abraza y valoriza dentro de un amplio horizonte de sentido”. El funcionario del Vaticano se define como “un mercosureño latinoamericano que tiene la suerte de trabajar en el centro mundial de la catolicidad desde hace más de 30 años”. Visitó el país para participar de la Semana de Pastoral Social, en La Plata, y presentar junto al ministro Roberto Lavagna y al arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, el último libro de Carriquiry, “Una apuesta por América Latina”. Carriquiry propone repensar la situación y el futuro de América latina después de que una serie de esquemas de lectura, como la sociología de la modernización, la teoría de la dependencia y la teología de la liberación, “demostraron su inadecuación y parcialidad”. Advierte que su hipótesis de investigación es que la fe en Cristo genera criterios de lectura realistas y razonables para comprender mejor la realidad latinoamericana. “Rechazar esta hipótesis a priori sería irracional, sería ideológico, porque toda hipótesis tiene que ser criticada según sus resultados”, aseveró. -En su libro, admite que en los seminarios de Estados Unidos anidó una subcultura gay. ¿Qué consecuencias tiene esto? -Trato el tema de los Estados Unidos porque se transformó en una situación dramática, de imprevisibles consecuencias, que explotó en los años 90, cuando el catolicismo norteamericano daba muchas muestras de gran vitalidad. Más allá de los graves errores de gestión eclesiástica en estos temas. -¿Qué tipo de errores? -Haber tratado de tapar estas situaciones en forma muy pragmática y muy indebida. Esto se vive en los Estados Unidos como resaca de los años 70. En esa época, la Iglesia era llamada a nacionalizarse -una iglesia que durante mucho tiempo fue considerada ajena a la tradición nacional estadounidense- cuando estallaban la cultura hippie, la liberación sexual y los movimientos feministas radicales. La Iglesia quedó conmovida por ese impacto impresionante y muchos sectores eclesiásticos se dejaron asimilar por él. En medio de la confusión de esa cultura neoburguesa, libertina, una subcultura gay anidó en los seminarios, con los resultados que después hemos visto en la evolución del catolicismo en los Estados Unidos. Sobre esto no faltan los fariseos que se rasgan las vestiduras. Muchas veces se trata de propugnadores de la cultura pansexualista ultraliberal, pero se rasgan las vestiduras sin considerar que en la Iglesia llevamos el más precioso tesoro en vasijas de barro, que lo ensucian. Somos todos pobres pecadores reconciliados por la gracia de Dios. Pero hay quienes se aprovechan de situaciones para manifestar el odio contra la Iglesia. En los Estados Unidos, las consecuencias fueron sumamente serias y graves: quiebras de diócesis enteras y también una exigente purificación en el seno de la iglesia. -¿Por qué se refiere sólo a EE. UU.? ¿No hay casos similares en América latina? -¡Pero si vamos a hacer una búsqueda ansiosa de nuestros pecados, podríamos hacer elencos muy grandes! Estos problemas se plantean en forma mucho más minoritaria y marginal dentro de la Iglesia Católica de lo que se dan en otros ámbitos de la convivencia social. De todas maneras, en la Iglesia hemos aprendido a sufrir el mal, a sufrir por nuestros pecados y miserias. Pero no nos escandalizamos: eso sí sería farisaico. Estamos siempre necesitados de conversión y por eso en toda celebración eucarística empezamos por el “yo pecador” y pidiendo piedad al Señor. -¿Por qué considera crucial el momento actual de América latina? -La situación de América latina es crucial, porque tiene que redefinir sus paradigmas de desarrollo. Modelos y estrategias seguidos demostraron sus límites y fracasos. Se agotaron los modelos estatistas y se resquebrajaron las alternativas neoliberales a ultranza. Junto con ello, se plantea lo que Perón llamaba la continentalización o regionalización y Henry Kissinger llama la configuración de los Estados continentales. Se plantea, como exigencia ineludible, la integración regional a través de la reconstitución del Mercosur y la necesaria configuración de la Unión Sudamericana. Esto exige que América latina enfrente los dinamismos actuales de mundialización y globalización para renegociar su lugar con los grandes megamercados y poderes de este mundo, como los Estados Unidos y la Unión Europea. Se deben intensificar, además, los vínculos Sur-Sur y las negociaciones multilaterales en el seno de la Organización Mundial del Comercio. -¿Vislumbra riegos de volver a la violencia en los países latinoamericanos? -O América latina sigue nuevos paradigmas de desarrollo o corremos el riesgo de vivir sólo de modernizaciones reflejas, periódicamente sobresaltadas por ciclos de depresión y de violencia. Los nuevos paradigmas de desarrollo deben asegurar un crecimiento autosostenido de más del cinco por ciento anual. Hay que incorporar a la educación y a la vida pública de las naciones a vastos sectores marginales y combatir la pobreza, el desempleo y la desigualdad social. Tenemos en este continente el triste récord de registrar las mayores desigualdades sociales del mundo. Esta es la alternativa crucial que se plantea para América latina. Puede darse un camino virtuoso o un despeñadero hacia el abismo. Puede crecer e insertarse en el mundo que emerge a inicios de siglo o puede quedar cada vez más marginal y enredada en sus círculos viciosos… Nada está totalmente adquirido en este continente. Está todo en juego. -¿Estamos más cerca de una opción o de otra? -Los latinoamericanos muchas veces nos presentamos con un gran elenco de denuncias y de lamentos, pero sobre eso no se construye, sino que se suscitan sólo desahogos miserables. -En el libro usted dice: ni denuncias ni utopías. -Efectivamente. Tampoco utopías, porque desembocan en infiernos reales o en charlatanerías. -¿Qué es lo positivo sobre lo que se debe construir? -Que, no obstante la crisis que se vivió en América latina entre 1997 y 2002, sus países parecen haber reemprendido el camino con una fuerte persistencia de su tejido democrático. Crisis no tan devastadoras en otros tiempos hacían que el tejido democrático de América latina diera lugar a momentos tumultuosos de difícil definición. Por otra parte, América latina ha reemprendido un camino de crecimiento -está arriba del cinco por ciento anual, que tiene que ser persistente para generar frutos- y todo parece indicar que continuará así. También hay conciencia de que ese crecimiento, por sí solo, no logra responder a las necesidades de vastos sectores empobrecidos de nuestros pueblos y de que no basta confiar sólo en las políticas del Estado o en las dinámicas del mercado. Se requieren nuevas sinergias entre Estado, mercado y sociedad civil. Otro aspecto positivo es el de la integración regional. Por más que el eje fundamental de desarrollo e integración, el eje argentino-brasileño, se encuentre bloqueado, sabemos que no hay alternativa que no sea la reconstrucción política, institucional y macroeconómica del Mercosur. Todos estos signos prometedores son los que hay que profundizar. -¿Cómo describe el nuevo orden religioso que mencionó antes? -Basta con mirar lo que está sucediendo en el nivel mundial. En los años 60 y 70 del siglo pasado, la tradición iluminista sostenía que la modernización y el progreso de las naciones iban a llevar a una disminución de la influencia de lo religioso en la vida de las personas. Eso ha sido totalmente desmentido en los hechos. La crisis de la modernidad iluminista y racionalista y de sus utopías de ateísmo mesiánico han dejado un enorme vacío. La dimensión religiosa de las personas y los pueblos ha emergido a través de manifestaciones variadísimas. Por una parte, hay movimientos de revitalización dentro de la grandes tradiciones religiosas, y también tentaciones fundamentalistas y sectarias. Por otro lado, emergen diversas formas de irracionalidad de lo religioso a través del resurgimiento de formas ocultistas, neognósticas, esotéricas, como complemento de alma de un cientismo… una tecnología que pretende guiarse por los simples criterios de factibilidad y no por el bien de lo humano. Juan Pablo II decía que cuanto más toca a fondo el proceso de secularización de los pueblos, más emerge en el corazón de las personas y pueblos el sentido religioso. Es decir, los anhelos y exigencias irreprimibles de verdad, de sentido de la vida, de significado de la realidad, de felicidad, de justicia, de belleza y, en última instancia, de amor que constituyen el corazón del hombre y la auténtica cultura de los pueblos. -En los años 60 y 70 la Iglesia impulsó el compromiso de los laicos en la política. ¿Cuál es hoy su responsabilidad? -La misión de los laicos pasa por su condición de constructores de la sociedad. Este es un tema capital. Pero es inútil poner la carreta delante de los bueyes. Es inútil sacar las consecuencias morales, sociales y políticas de la fe presuponiendo esa fe en forma descontada y, a veces, irreal. Lo fundamental es recomenzar siempre desde lo que es el capital: el corazón de la persona. Quizás un cierto repliegue de los laicos fue provocado por la crisis de muchos sectores que se comprometieron en el nivel político, sindical o popular y que fueron, de alguna manera, arrastrados por las altas mareas ideológicas de hiperpolitización de los años 70. Eran momentos en los que muchas certezas dentro de la Iglesia parecían tambalear, con crisis de identidad y tantas tragedias. Como reacción, se concentraron en actividades de servicio de las comunidades cristianas. Para la Iglesia es un desafío acompañar a nuevas generaciones de cristianos laicos. El sustantivo es “cristiano”. “Laico” es una modalidad de vivir el cristianismo en el mundo. Impresiona un cierto ausentismo por parte de muchos de los que se confiesan cristianos y están comprometidos en la vida política y para los cuales el cristianismo profesado parece que no aportara nada a los compromisos asumidos. -¿La fe no incide en la vida? -Sí. El testimonio de los cristianos es comunicar el encuentro con Jesucristo, que les cambia la vida en alegría, en humanidad. -Entonces, ¿por un lado hay un resurgimiento religioso y, por el otro, los cristianos no viven según la fe que profesan? -El resurgimiento religioso es evidente, pero no está dicho que esto lleve necesariamente a un resurgimiento cristiano, católico. Esta nueva demanda religiosa tiene que encontrar testigos de Cristo que demuestren con la propia vida una nueva inteligencia de los problemas que plantea la realidad. Ese es el camino por donde el sentimiento religioso encuentra el rostro de Dios y la verdadera libertad y dignidad de lo humano. Esta es la tarea capital. De alguna manera, el destino de nuestros pueblos y el de la Iglesia Católica están profundamente imbricados, al menos para las próximas décadas. Si la tradición católica, a través de un intenso proceso de educación en la fe, no se transforma cada vez más en un auténtico crecimiento en la humanidad de nuestra gente, apto para enfrentar las grandes tareas históricas, perderán nuestros pueblos y se perderá lo católico en nuestros pueblos. Hay una responsabilidad católica enorme respecto del destino de nuestros pueblos. El hecho de que el 50% de los católicos esté en América latina implica que está en juego, en cierta medida, el destino de la catolicidad entera. Esa responsabilidad exige que la Iglesia ponga su total confianza ante todo en la gracia de Cristo, porque son tareas históricas que parecen desbordar totalmente las posibilidades de cualquier tipo de acción. Hay que volver siempre a comenzar por rehacer la vida de los cristianos desde la gracia de Cristo.

Silvina Premat

Fuente: diario La Nación, 5 de octubre de 2005.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *