La Iglesia debe formar en el evangelio social y político

Homilía de monseñor Miguel Esteban Hesayne, obispo emérito de Viedma para la solemnidad de la Santísima Trinidad (11 de junio de 2006).

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Lecturas Bíblicas: Rom 8, 14-17; Mt. 28, 16-20.11; 25. 22, 10; Jn.1, 18; 1 Jn. 4, 8; 1 Cor. 1, 26-28

En la fiesta de la Santísima Trinidad y en todo instante de nuestra existencia, busquemos y adoremos al Dios de Jesucristo. No nos detengamos en elucubraciones filosóficas. Dejémonos conducir por la Fe en Jesús y su Evangelio y gozaremos la presencia de Dios real-viviente -verdadera fuente de felicidad, instante a instante. Como Juan el Evangelista viviendo, en Fe, la compañía de Jesús, avanzaremos como él de conocimiento en conocimiento sobre quién es Dios y Dios estará con nosotros. Ante la realidad divina, a la simple creatura -que somos cada uno de los seres humanos- no nos queda otra actitud más razonable que preguntar al mismo Dios… ¿quién eres? Como lo hizo Moisés y Dios le respondió y respondió a cuantos le han venido preguntando de mil formas distintas en el Antiguo Testamento. Hasta que el mismísimo Dios en el judío Jesús nos habla con el lenguaje adecuado para que los seres humanos “pispiemos” en intimidad maravillosa su lejanía infinita por naturaleza. Entre lo humano y lo divino hay un abismo insondable. Tan solo el poder divino ha podido unir lo humano y lo divino como lo hizo enviando a su Hijo divino, hecho hombre en las entrañas de la bendita y más maravillosa mujer, Maria de Nazaret. Así nos ha revelado lo más intimo de su ser divino en la medida que un ser humano es capaz de percibirlo. Porque Dios nos ha hablado en Jesús: Hombre-Dios. Por eso, Juan evangelista comienza en su juventud afirmando que nadie ha visto a Dios y termina en su ancianidad definiendo a Dios como nadie lo había hecho y en definición insuperable: Dios es Amor. Y lo logró desde una tarde memorable que se puso a conocer a Jesús, invitado por el mismo Jesús. Comenzó a escucharlo no perdiendo ni gestos y actitudes ni palabras que salían de los labios del Maestro. Lo buscó y lo encontró y creyó que era Hijo-Dios enviado por el mismísimo Padre Dios. Creyó que Jesús de Nazaret, en su cotidiano natural vivir humano, iba revelando a Dios en su más íntimo ser divino. Por eso no se perdió palabras ni gestos y actitudes del hombre galileo en el trato amistoso de discípulo. Sorprendido, junto con otros hombres y otras mujeres de su época, fue comprobando que Jesús revelaba a un DIOS impensado hasta entonces, situándose, en modo original y hasta chocante a veces, no desde una doctrina… sino desde la vida de hombres y mujeres y con marcada preferencia y dedicación a quienes nada representaban en la sociedad y sistema de la época. Esos hombres y mujeres que lo veían como uno más pero socialmente situado entre quienes nada tienen y nada pintan, en otras palabras la gente marginada, sin importancia, pobres y desclasados, fueron comprendiendo por dónde pasa Dios y las cosas de Dios. Jesús el HIJO-Dios, en su acontecer humano diario, con sus palabras y actitudes revela que Dios es un PADRE amoroso a tal punto que lo ha enviado para reunirnos en fraternidad solidaria y participativa, formando un Pueblo comenzando por los pobres marginados, mediante el ESPÍRITU SANTO – Amor que realiza la UNIDAD de DIOS Por eso en la Argentina de hoy, dividida entre unos pocos muy ricos con millones de desheredados de dignidad humana ¿qué significa reconocer al Dios de Jesús sino escuchar el Grito de los Excluidos? Jesús, el mismo ayer, hoy y siempre, desde la marginación y exclusión nos habla qué quiere Dios-Amor en el presente argentino. La Iglesia no es un Ministerio de Acción Social pero está llamada a ser una comunidad –pueblo de Dios– que debe formar a sus integrantes en el Evangelio social y político para que asuman personalmente la opción preferencial por los pobres, si no quiere ser infiel al proyecto de Dios-Amor. Jesús es el camino para encontrar a Dios y al Hombre.

Mons. Miguel Esteban Hesayne, obispo emérito de Viedma

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