“La filosofía se plantea las grandes preguntas”

Es la mirada de Martha Nussbaum, reflexionando con sus interrogantes sobre ¿Qué es una buena vida? ¿Qué es la Justicia hacia los demás? ¿Qué es una sociedad justa? ¿Cuáles son nuestras emociones y cómo pueden facilitar o impedir nuestros esfuerzos por ser buenos?

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Por Hugo Alconada Mon.- El palmarés de Martha Nussbaum apabulla, pero también su entereza. Dio clases en las universidades de Harvard, Brown y Oxford, antes de instalarse en la Universidad de Chicago, pero ella prefiere contar cómo se ejercita todas las mañanas. Recibió el premio Príncipe de Asturias en 2012 -uno entre tantos de su larga colección, además de 63 doctorados honoris causa-, pero le apasiona más mencionar la relevancia de la filosofía en tiempos de pandemia y cuarentena. ¿Por qué? Porque la filosofía, explica, se plantea «esas preguntas que cualquiera que quiera vivir bien debiera plantearse: ¿Qué es una buena vida? ¿Qué es la Justicia hacia los demás? ¿Qué es una sociedad justa? ¿Cuáles son nuestras emociones y cómo pueden facilitar o impedir nuestros esfuerzos por ser buenos?», enumera.
Con una marcada visión humanista, Nussbaum enseñó Letras clásicas, para luego centrarse en Ética y Derecho. Las considera vitales para una democracia saludable. Pero se encuentra muy lejos de encuadrar como una académica encerrada en una torre de marfil. Defiende con pasión los derechos de las minorías, de los inmigrantes, las reivindicaciones feministas y el respeto a otras culturas.
Ahora, sin embargo, mientras desliza que escribe un libro sobre los derechos de los animales como una forma de honrar la memoria de su hija que murió en diciembre, a los 47 años, Nussbaum observa el cimbronazo sanitario, político, económico y social que causa la pandemia a su paso. Dice que «no solo se requerirán paquetes de rescate, que ciertamente serán de mucha ayuda, sino un cambio en la política general». Para eso vuelve a su eje. «Hay una sensación de urgencia. Y la filosofía es -remarca el verbo- urgente.»”
¿Y los países desarrollados? ¿Qué rol deberían asumir en relación con los países más pobres en medio de este sacudón global? Y, al mismo tiempo, ¿qué rol debería asumir cada país para ayudarse a sí mismo? Antes deberíamos responder una pregunta previa: ¿Cómo puede un país ayudar a otro sin que termine siendo dominante o paternalista?
Solía pensar que los países más ricos estaban obligados a aportar 2 puntos porcentuales de sus productos brutos internos a países en vías de desarrollo de un modo que no priorizara los caprichos de los países desarrollados que aportaban, sino cediéndole el control sobre ese dinero a los países pobres para que lo definieran por su cuenta según sus propios procesos democráticos.
Pero mi confianza en esa propuesta mermó por el trabajo ganador del Premio Nobel, Angus Deaton, el gran economista sanitario. Demostró de manera convincente, a través de estudios comparativos, que la ayuda externa rara vez ayuda y muy a menudo es contraproducente. Si un país o región va a desarrollar un buen sistema de salud, necesita la voluntad democrática de votar por las personas y las políticas que lo instrumenten. Porque incluso si el dinero externo no se consume corruptamente, su presencia a menudo debilita la creación de una voluntad democrática a favor de buenas políticas.
Así, el consejo descorazonador de Deaton es que solo los ciudadanos pueden resolver los problemas de su país, al menos en el sector de la salud, aunque yo sería menos pesimista en el área de la educación. Podemos contribuir a una infraestructura educativa, al conocimiento y a la transferencia de tecnología de muchas formas y podemos destinar dinero en nuestras universidades para educar estudiantes de países en desarrollo que asumirán roles de liderazgo en sus países.
Volvamos a lo suyo. En estos tiempos turbulentos, ¿puede recordarnos por qué considera que la filosofía es más importante que nunca? ¿Por qué deberían los argentinos o los estadounidenses o cualquier otro ciudadano tener hoy presente a Sócrates, por ejemplo?
Porque la filosofía se plantea las grandes preguntas, esas preguntas que cualquiera que quiera vivir bien necesita plantearse: ¿Qué es una buena vida? ¿Qué es la Justicia hacia los demás? ¿Qué es una sociedad justa? ¿Cuáles son nuestras emociones y cómo pueden facilitar o impedir nuestros esfuerzos por ser buenos?

En estos momentos, estoy dando una clase llamada «Emociones, Razón y Derecho» para estudiantes graduados y posgraduados de Derecho, y nunca he visto un grupo más involucrado en estos temas. Hay una sensación de urgencia. Y la filosofía es [remarca el verbo] urgente. Sus preguntas están con nosotros noche y día y si no les prestamos atención y las estudiamos -sea en clase o mediante una lectura grupal o leyendo por nuestra cuenta, es muy probable que respondamos estas grandes preguntas a las apuradas, de una manera indigna a nuestra capacidad de reflexión.
Y algo más: ¡La filosofía es divertida! Resulta realmente estimulante preguntarse y debatir las grandes preguntas. Una colega comenzó una discusión grupal informal con todos los estudiantes de grado, no solo los de la rama de Filosofía, acerca de las grandes preguntas, y organiza debates a medianoche, cuando muchos jóvenes están despiertos. El grupo se llama «Lechuzas nocturnas» y siempre incluye a dos profesores: ella y un invitado. Usualmente participan unos 250 estudiantes solo por amor a las preguntas y siempre resulta peculiar e impredecible. En una ocasión el
tema fue el divorcio… ¡y el invitado fue su ex marido!
Ahora, durante esta crisis, no pueden reunirse físicamente en el comedor universitario como suelen hacerlo, pero se conectan y hablan en medio de la noche y el grupo es más popular hoy que nunca. Quiero decir, cuando estás confinado ¿qué hay para hacer a medianoche si tenés 18 años y estás viviendo con tus padres? Y de repente puedes hablar como un adulto sobre tu vida y conectar con tus amigos hablando de sus vidas. Es algo muy precioso.
La filosofía no debería quedar confinada a las universidades, sino que debería haber muchas opciones informales para quienes trabajan. Demasiadas personas están demasiado desconectadas de los grandes temas una vez que se ponen a trabajar. Por eso me encanta dar charlas en librerías y otros lugares donde la gente se reúne a discutir.

Fuente: libro “Pausa: 25 referentes mundiales piensan cómo será nuestra nueva vida”.

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