La de Italia fue ¿una cumbre más…?

Otra vez la cúspide del poder político mundial deja para muchos una sensación inconclusa, inacción, ausencia de decisiones y pérdida de tiempo, reflejando que las reuniones de esta índole aun no llegan a definir un camino claro y justo por el cual transitar una realidad que golpea nuestro presente y predetermina nuestro futuro.

Por María Julia Grimaldi (Rafaela)

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La semana pasada se dieron cita en la ciudad italiana de L´Aquila los representantes de los “ocho grandes”, las 8 economías más grandes del mundo (Estados Unidos, Japón, Alemania, Italia, Gran Bretaña, Canadá y Rusia), en la que también participaron otros países, los llamados emergentes que conforman el G5 (China, Sudáfrica, México, India y Brasil) y Egipto fue también invitado, tomando entonces el formato de G14 instaurado por la actual presidencia italiana del G8, Silvio Berlusconi, quien sostiene que un G14 es mucho más efectivo que el antiguo G8. Varias fueren las cuestiones que se trataron pero sin ninguna duda las que tuvieron mayor resonancia fueron el cambio climático y el calentamiento global, la crisis económica y el hambre. Con respecto a la primera básicamente se acordaron dos medidas dentro del G8: restringir a dos grados centígrados el incremento en la temperatura global respecto a los niveles anteriores a la era industrial y reducir en un 80% las emisiones de gases que producen el efecto invernadero (emisiones de carbono) para el año 2050. En este sentido es importante aclarar que no han explicitado como se deberá llevar a cabo dicha desaceleración ya que esto implica un freno al sector industrial especialmente que es el principal emisor de estas sustancias nocivas para el ambiente. Fue muy notoria la diferenciación de la postura del actual presidente de Estados Unidos, Barack Obama, respeto a su antecesor George Bush en lo que concierne al aspecto medioambiental. El ex presidente nunca quiso firmar el famoso protocolo de Kioto que representaba un paso importantísimo en pos de evitar el calentamiento mundial. Radicalmente contraria es la política de Obama quien por ejemplo llevó al congreso norteamericano un proyecto de ley verde que desgraciadamente hoy se encuentra en stand by. La reunión de mandatarios también se dedico al problema de la crisis económica mundial de la que hoy ningún país puede escapar. El G8 dijo que se observan señales de estabilización económica pero que los riesgos también son significativos, además asumieron que si el desempleo continúa en aumento podría afectar seriamente la estabilidad social. Fue unánime la postura de modificar y regular el sistema financiero. Hubo distintas opiniones respecto a la salida de la crisis pero en definitiva no se dio ningún tipo de guía de acción o procedimiento para que los países adopten ante este escenario crítico que atraviesa la economía mundial. Aquí tuvieron lugar las demandas de los voceros de los países emergentes quienes pidieron a los países ricos que eviten el empeoramiento de la crisis, reclamaron poner un freno y paliar los efectos provocados por el sistema capitalista y las políticas neoliberales peticionaron por un sistema monetario más diversificado y razonable, menos dependiente del dólar norteamericano; Lula da Silva también propuso reestructurar la composición accionaria del FMI. Continuando en esta materia, sí hubo un compromiso tanto de los miembros del G8 como de los países emergentes, de liberalizar el comercio global en la próxima ronda de Doha en 2010, y eliminar todo proteccionismo. Esto puede sonar contradictorio ya que por un lado los emergentes critican la política económica de Estados Unidos y al mismo tiempo se comprometen a participar en la liberalización del comercio. Pero no es tan así dado que la liberalización que se pauta en Doha tiene especificaciones muy claras respecto a cómo debe llevarse a cabo este proceso teniendo en cuenta las grandes categorías económicas y de desarrollo de los países que hace que no todos logren insertarse en el mismo tiempo y forma al sistema del comercio mundial. Otra cuestión urgente que se debatió fue el gravísimo problema alimentario y sumado a esto el incremento en los precios de los alimentos. El hambre afecta particularmente a la parte más pobre del continente africano. En respuesta a este aspecto los países más ricos decidieron donar en un plazo de 3 años 20.000 millones de dólares al programa de agricultura africano para impulsar cultivos y trabajo. Esto se estipuló como una forma de inversión y no bajo el concepto de ayuda humanitaria. Se propondrá un código de buena conducta en el que se enumerarán los principios y prácticas de la inversión agrícola internacional. Se busca con esto contrarrestar el hecho de que en los últimos años se han realizado grandes compras de tierras de labranza por parte de inversores privados y de gobiernos en detrimento de los agricultores locales, del abastecimiento y de la seguridad alimentaria de la región. Por último, los comentarios en cuanto a los resultados de esta cumbre fueron dispares. La ONU, representada por el secretario general Ban Ki-moon se contentó porque resultó aumentado el fondo destinado a seguridad alimentaria pero tampoco ocultó su malestar y decepción y calificó de insufientes los porcentajes y plazos establecidos respecto al calentamiento global. No se fijaron metas intermedias y el año 2050 aparece como muy lejano para evaluar logros. En alusión a esto dijo “lamentar la ausencia de compromisos en una oportunidad única como lo era esta cumbre”, debido a que China y la India no estuvieron de acuerdo con la reducción de la emisión de gases, por lo que es un asunto pendiente para la reunión próxima en Copenhague en donde definitivamente se deberá establecer un marco de acción global. El presidente de Brasil, quien tuvo una importante participación en la cumbre, sentención que un “G8 no tiene más razón de ser”, una reunión de mandatarios debe ser más representativa, más real, más plural, es necesario entablar las discusiones mundiales en un formato de G20. El mensaje de los emergentes fue que es necesario que la responsabilidad mundial sea compartida de una forma más equitativa. Otro actor internacional defensor de la naturaleza, Greenpeace, aseveró que el G8 posee baja responsabilidad medioambiental y que una vez más le da la espalda al mundo. Como es habitual no faltaron las movilizaciones sociales y una contra cumbre en repudio al grupo de los 8. Otra expresión muy distinta fue la de Japón, la Unión Europea y los Estados Unidos, los cuales calificaron la cumbre como un éxito. Especialmente el que se vio muy alegre y optimista fue Barack Obama que adjetivó a la cumbre de productiva, concreta y declaró haber quedado satisfecho con los avances alcanzados. En resumidas cuentas, como en todo balance, se puede extraer un aspecto positivo y uno negativo. Es de gran importancia que los estados busquen la cooperación internacional y aúnen esfuerzos para que vivamos en un mundo mejor, más saludable, donde se respeten los derechos, donde haya menos pobreza y menos personas hambrientas. No obstante fue una cumbre más, un pálido reflejo de debiera ser. Otra vez la cúspide del poder político mundial deja para muchos una sensación inconclusa, inacción, ausencia de decisiones y pérdida de tiempo, reflejando que las reuniones de esta índole aun no llegan a definir un camino claro y justo por el cual transitar una realidad que golpea nuestro presente y predetermina nuestro futuro.

María Julia Grimaldi. Miembro de la Cámara de Especialistas en Ciencia Política y Relaciones Internacionales del CCIRR.

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