La asistencia humanitaria: una necesidad creciente

Las miserias de la humanidad todavía hay que asistirlas y enmendarlas. Somos la responsabilidad que cultivamos. Si en verdad cada uno hiciese sus deberes, ¡qué corazón más grande tendría el mundo!

Por Víctor Corcoba Herrero (Granada, España)

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Por Víctor Corcoba Herrero.- Creo que lo fundamental es no dejarse de hacer preguntas. La vida misma es un interrogante permanente. Interpelaciones que todos nos hacemos ante las diversas situaciones que nos tocan vivir. A veces su resolución va a depender de mí, pero también de los demás. Todos necesitamos ser ayudados de alguien. Justo, en ese auxilio a los otros, es donde radica la felicidad propia. Sería bueno probarla. Esto no es fácil de entender hoy en día en el que nos mueve más el interés que el corazón, lo productivo a lo donado. En cualquier caso, convendría preguntarse: ¿Quién no ha precisado alguna vez o precisa ahora mismo asistencia? Indáguese desde sí, sobre la cuestión. Evidentemente, los moradores de este planeta cada día necesitan ser mucho más asistidos humanamente. Es una necesidad creciente que urge fortalecerse y coordinarse. Teniendo en cuenta que no basta socorrer puntalmente a la persona. Ciertamente, primero debemos levantarla del precipicio, pero luego hemos de sostenerla también para que no vuelva a caer en el abismo. Conocemos que la situación es bien tremenda para multitud de mortales que no encuentran cobijo, ni alimentos, por más que caminan y se desesperan en buscarlos. Vayamos a los datos y a los escenarios. Los actuales niveles de Asistencia Oficial al Desarrollo (AOD) no son suficientes, acaba de señalar, en este mes de agosto, la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). En 2010, los países donantes destinaron poco más del 0,3% de su ingreso nacional bruto y la meta recomendada (y encomendada) es del 0,7%. El día que las gentes valoren la palabra dada, todo habrá cambiado, mientras tanto el mundo tendrá cada día más indigentes. Las tragedias casi siempre nos las buscamos los humanos. Sucede con el drama de las cuentas públicas que hacen tambalear a gobiernos, en parte porque no han sabido más que derrochar para sí y engañar a los pobres. Después de la reciente explosión social en Reino Unido, los que ostentan el poder aceptan la gran contradicción de no saber integrar en la vida económica del país a las comunidades marginadas. ¡Albricias! Esa integración ha de globalizarse y la Unión Europea debe ejemplarizarla. Por mucho que Europa prosiga por el camino del ajuste económico, lo que hay que hacer es que la factura de un mal gobierno, o de gobiernos corruptos que jamás devuelven lo robado, no recaiga en los que menos capacidad económica tienen. Otra de las estampas brutales es el Cuerno de África, sin duda el mayor campo de sangre, sudor y lágrimas. Podríamos continuar radiografiando las mil realidades inhumanas, pero creo que es suficiente para la reflexión, para contrarrestar lo mucho que se habla sobre la estabilidad financiera mundial, pero muy poco, o nada, de una recuperación mundial a una misma velocidad (de sostenibilidad) en un mundo global. Entiendo que el ser humano es algo más que un producto de mercado a la búsqueda del mayor negocio. Ya está bien de que buena parte de la ciudadanía, siempre los más pobres, sean los más castigados a sentirse privados de sus derechos más elementales y humanos. Ha llegado, pues, el momento de que la sociedad se sensibilice frente a tantos atropellos e injusticias. Nos consta que algunos ciudadanos están dispuestos a brindar esa ayuda humanitaria, lo vienen haciendo desde hace mucho tiempo, incluso arriesgando su propia vida, pero no tienen que ser unos ciudadanos, tiene que ser la ciudadanía, toda ella. Qué bueno sería, que el 19 de agosto, coincidiendo con el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, reflexionase cada uno consigo mismo para emprender un renovado camino, en el que cotice más la ayuda incondicional que la economía condicional. La hacienda siempre nos condiciona y tasa por lo que tenemos, no por lo que valemos como individuos que socorren a las personas que son víctimas de destierro o desaire. Pienso, en consecuencia, que todos debemos ser diligentes trabajadores humanitarios, siempre dispuestos a echar una mano a los que luchan por salir adelante y recomponer sus vidas. Sabemos que son muchas las necesidades, pero pocos los que cumplen con el compromiso de poner en acción la innata humanidad que, en el fondo de nuestro espíritu, el que más y el que menos la llevamos dentro. Por tanto, también hay mucha pobreza de desarrollo humano, no sólo de pan. Lo bárbaro es que el planeta siga diferenciándose entre los que tienen la canasta de bienes y servicios completa y los que no tienen ni canasta para llenar un sueño. También es tremendamente cruel que el género humano continúe desasistido en su totalidad, porque algunos lo acaparan todo. Desde luego, no cabe la resignación ante el aluvión de necesitados y mucho menos quedarse cruzados de brazos como si no fuera conmigo esta historia de leones. Las miserias de la humanidad todavía hay que asistirlas y enmendarlas. Somos la responsabilidad que cultivamos. Si en verdad cada uno hiciese sus deberes, ¡qué corazón más grande tendría el mundo!

El autor es escritor español residente en la ciudad de Granada. corcoba@telefonica.net

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