La Argentina violenta: a 50 años del asesinato de Aramburu, no hay autocrítica de Firmenich

El sangriento acto fundacional de Montoneros es el tema que eligió María O’Donnell para su último libro. El testimonio del jefe de la agrupación guerrillera muestra el doloroso momento histórico, que todavía no fue cicatrizado, y no se arrepiente sobre su metodología empleada con la lucha armada…

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Por Alejandra Conti

-¿Por qué Aramburu?

Alzó sus cejas tupidas, ya grises, y tarareó:

-Fumando un puro/ me cago en Aramburu/ y si se enojan/ también me cago en Rojas.

Sonrió y me observó. No supe qué decir.

La que pregunta es María O’Donnell y quien responde es Mario Eduardo Firmenich .

La periodista había conseguido una reunión informal con el exjefe montonero . Fue en Sitges, Cataluña, en 2017. Quería su testimonio para un libro que pensaba escribir. Si bien Firmenich le había hecho saber infinidad de veces que no iba a colaborar, finalmente accedió a hablar esa única vez ante ella y su cuaderno de anotaciones. El contenido de esas notas se puede leer en Aramburu. El crimen político que dividió al país. El origen de Montoneros, que acaba de publicar Planeta.

Hasta el 29 de mayo de 1970, nadie había oído hablar de Montoneros.

Pedro Eugenio Aramburu en su departamento, en julio de 1969.

Pedro Eugenio Aramburu en su departamento, en julio de 1969. Fuente: LA NACION – Crédito: Investigación de Archivo Juan Trenado

Ese día, un grupo armado secuestró a Pedro Eugenio Aramburu en su departamento en Recoleta, sobre la calle Montevideo, entre Charcas y Santa Fe. Quien había sido presidente de facto impuesto por la Revolución Libertadora (el golpe que derrocó en 1955 a Juan Perón) no tenía custodia. Ese tema tenía preocupada a la familia del militar, que sospechaba que Aramburu padecía la desconfianza del presidente de facto del momento, Juan Carlos Onganía.

Ese día, Aramburu no había sido invitado a ningún acto oficial por el día del Ejército (era, además el primer aniversario del Cordobazo), otra circunstancia que hacía sospechar de las internas militares. Por ese motivo no esperaba a nadie. Sin embargo, a las 8:50 de la mañana se presentaron en el departamento de la familia Aramburu tres hombres jóvenes vestidos con uniformes militares. Dijeron que iban a buscar al teniente general por encargo del jefe del Ejército. Se trataba de Ignacio Vélez Carreras, Fernando Abal Medina y Emilio Maza. Habían llegado al edificio en un Peugeot 504 blanco conducido por Carlos Capuano.

Mario Firmenich, vestido de policía; Carlos Maguid, de sacerdote; Carlos Gustavo Ramus y Norma Arrostito (estos dos de civil) esperaban en las inmediaciones. Arrostito, que tenía treinta años, era la mayor. Los demás no superaban los veintitrés años.

Al abrir la puerta, la esposa de Aramburu, Sara, no sospechó, aunque le llamó la atención que la visita no hubiera sido anunciada. Dejó que su marido atendiera a los militares y salió a hacer compras. Al regresar, poco después, se dio cuenta de que Aramburu había salido sin afeitarse ni ducharse y con la misma ropa de la noche anterior. Esa irregularidad en la precisa rutina de su marido la alertó de que algo malo había pasado. Mientras empezaba a hacer llamados y averiguaciones, Aramburu ya estaba camino a Timote, en poder de sus secuestradores.

No se había resistido. Había bajado en ascensor con ellos los ocho pisos hasta la planta baja; abrió con sus llaves la puerta de calle; caminó sin hacer ningún gesto hasta el estacionamiento donde esperaba Capuano y subió al Peugeot. Los testigos que lo vieron pasar aseguraron que no parecía ir contra su voluntad.

Los guerrilleros cambiaron de autos en una plaza pegada a la Facultad de Derecho. Cerca de Aeroparque hicieron otro cambio. Desde allí hasta Timote, en el partido de Carlos Tejedor, fueron ocho horas por caminos de tierra. Llegaron a La Celma, la estancia de la familia Ramus que era el destino final.

Nunca en su vida clandestina, le dijo Firmenich a O’Donnell, experimentó una vía de escape más sencilla: “Fue un paseo”.

Ese mismo día emitieron un comunicado, dando a conocer la acción; le dijeron a Aramburu quiénes eran y que lo someterían a un juicio revolucionario. Según Firmenich, el militar respondió con una sola palabra: “Bueno”.

En una nota que apareció en la revista La Causa Peronista sobre el secuestro (una especie de versión oficial de los hechos), Arrostito y Firmenich cuentan que las acusaciones en el “juicio revolucionario” fueron por los fusilamientos de Juan José Valle y sus seguidores, por haber secuestrado y haber hecho desaparecer el cadáver de Evita y por preparar un golpe contra Onganía, estableciendo, al mismo tiempo, una trampa para que Perón no pudiera volver al poder y “separar al peronismo de Juan Domingo Perón “.

El 31 de mayo, Montoneros dio a conocer su tercer comunicado. En él anunciaban que habían condenado a Aramburu a ser pasado por las armas en lugar y fecha a determinar; que oportunamente se daría a conocer la documentación que fundamentaba la razón del Tribunal y que se daría “cristiana sepultura” a los restos del acusado, que solo serían restituidos “cuando al Pueblo Argentino le sean devueltos los restos de su querida compañera Evita”.

Aramburu fue ejecutado el 1° de junio en un sótano de La Celma. Fue enterrado en el mismo lugar. El cuerpo fue hallado un mes y medio después.

Se sabe que fue Fernando Abal Medina quien disparó, pero no es seguro que haya sido él solo. El contexto es confuso y la única versión de Montoneros es la que apareció en La Causa Peronista.

O’Donnell detecta inconsistencias en ese relato. ¿Cuántos montoneros participaron del asesinato? ¿Había un quinto hombre? ¿Abal Medina fue el único en disparar? ¿En qué lugar de la casa estaba Firmenich en ese momento?

Al margen de esto, el efecto en la sociedad fue inmediato. Hubo espanto, pero también celebración. “El impacto del crimen legitimó a Montoneros. Con la discreción necesaria bajo una dictadura en la que no se podía ni nombrar a Perón, los jóvenes de la clase media, las familias trabajadoras y las agrupaciones de la resistencia peronista festejaron la muerte, o al menos sintieron alegría al conocerla, de quien había instaurado la prohibición”, analiza O’Donnell.

Los montoneros querían darse a conocer con un hecho que se explicara por sí mismo, que no necesitara de comunicados ni aclaraciones. Lo habían alcanzado.

Velorio del militar Pedro Eugenio Aramburu en julio de 1970; a la derecha, Roberto Marcelo Levingston, entonces presidente.

Velorio del militar Pedro Eugenio Aramburu en julio de 1970; a la derecha, Roberto Marcelo Levingston, entonces presidente. Fuente: LA NACION – Crédito: Investigación de Archivo Juan Trenado

De la parroquia a las armas

O’Donnell no abre juicios de valor cuando habla con todos los que aceptaron su propuesta de recordar lo que pasó y cómo pasó para buscar respuestas a sus interrogantes.

La necesaria contextualización requiere remontarse al principio. Por eso uno de los capítulos de Aramburu. trata sobre el rol determinante de la religión en la formación e ideología de Montoneros. La cuestión religiosa tuvo un enorme y contradictorio peso en la historia de la agrupación y sus acciones.

El grupo originario, el germen de Montoneros, provenía de familias de clase media alta, católicas militantes y nacionalistas. Los hijos de esos padres de la Acción Católica fueron influidos por los aires renovadores del Concilio Vaticano II, los curas del Tercer Mundo y la opción por los pobres.

Era el caso de Fernando Abal Medina (después primer jefe de Montoneros) que adhirió a una corriente fundada por Juan García Elorrio que tenía su centro en la revista Cristianismo y Revolución. Allí conoció a Mario Eduardo Firmenich y Carlos Ramus, que habían militado en la Juventud Estudiantil Católica (JEC), con el sacerdote Carlos Mugica . Sin embargo, fue García Elorrio quien les abrió el camino a perspectivas más radicalizadas.

Dice O’Donnell: “De pronto la solidaridad de Mugica con los excluidos se volvió tibia a los ojos de Firmenich y Ramus. No atacaba la raíz del problema”. Otro tema sobre el que persisten los puntos oscuros: el 11 de mayo pasado se cumplieron 46 años del asesinato de Mugica a manos de la Triple A y durante el tercer gobierno de Perón.

La línea de García Elorrio iba mucho más allá de la opción por los pobres y exigía a los católicos saltar una barrera que implicaba un alto costo: una cosa era arriesgar la propia vida y otra, muy diferente, tomar la ajena. Para los primeros montoneros, que por 1966 tenían alrededor de dieciocho años, la causa era justa y valía la pena. Lo curioso es que no abandonan su adhesión a la Iglesia a pesar de convertirse en una formación armada.

Respecto de este punto, O’Donnell recuerda una nota que Montoneros le envía al cardenal Antonio Caggiano tres días después del asesinato de Aramburu, en la que le piden que ruegue a Dios por la pelea en la que estaban empeñados. “Monseñor, estamos en esta lucha imbuidos del más puro patriotismo y del más puro sentimiento cristiano […]”, dice el mensaje que recibió el entonces arzobispo de Buenos Aires.

“Los montoneros se veían a sí mismos como integrantes de la Iglesia: ese sentimiento de pertenencia era más fuerte que su identidad como peronistas”, explica la autora.

“La formación del cristiano sintonizaba en algo con la de un revolucionario: el martirio por la fe equivalía al sacrificio de la vida por la revolución. Pero se separaban en un punto determinante, porque la doctrina religiosa no habilitaba a matar. Por algo el sacerdote Carlos Mugica no se había sumado a la guerrilla. Los integrantes de Montoneros no solo estaban dispuestos a cumplir el rol de mártires, a sacrificar la vida propia, sino que se arrogaron también el derecho a segar la ajena”, agrega.

La izquierda, Cuba y Perón

En julio de 1967, Abal Medina y García Elorrio viajaron a La Habana en representación de Cristianismo y Revolución, para participar en la primera conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Iban seducidos por la Revolución cubana, el discurso antiimperialista y la elección de los grupos guerrilleros como instrumentos de lucha en la emancipación de los pueblos de América Latina. Abal Medina volvió convencido por la oda a la vanguardia iluminada que hizo Fidel Castro en el cierre de la reunión. Seis meses después, volvía a Cuba para recibir entrenamiento militar. Mientras tanto, había pasado algo importante: el 8 de octubre, Ernesto “Che” Guevara había sido ejecutado en Bolivia. Desde Madrid, Perón, exiliado en la dictadura de Francisco Franco, envió una carta a sus seguidores expresando su profundo dolor. Los jóvenes como Abal Medina interpretaron que la revolución podía ser peronista.

Todo el capítulo referido a Perón (titulado “Encomio todo lo actuado”) es revelador de esa relación plagada de dobleces y ambigüedades.

A esto, y como elementos fundamentales para el desarrollo inicial del grupo, O’Donnell suma datos sobre la asociación con los militantes cordobeses, católicos y antimarxistas, bajo el liderazgo de Emilio Maza e Ignacio Vélez Carreras. Con ellos realizaron dos golpes en La Calera.

Más tarde, el Cordobazo tendría una influencia determinante en los planes de Montoneros

El libro también aborda la historia de Sabino Navarro, el menos conocido de los jefes montoneros y el único de origen obrero, la posterior disidencia de sus seguidores, el testimonio del hijo de Aramburu y el robo del ataúd del militar (durante un gobierno democrático) para intercambiarlo por el de Evita, que había sido devuelto a Perón pero que el general no había querido traer de Madrid.

Mario Eduardo Firmenich es conducido por policías en Buenos Aires, el 24 de octubre de 1984, tras ser extraditado de Brasil

Mario Eduardo Firmenich es conducido por policías en Buenos Aires, el 24 de octubre de 1984, tras ser extraditado de Brasil Fuente: Archivo – Crédito: Reuters

Testigo y protagonista

Sin embargo, las partes más fuertes del libro son las que corresponden a las declaraciones que le hizo Firmenich a O’Donnell.

La periodista cuenta que pensaba que quizás al sentir el peso de la edad, ya que el exmontonero estaba por cumplir setenta años en 2017, aceptaría conversar.

En un principio la respuesta fue negativa, pero luego de muchos pedidos y la gestión de un conocido en común, el exguerrillero accedió a una reunión informal en Sitges, Cataluña.

De la transcripción de esa charla por parte de O’Donnell (las últimas declaraciones que se conocen de Firmenich) surge que el exjefe montonero sigue sosteniendo que el secuestro y asesinato de Aramburu fue una venganza por la Revolución Libertadora de 1955, el fusilamiento de los involucrados en la rebelión de Juan José Valle y el robo del cadáver de Eva Perón. Firmenich repite que Montoneros respondió de esta manera a la voluntad del pueblo. La misma justificación de cincuenta años atrás.

Cuando O’Donnell le preguntó por el robo del ataúd del exdictador, en 1974, Firmenich le respondió que nunca estuvo de acuerdo con ese hecho organizado por Francisco Urondo (que era su subordinado) y que se había enterado por el diario Crónica. Parecía muy disgustado. Ante la sorpresa de la periodista, se explicó: “Somos cristianos. Con los muertos no se jode”.

Otro pregunta que le hizo es por qué se eligió a Aramburu y no a Isaac Francisco Rojas (mucho más antiperonista que el anterior) como blanco. ¿Sería porque Aramburu tenía pretensiones de negociar con Perón una restauración democrática? Firmenich asegura que fue solamente porque Rojas estaba demasiado custodiado, no por otra razón. Sin embargo, una de las acusaciones durante el juicio revolucionario fue la supuesta trampa a Perón.

Un momento particularmente escabroso de la reunión (además de cuando tararea la canción del puro), se da cuando O’Donnell le pregunta cómo fue posible que Aramburu pudiera decir “proceda” a Abal Medina en el momento en que lo iba a fusilar si tenía una media en la boca. “Firmenich tomó la servilleta de tela de color bordó que estaba sobre la mesa, la dobló en cuatro, se la metió en la boca. Me miró a los ojos, empezó a mover la mandíbula y pronunció tres sílabas: Pro-ce-da”.

O’Donnell entendió la palabra.

María O Donnell

María O Donnell Crédito: Alejandra López

Entre la intransigencia de Firmenich y el nombre de La Cámpora

Después de publicar Born en 2015, sobre el secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born a manos de Montoneros, María O’Donnell no tenía pensado volver a escribir nada referido al grupo guerrillero. Sin embargo, había un dato del libro que le había quedado dando vueltas en la cabeza.

Cuenta que durante el cautiverio de Jorge Born, quienes lo custodiaban le contaron al empresario, como una gracia, que un grupo de sus camaradas había robado el ataúd con los restos de Pedro Eugenio Aramburu del cementerio de la Recoleta. “¿No les bastó con haberlo matado?”, les preguntó Born, azorado.

O’Donnell quería saber qué había pasado con el robo del ataúd, pero también detalles sobre el secuestro y asesinato de Aramburu. Para eso necesitaba hablar con el testigo más reticente, pero el más relevante. Solo Mario Firmenich podía darle las respuestas que buscaba.

“El caso Aramburu es una historia incómoda. Genera una discusión respecto de nuestro país, de cuándo empezó la violencia más reciente de nuestra historia. Trata sobre la reivindicación de Firmenich de haber matado cuando tenía veintipico de años a Aramburu, como venganza por lo que significó la llamada Revolución Libertadora, con más de quince años de proscripción del peronismo, el exilio de Perón, el fusilamiento de Juan José Valle y el secuestro del cadáver de Eva. El tema aún hoy genera posiciones muy encontradas. La historia es habitualmente un terreno de disputa, pero siento que el golpe del 55, primero, y lo que vino después, con el secuestro y el crimen de Aramburu, produjeron un punto de inflexión en la construcción de la memoria que involucra fuertemente al peronismo”.

-¿Qué factores mantienen vigente esa disputa? ¿Qué hace que no seamos capaces de salvarla, cincuenta años después?

-Lo que siguió a todo eso, particularmente la dictadura del 76, fue tan horroroso que hemos revisado muy poco lo que precedió al golpe. Por ejemplo, para mí hay algo muy interesante: el momento de mayor conflictividad, el momento de auge de las organizaciones guerrilleras, se dio durante el último pico de bienestar económico argentino. Es decir, desde el 73 y 74 solo hemos venido en caída. Es cierto que al mismo tiempo el clima de época era de ebullición, reclamo por los derechos, con la Revolución cubana, sin democracia, con guerrillas que se estaban formando…

-Pesaba mucho la negación de derechos.

La proscripción del peronismo , del 55 en adelante, elimina del sistema al jugador más popular de la política argentina. De ahí sale la venganza de Montoneros (esto lo estudió bien Beatriz Sarlo), que aparece como de la nada, que se adueña de la resistencia del peronismo. Eran un grupo de jóvenes que ni siquiera habían conocido a Perón, que venían del catolicismo, pero que se habían entrenado en Cuba, con algo de peronismo y se vuelven tremendamente populares de la noche a la mañana por haber matado a Aramburu. Como dice Firmenich, tenían la idea de golpear con un hecho que se explicara por sí solo. Además, con una pretensión gigantesca, ya que no solo vienen a enderezar la historia o a vengarla, sino que también tienen la osadía de quedarse con el cadáver de Aramburu para cambiarlo por el de Eva. Ahí se armó un lío tremendo, entre quienes decían “¿Quiénes son? No les creo”, y los que se sintieron reivindicados.

-Incluso durante años se siguió especulando sobre si habían sido ellos los autores o no.

-Yo no encontré, y busqué mucho, ningún dato que permita creer certeramente que el gobierno de [Juan Carlos] Onganía estuviera detrás del asesinato de Aramburu, como dicen algunas teorías que incluyo en el libro. A uno le genera desconfianza el hecho de que Aramburu no haya tenido custodia, que resultara tan sencillo para un grupo de veinteañeros sin experiencia montar ese operativo. Firmenich tiene su explicación en el factor sorpresa y no encontré razones para creer que Onganía estuvo detrás. Lo que sí encontré es que el relato de Firmenich es un relato hecho a su conveniencia, lleno de claroscuros, de grises y de inconsistencias. Creo que es porque él construye su liderazgo en Montoneros a partir de ese momento. En muy poco tiempo mueren los cuatro o cinco dirigentes más importantes de la organización y en menos de dos años él se convierte en jefe de Montoneros para siempre. En el monopolio de ese relato está, en mi opinión, la base de su liderazgo sobre Montoneros. Por eso no se arrepiente nunca del crimen y sigue reivindicándolo. Esa es la base de su legitimidad.

-¿Te parece que la romantización que se da de esto desde el kirchnerismo tiene vuelta atrás?

-Creo que es un tema incómodo, porque por una parte hay gente genuinamente convencida de que la violencia comenzó en el 55 y otro sector que piensa que no, que se trató de un asesinato a sangre fría en un sótano. Pero esto no está dicho. Una vez le pregunté al Cuervo [Andrés] Larroque por qué La Cámpora se llamaba La Cámpora, y él me contestó que era por la lealtad de Héctor J. Cámpora a Perón. Yo creo que no es por eso. Creo que es una reivindicación de la Juventud Peronista y de Montoneros que no terminan de hacer explícita. Hay una dualidad. En el libro trato de entender todo lo referido a Aramburu. Porque es fácil decir que eran diez locos, pero hay todo un trasfondo para lo que pasó. Esto no significa justificarlo, sino mirarlo en su contexto, en el momento histórico, y entender qué pasó y qué pasa hoy con eso. Por ejemplo, uno puede ver a Firmenich encerrado en un callejón sin salida. ¿Por qué es el único dirigente de Montoneros, entre los más notorios, que no puede reinsertarse? Vive en Barcelona, representa un montón de cosas que generan mucho rechazo en mucha gente aquí. Después de que Carlos Menem le dio el indulto fue al programa de Bernardo Neustadt y reivindicó lo de Aramburu, diciendo que estuvo bien, que fue el pueblo el que lo decidió. Y de ahí no sale.

Fuente: suplemento Ideas, diario La Nación, Buenos Aires, 16 de mayo de 2020.

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