“La Argentina tiene que dejar atrás la cultura adolescente”

Es la opinión de Julio César Labaké, maestro y psicólogo, dice que es importante enseñar a pensar.

Por Mariano de Vedia

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“La Argentina tiene que dejar atrás la cultura adolescente. Debe dejar de dar vueltas sobre sí misma y ponerse a pensar el país.” Consciente de que hoy no se enseña a pensar con profundidad en el hogar, en la escuela ni en la universidad, el doctor Julio César Labaké anima a seguir el camino del pensamiento para superar la “situación de absurdo” que hoy vive la sociedad.

“Falta conciencia sobre el valor sagrado de la vida. El hombre tiene que tener alguna claridad sobre qué es la vida y para qué vive. Y hoy no hay claridad”, sostiene Labaké, al advertir sobre el “economocentrismo”, es decir, la economía en el centro de todo, un nuevo paradigma social que influye en la definición y vigencia de los valores en la sociedad.

Maestro, licenciado en psicología y doctor en psicología social, Labaké es autor de libros que constituyen una referencia insoslayable en materia de pedagogía y educación.

Su última obra es La revolución de la sensatez (Aguilar), un llamado a desarrollar la capacidad de pensar para operar un cambio profundo en esta sociedad desencantada. Es autor también de Adolescencia y personalidad , El hombre, la libertad y los valores , Es posible educar , Pedagogía de la personalidad y Valores y límites; la brújula perdida , entre otros libros.

Fue director nacional de Educación Superior durante la gestión ministerial de Antonio Salonia. Es profesor universitario y apasionado investigador de la realidad de la formación docente. Creó e impulsó un método para aprender a pensar en las aulas, que ha extendido al claustro universitario y desarrolla en todas las materias de primer año de las carreras de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES).

En reconocimiento a sus antecedentes, el 4 de junio será incorporado como miembro de número por la Academia Nacional de Educación, ocasión en la que hablará sobre las urgencias de la educación social.

-¿Cuáles son los males de nuestro tiempo?

-El mal capital es la situación de absurdo que vivimos. El hombre tiene que tener alguna claridad sobre qué es la vida y para qué vive. Y hoy no hay claridad. Eso ha producido un debilitamiento de la motivación para vivir. Gilles Lipovetsky dice que la vida y la muerte están tan cerca que se juega con una y con otra de manera irreflexiva. Y una prueba argentina candente es que en Buenos Aires hubo en los primeros dos meses del verano más de 500 muertos en las rutas. Esto indica que hay una falta de conciencia del valor sagrado de la vida. Se puede jugar con ella, como con las drogas, la violencia, el sexo sin sentido y la corrupción. Se juega con el poder, las ambiciones y el lucro desmedidos. Hay una desvalorización tal que equivale a un cierto desprecio por la vida. Para poder entender lo que yo llamo situación del absurdo hay que hacer una mirada panorámica, retrospectiva. Conviene comparar la cultura de tres grandes momentos para ver cómo se desemboca en la actual, para que no consideremos lo que hoy vivimos como algo caído del cielo.

-¿Cuáles son esos momentos?

-El primero es la cultura que reinó hasta la Edad Media, cuyo epicentro era un valor que se absolutizó: la obediencia. Cuando se agota este período surge la modernidad y el valor central es la razón científica, que desarrolla como forma de gobierno la democracia. Después de la Segunda Guerra Mundial, el hombre comienza a perder confianza en esa razón científica que lo había llevado a las atrocidades del nazismo, del fascismo, del comunismo. Y surge la posmodernidad, que absolutiza la libertad. Yo prefiero llamarla, como Zygmunt Bauman, modernidad líquida, porque se han hecho líquidos todos los principios, valores y las instituciones que antes tenían solidez.

-¿Esos sucesivos cambios trajeron consecuencias?

-Durante la modernidad se acrecentó el poder científico-técnico, y eso permitió la acumulación de grandes capitales, anónimos en su mayoría, concentrados en pocas manos, no localizados. Es un tiempo de cambios muy profundos y enormes consecuencias, en el que surge el “economocentrismo”, la economía en el centro de todo. Ya no hay ni teocentrismo ni antropocentrismo, ni la libertad en el centro. Por eso hemos tenido ejemplos de conducciones políticas que lo único que buscaban era que cerraran los números. Ahora, si eso dejaba a un treinta por ciento de la población sin trabajo era secundario, una consecuencia del sistema. Era un efecto no deseado, pero inevitablemente presente. A este “economocentrismo” le sigue como consecuencia lógica un modo de gobierno: la “economocracia”. El poder económico internacional (yo no hablo de los grandes capitales que son necesarios para el desarrollo científico y técnico) actúa emancipado de la ética y la política. Y esto genera un proceso muy riesgoso: el individualismo salvaje, como lo llama Lipovetsky en La era del vacío . Y este individualismo busca el interés, no el bien común. Cada uno tiene su verdad y se las arregla como puede.

-¿Cuáles son los principales riesgos?

-Cuando todo es interés, se busca la tendencia a lo que puede darme placer inmediato. Hemos creado la cultura del facilismo: las cosas hay que conseguirlas rápido. Esto produce el consumismo, la manipulación. Yo puedo generar a través de los medios de comunicación la necesidad de tener cosas que en realidad no son necesarias. Pero lo son para el sistema “economocrático”. Y esto lleva a la dádiva, el soborno, la corrupción y el estado de violencia.

-¿Cómo se sale de esto?

-El cardenal Ratzinger, antes de ser elegido papa, habló de la dictadura del relativismo. Y en un mundo donde el absurdo es la ley es posible que se establezca la dictadura del relativismo. Cuando estamos en el relativismo total, todo es igual… Cambalache.

-¿Qué soluciones tenemos al alcance de la mano?

-El Homo sapiens depende del pensar. Si yo aprendo a pensar voy a tender a valorar correctamente y eso me aproxima a la posibilidad de tomar buenas decisiones para la vida. El problema es que no hemos aprendido desde el hogar, desde la escuela, desde la universidad a pensar con profundidad.

-¿Cómo se enseña a pensar?

-Ante todo hay que ver qué no es pensar. Porque nos equivocamos. Solemos cavilar: eso no es pensar. Cuando yo cavilo, empiezo en el punto A, voy en círculos, termino en el punto A y nunca soluciono nada. Racionalizar tampoco es pensar. Yo tomo una realidad y la prenso para que entre en un esquema ideológico a conveniencia mía. Eso no es pensar. Tampoco es yuxtaponer información, como se ha hecho en las escuelas y aun en la universidad. Pensar no es hacer reduccionismos. Hemos pasado del dogmatismo religioso al dogmatismo ateo. No se le da cabida a nada de nombre religioso ni trascendente en la formulación del proceso educativo o en documentos como una Constitución.

-¿Hoy se actúa antes de pensar?

-Totalmente. No pensamos. Y porque no pensamos no valoramos bien. No nos damos cuenta de que los valores fundamentales no se inventan, se descubren; son anteriores a mi voluntad y me comprometen. Hay dos dimensiones de valores: unos son absolutos y otros, no. Y éste es un viejo dilema de la filosofía y de la ética. Hay valores propios de la condición humana, como buscar la verdad, la lealtad, el amor, la justicia. Hay otros valores relativos, creados por la condición del hombre, que tiene inteligencia.

-¿La clase dirigente argentina tiene capacidad para encontrar el rumbo?

-Se ven aparecer esporádicamente algunas personas que a mí me hacen tener cierta confianza. Yo confío en que en la Argentina va a surgir una clase dirigente nueva. Habría que empezar a formar dirigentes, pero hoy hay miedo de formar dirigentes porque se le tiene miedo a la palabra líder, como si líder fuera sinónimo de dictatorial. Y el líder puede ser perfectamente democrático. Hay necesidad de un Mandela, un Luther King, una Madre Teresa de Calcuta, un Gandhi. Claro que hacen falta. Porque estos líderes son los que suelen captar la necesidad de una sociedad que de por sí está informe.

-¿La Argentina es víctima de la insensatez?

-Tenemos una dosis importante de insensatez, pero sobre todo porque es lo que más aparece publicitado. Hay mucha más gente buena que gente que vive haciendo escándalos. Lo que pasa es que eso no tiene prensa. Y no tiene prensa porque no fomenta el morbo. La gente buena, la enfermera que atiende a sus pacientes con cariño y no cobra casi nada, las maestras de frontera, muchos docentes que son sinónimo de entrega, son héroes. La Argentina tiene que dejar atrás la cultura adolescente, que necesita oponerse a todos para que todos sientan que está presente. Debe ponerse a pensar el país, no cavilar el país, dando vueltas sobre sí mismo y sobre el pasado. Sus dirigentes tienen que ponerse a pensar el país seriamente.

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 26 de mayo de 2007.

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