La Argentina tendrá el Gobierno que se merece

La Argentina tendrá el Gobierno que se merece, a no ser que la presidenta electa Cristina razone y en lugar de darle continuidad al choque permanente, privilegie lo que impone el sentido común, la ética, la honestidad y la amplitud de criterios, que deje de lado a lo que divide a los argentinos y cultiva el odio.

Por Emilio J. Grande

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Desde antiguo se dice que el pueblo tiene el Gobierno que se merece. Pocas veces o nunca en la Argentina el electorado actuó el domingo para que aquel dicho sea un aserto. Dios quiera que el futuro lo desdiga. En los cuatro años de su gestión, el presidente Kirchner actuó para que la oposición creciera en las charlas de la calle, la oficina, la mesa del café, en fin, donde se opinara libremente. Había sobrados motivos con el repaso breve para no aburrir: prepotencia, soberbia, prohibición para disentir, porque la única realidad era la del Presidente; ocio en el Congreso porque se gobernó con decretos de necesidad y urgencia (más de 400 batiendo el récord de Menem); aliento a los piqueteros y a la inseguridad; siembra del odio con la división de los argentinos al revisar parcialmente la tragedia de los años 70; peleas con la Iglesia, con las Fuerzas Armadas, con el campo y otros sectores; aislamiento en el mundo con relaciones de amistad reducidas a Cuba, Venezuela y Bolivia; casos palpables de corrupción; preferencia a recibir en la Casa Rosada a las Madres de la Plaza de Mayo antes que a influyentes personalidades mundiales; maltrato sin distinción de jerarquía a cuantos pensaran distinto; mentiras con el INDEC; cooptación de decenas de opositores políticos a partir de Borocotó, etc. y etc. A menos de un año de las elecciones con tal clima adverso era creencia que algunos dirigentes se iluminaran para intentar un Pacto de La Moncloa. Imposible. Entre aquellos líderes políticos españoles y los contemporáneos argentinos hay distinta hechura, porque acá escasea lo que en aquella España abundó: patriotismo verdadero, no verseado; interés por lo nacional sobre lo personal; auténtica vocación de servir, no de servirse. Y con la sola expectativa de si habría segunda vuelta llegó el domingo 28 de octubre. Pero a contadas horas del cierre del comicio el ballottage pasó al olvido porque era necesario ganar con más del 45% de los sufragios y más del 10% del segundo y Cristina superaba ampliamente aquellas cifras. Si había tantos motivos para el descontento y manifestaciones de oposición, cómo la candidata oficial ganó con holgura. Fácil de entender, porque buena parte de los que en la calle, en el café, la oficina y otros ámbitos, en lugar de votar optando por lo que debería privilegiarse con la mente, el corazón y la racionalidad, echaron en la urna el voto que ordenó el bolsillo. Si la economía mejoró a pesar de todos los errores del presidente Kirchner, para qué cambiar, no obstante el pisoteo de la Constitución, del innecesario Congreso, del aislamiento en el mundo, de los piqueteros dueños de la calle y de la inseguridad creciente y lacerante. Así, la Argentina tendrá el Gobierno que se merece, a no ser que la presidenta electa Cristina razone y en lugar de darle continuidad al choque permanente, privilegie lo que impone el sentido común, la ética, la honestidad y la amplitud de criterios, que deje de lado a lo que divide a los argentinos y cultiva el odio. Ojalá que a partir del 10 de diciembre se haga realidad lo que Cristina expresó en su discurso del domingo al convocar al pueblo para “construir un nuevo tejido social e institucional”.

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