La alegría de ser familia

Se trata de la carta pastoral de monseñor Carlos Franzini (obispo de la diócesis de Rafaela) para la Cuaresma de 2007, que fue presentada durante una conferencia de prensa en el Obispado y también fue distribuida en las parroquias de los tres departamentos: Castellanos, San Cristóbal y 9 de Julio.

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“…Bernardo Racca, que vino a traer tu carta porque el primo llegó recién el quince, dice que el oro de la Argentina está en los brazos de quienes ponen voluntad para trabajarle a la tierra, y eso es cierto, porque tanto en América como en Italia, si no se trabaja nadie puede vivir ni hacer una familia como Dios manda…

Todo nos va viniendo bien, por eso, cuando cae la noche, cansados como estamos del día que pasó y por los que nos esperan, nos acordamos de agradecer a Dios que no nos abandona y, antes de acostar al Elmo y al Fabián, nos arrodillamos todos y rezamos el rosario pidiéndole por la continuidad de la gracia y nos ampare para que un día, cuando tengamos la familia hecha y los hijos grandes, podamos decir que lo que hemos venido a buscar a América lo hemos encontrado, y a ellos se lo dejamos como herencia para que lo mejoren y, a su vez, lo entreguen a sus propios hijos que han de continuar la raza de nosotros los italianos, por los siglos de los siglos…”[1]

Guía para la lectura de la carta

Queridos hermanos:

Este profundo y valioso testimonio de uno de los primeros pobladores de nuestro actual territorio diocesano es el texto que me ha inspirado el contenido de esta Carta Pastoral que, como todos los años al comenzar la Cuaresma, quiero dirigirles con mucho cariño y con el sincero deseo de que nos ayude a todos a responder al llamado que resuena en la liturgia de este tiempo: “Les suplicamos en el nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios” (2ª Cor 2,20). Como Iglesia diocesana venimos recorriendo un camino pastoral marcado por los objetivos que les propuse en la Carta Pastoral del año pasado. Nuestro empeño de conversión personal, comunitaria y pastoral ha estado marcado por el deseo de “consolidar el encuentro con Jesús, mediante una intensa vida sacramental, para que seamos testigos y servidores suyos, en las diferentes realidades de nuestra diócesis”. Tenemos que dar muchas gracias a Dios porque hemos podido realizar diversas acciones en orden a consolidar nuestro encuentro con Jesucristo. Tanto en las parroquias, como en las escuelas y los movimientos se han ido plasmando distintas actividades que concretan el objetivo propuesto. Valoremos también el empeño de muchos agentes pastorales en este mismo sentido y el trabajo silencioso y discreto de tantos fieles cristianos que intentan diariamente conocer, amar e imitar a Jesucristo, para poder ser de verdad sus testigos y sus servidores. Además a este objetivo general lo quisimos plasmar en objetivos específicos que respondieran a los desafíos pastorales que, luego de un serio discernimiento comunitario, evaluamos como los más urgentes para nuestra diócesis en estos años. El primero de estos desafíos se refería a la crisis de la familia, institución básica de la Iglesia y de la sociedad, que hoy está severamente amenazada. Por ello nos propusimos “promover propuestas concretas y creativas de participación y acompañamiento a las familias, para que recuperen la conciencia de su misión y asuman su rol de primeras educadoras de la fe.” A este desafío pastoral y a su objetivo específico correspondiente quiero dedicar esta Carta Pastoral, ya que todos somos familia y –como enseñaba Juan Pablo II- de la familia dependen el futuro del mundo y de la Iglesia. La Cuaresma es una buena oportunidad para redescubrir la belleza y la alegría de ser familia y para reconocer que la vocación de ser familia anida en el corazón de todos los hombres, porque en familia fuimos pensados por el Creador. Por eso Dios Padre quiso que su Hijo se encarnarse en el seno de una familia y Jesús le ha dado a la familia una irremplazable misión en su Iglesia y en el mundo.
Suele vincularse la crisis familiar al actual contexto cultural, caracterizado no sólo como época de cambio sino como cambio de época. En este cambio de época la vida familiar está severamente amenazada. Lo decía en la Carta Pastoral del año pasado: en muchos casos los vínculos son frágiles y los compromisos fugaces; en otros la situación económica conspira para que pueda darse un auténtico encuentro y desarrollo familiar; de diversas maneras los valores tradicionales que dan sustento a la familia son cuestionados; incluso se nos quieren imponer como signo de progreso nuevos “modelos familiares”, que no son más que expresiones regresivas de una cultura decadente. Al interno de la comunidad cristiana también reconocemos dificultades para avanzar en una pastoral familiar incisiva, que ilumine a la familia con la luz del Evangelio y la belleza de la Verdad: en algunos lugares está siendo muy difícil la catequesis familiar que tanto ha aportado a la renovación pastoral de las familias y las comunidades; la preparación a la celebración del Sacramento del Matrimonio es vivida en muchos casos como una “carga” y –por lo general- no se aprovecha suficientemente este espacio evangelizador tan rico; el acompañamiento de los matrimonios y las familias no termina de acertar en medios adecuados; no siempre logramos integrar en la vida comunitaria a familias que –por diversas razones- no pueden participar plenamente de la vida sacramental.[2] Frente a un panorama tan desolador y preocupante podemos caer en la tentación del escepticismo o del repliegue negativo. Podemos creer que no se puede hacer nada, que todo está perdido y que es inútil cualquier intento por revertir esta situación. Quiero invitarlos a asumir con mirada creyente y esperanzada estos tiempos difíciles que la Providencia nos ha regalado, y así proponerles algunas reflexiones para vivir en clave de conversión cuaresmal el desafío de recuperar para nosotros y proponer a los demás con entusiasmo y convicción la alegría de ser familia. Ante todo me parece necesario desmentir aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”. La mirada nostálgica de lo que fue no sirve para crecer y muchas veces esconde una falta de compromiso con el presente. Refugiarnos en lo que ya pasó puede ser una buena excusa para eludir el compromiso con el presente que nos toca y en el que Dios nos sigue llamando a ser sus testigos y servidores. Antes, como hoy, hubo dificultades para vivir la familia como Dios la pensó. Antes, como hoy, hubo familias muy cristianas y otras no tanto. Antes, como hoy, la familia fue cuestionada de manera explícita o velada. Por eso hemos de pedir a Dios un gran amor por nuestro tiempo, con sus luces y sus sombras, porque este es el tiempo que él nos regala para hacer efectiva la salvación. Sigue permanentemente actual la exhortación de San Pablo: “…Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación…” (2ª Cor 6,2) Pidamos al Señor que en esta Cuaresma nos regale la gracia de la conversión para amar apasionadamente nuestro tiempo. En segundo lugar es bueno tener claro que los contextos culturales se pueden modificar, los roles familiares se pueden reacomodar, los estilos de convivencia y los modos de vinculación pueden cambiar; sin embargo hay algunas notas esenciales de la vida familiar que no cambian. Para ello debemos volver la mirada a la misma Palabra de Dios y a la enseñanza multisecular de la Iglesia. Allí encontraremos una referencia siempre segura, que nos dará luz y confianza para abrazar cada día con mayor entusiasmo el Evangelio de la Familia. Además podemos aprender de nuestros mayores que, con aciertos y errores, nos han legado el sentido de familia que todavía tenemos y se aprecia en Argentina. Es interesante destacar que, a pesar de los embates y las dificultades, la familia sigue siendo punto de referencia necesario para la mayoría de los argentinos, según autorizados estudios sociológicos. Por ello pidamos al Señor que esta Cuaresma sea oportunidad propicia para revalorizar nuestra propia experiencia familiar, apreciando las cosas buenas recibidas de nuestra familia y proponiéndonos hacer nuestro aporte para mejorar aquellas cosas no tan buenas que nos toquen vivir. Acá deseo volver a la cita que encabeza esta carta ya que me parece muy iluminadora de cuanto venimos reflexionando. Se trata del testimonio de uno de los primeros colonizadores de nuestra región; hablamos, por tanto, de una familia en situación crítica: eran inmigrantes, con todo lo que ello implicaba de desprotección, soledad, aislamiento, nostalgia; se encontraban lejos de los suyos, de su tierra y de sus costumbres; lejos de su patria de origen. Con dificultades económicas y de integración social, sin suficientes apoyos ni espacios de contención afectiva, social y aún religiosa. Todo lo que comúnmente nos da seguridad para ellos había quedado atrás. Sin embargo la cita de referencia también nos habla de: confianza en Dios y gratitud, expresados en la oración; espíritu de trabajo y deseo de progreso; apertura a los demás, en primer lugar a la familia más amplia y a los vecinos; sentido de la genuina tradición, es decir conciencia de que la vida y la fe son un don que se ha recibido para asimilar, madurar y transmitir a los demás; vínculo y arraigo a un lugar y a una patria que, aunque nueva y en gestación, ya se siente como propia.¡Cuánta riqueza encierran estas pocas líneas, simples y sinceras, pero cargadas de sentido religioso y de humanidad plena! Mirando el ejemplo de nuestros mayores podemos preguntarnos si realmente hemos sabido recoger la herencia que ellos nos quisieron dejar. Ante todo en el orden de la fe. ¿Cómo es hoy acogida, madurada y transmitida la fe recibida en nuestras familias? Una de las grandes preocupaciones de la Iglesia en la Europa descristianizada de hoy es que se ha cortado la “cadena de transmisión” de la fe. Los padres ya no son para sus hijos los primeros y fundamentales testigos de la fe y si todavía siguen pidiendo el bautismo para sus hijos es –con mucha frecuencia- más por motivos sociales y culturales que por real compromiso creyente.
¿Y entre nosotros? ¿Cuáles son las reales motivaciones que todavía mueven a muchos padres a pedir el bautismo para sus hijos? ¿Son conscientes estos padres del compromiso y la responsabilidad que asumen al hacer este pedido? ¿Con qué criterio se eligen los padrinos, que han de ayudarlos en esta misión? ¿Están dispuestos, padres y padrinos, a hacer ellos mismos un proceso de crecimiento y perseverancia en la vida de fe que garantice una adecuada vida cristiana al niño que se presenta en la Iglesia? Debemos reconocer con humildad que no siempre las motivaciones son las más genuinas y por ello debemos renovar nuestro empeño pastoral por ofrecer una catequesis prebautismal incisiva y profunda que permita a quienes se acercan a solicitar el bautismo para sus hijos entender la trascendencia y el compromiso que ello entraña. Al mismo tiempo se hace necesario un acompañamiento postbautismal que asegure un crecimiento constante en el encuentro con Jesucristo y en su seguimiento. Una riquísima experiencia pastoral, que ha renovado tanto la vida de nuestras comunidades, es la catequesis familiar para la preparación de los niños a su primera comunión y –en algunos casos- a la confirmación. Se trata de un servicio que las parroquias ofrecen a los padres para ayudarles a cumplir con el compromiso que ellos libremente asumieron el día que llevaron a sus hijos a la Iglesia para que sean bautizados. Nuestros mayores, sin demasiada formación pedagógico-catequística, supieron ser los primeros educadores de la fe de sus hijos. ¿No podremos nosotros intentar recoger su herencia? Soy consciente de las muchas dificultades que a menudo hoy tiene la vida familiar y que no siempre es fácil organizar esta actividad pastoral, pero creo que podemos hacer un renovado esfuerzo por revitalizar con ingenio y creatividad la catequesis familiar para cumplir con el primer objetivo específico que nos propusimos en la última Asamblea Diocesana. También por aquí pasa el camino de conversión personal y pastoral al que nos convoca la Cuaresma. La catequesis prematrimonial es otro espacio privilegiado para recuperar la alegría de ser familia, ofreciendo a nuestros jóvenes novios la posibilidad de una preparación sería, sistemática y completa, que les ayude a llegar al matrimonio con una libre y madura determinación de vivir juntos “hasta que la muerte los separe…” Ya en algunos lugares del país se está realizando con mucho fruto un itinerario de preparación que toma varios meses. Parecerá extraño o demasiado exigente, y sin embargo una decisión como el matrimonio merece eso y mucho más (pensemos que para la vida sacerdotal la Iglesia pide una preparación intensiva de casi ocho años…) No deberíamos lamentarnos de la fragilidad de tantos matrimonios relativamente nuevos si, como Iglesia, no estamos ofreciendo a nuestros jóvenes los elementos necesarios para prepararse y para acompañarlos en los primeros pasos de su vida matrimonial. En rigor deberían ser las mismas familias las “escuelas” naturales que preparen a los jóvenes a la vida matrimonial: el diálogo, el respeto, la fidelidad, la austeridad frente al consumismo desenfrenado, el compartir solidario y el amor preferencial a los más pobres, la apertura a los demás y el servicio desinteresado, el aprecio por las diferencias y la complementariedad, una básica educación sexual, la oración y la apertura al mundo religioso, son actitudes y disposiciones que nadie transmite mejor que la propia familia. Sin embargo ante la creciente ausencia de la familia en estas dimensiones se reclama de la comunidad cristiana y de otras instituciones, en primer lugar de las escuelas católicas, un servicio subsidiario indispensable. Podríamos preguntarnos en clima de conversión cuaresmal qué espacios de acompañamiento a las familias estamos ofreciendo en nuestras comunidades parroquiales y educativas que las ayuden en esta misión indispensable.
En este mismo sentido los obispos argentinos hemos destacado la pastoral familiar como particular servicio de la Iglesia al bien común de la Patria[3]. Efectivamente, en la familia se aprenden (o no) las virtudes cívicas fundamentales. Temas como el aprecio por la vida en toda su extensión, la valoración del trabajo honesto y el afán de progreso, la participación y el compromiso ciudadano, el sentido de responsabilidad en sus varias dimensiones (personal, social, etc.), el aprecio por la equidad y la justicia, la misma conciencia ecológica, si se cultivan desde la familia se construyen sobre base sólida. Al mismo tiempo se constata que temas como la inseguridad, diversas formas de adicciones, la promiscuidad y degradación sexual, dificultades de aprendizaje en la escuela e incluso diversas patologías que hoy se extienden entre jóvenes y adultos están directamente ligadas a la ausencia de la familia. Todo lo que hagamos en favor de las familias redundará directamente en bien de la Patria y de su afianzamiento moral e institucional. La Iglesia universal ha asumido la pastoral familiar como tarea prioritaria[4] al inicio del nuevo milenio y Benedicto XVI ha ratificado este compromiso en el Encuentro Mundial de Familias celebrado el año pasado en Valencia. En América Latina, en esta misma perspectiva, se prepara la Vª Conferencia del Episcopado Latinoamericano (que se desarrollará en el próximo mes de mayo en Aparecida, Brasil) insistiendo en que el auténtico discipulado de Jesucristo pasa por la familia e invitándonos a valorar y desarrollar en nuestras Iglesias la pastoral familiar. Como Iglesia diocesana estamos encarando diversas actividades en orden a revitalizar la pastoral familiar. Desde la catequesis familiar, pasando por una liturgia más inclusiva del grupo familiar, hasta los comedores de Caritas, progresivamente transformados en cocinas comunitarias que favorezcan el encuentro familiar, como así también distintas propuestas formativas y espirituales para matrimonios, son todos esfuerzos encaminados a valorizar y celebrar la alegría de ser familia. Como Pastor de esta Iglesia diocesana de Rafaela me comprometo y los comprometo a todos a perseverar con ingenio y creatividad en estos empeños. Seguramente Dios querrá bendecirlos y nos irá señalando pistas para poder acertar en las respuestas que podremos ir dando a los muchos desafíos que nos plantea la pastoral familiar en nuestros días. Como signo de nuestro deseo de afianzar la pastoral familiar y expresión de la centralidad de la familia en la vida cristiana estamos programando el Primer Encuentro Diocesano de Familias, que realizaremos – Dios mediante- el domingo 28 de octubre del corriente año. Con este encuentro queremos celebrar la alegría de ser familia y desde ya quiero comprometer a todos, pastores y fieles, en la oración y el trabajo a favor de este acontecimiento que será central en la vida pastoral de la diócesis durante este año 2007. Les pido, por tanto, que en la programación pastoral de las parroquias, escuelas católicas, movimientos e instituciones de apostolado se asigne a este evento el lugar destacado que merece. De este modo expresaremos de modo bien concreto nuestra real inserción en la pastoral orgánica diocesana. He constituido un equipo “ad hoc” que, en estrecha relación con el Equipo de Pastoral Familiar, ya está trabajando en la preparación del encuentro. Oportunamente hará llegar subsidios pastorales que favorezcan una adecuada preparación a este acontecimiento eclesial. Al comienzo de esta Carta les decía que la escribí con el deseo sincero de que les ayude en el camino de conversión cuaresmal. Obviamente después de leerla advertirán que su contenido y sus propuestas exceden este tiempo de gracia que iniciamos el miércoles de cenizas. Sin embargo nuestro “entrenamiento cuaresmal” debería ayudarnos a desarrollar y afianzar aspectos de nuestra vida cristiana, para hacerla más conforme al querer de Dios. Estoy seguro que si todos pedimos y trabajamos como gracia de conversión personal y comunitaria un mayor compromiso con la pastoral familiar estaremos avanzando decididamente en la novedad de vida que la Pascua nos regala. Así, con la fuerza y el entusiasmo de la Pascua, podremos salir a anunciar a todos el gozoso anuncio del Resucitado, que hace nuevas todas las cosas y nos invita a proclamar la alegría de ser familia. Pido al Señor Resucitado, a la Virgen Madre y a San José que nos regalen una intensa Cuaresma y una Pascua renovadora. Y los bendigo a todos con afecto,

                                                       + Carlos María Franzini
                                                            Obispo de Rafaela
                                                        Rafaela, Cuaresma 2007

[1] Racca, Florencio: “Los Racca de puño y letra”, Ed. Municipalidad de Rafaela. [2] Franzini, C.M.: Caminando con Jesucristo hacia la Pascua, Carta Pastoral de Cuaresma 2006, nº 7 [3] cfr. CEA: Navega mar adentro, nº 97, a [4] cfr. Juan Pablo II: Novo millennio ineunte, nº 47

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