Kirchner y la ceremonia del adiós

Ningún otro presidente se gastó y se desgastó tanto como él, en casi 24 años de democracia, con la conducción cotidiana de la administración. Nada fue ajeno a su decisión en estos casi cuatro años y medio de gobierno.

Por Joaquín Morales Solá

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Dos meses antes de abandonar el gobierno, Néstor Kirchner descubrió que una mayoría social prefiere el ejercicio sin agresiones de la política. Aun cuando lo espolean la inflación y los petardos de la campaña, el Presidente le ha perdido el gusto al discurso de trifulca, aunque sigue frecuentando el atril. Se ha detenido en Daniel Scioli y lo ha observado; Scioli es un político popular que sólo dice amables discursos de rutina.

Ahora, Kirchner hace pocas referencias a sus opositores, les dedica algún párrafo irónico a los empresarios y se olvidó de los periodistas. Quizás el dictamen de las encuestas lo está empujando a la mansedumbre. Kirchner, un peronista pragmático que siempre trata de establecer la demanda para precisar la oferta, no es invulnerable a la cercanía de las elecciones en las que su esposa se jugará el poder del matrimonio.

Kirchner es ya en un presidente que se despide. El 10 de diciembre se convertirá en el primer presidente en concluir su mandato desde 1999, y en sólo el segundo en hacerlo desde la restauración democrática en 1983. Le tocó el país del crecimiento, en medio de un mundo generoso con sus precios, luego de la gran crisis de principios de siglo.

Visto con la perspectiva de ahora, su paso al costado en las próximas presidenciales fue una acertada decisión electoral. No cedió el poder, parte del cual podría retener si ganara su esposa, pero renunció a los rituales del poder y a la fascinación que conllevan. Se prepara para pasar a un segundo plano, o a ningún plano, durante muchos meses. Su esposa debería consolidar por sí misma su propio liderazgo. Me voy. ¿Quieren un ejemplo mejor de que no me gustan las reformas de permanencia de Chávez? , les dice, socarrón, a sus amigos.

Ningún otro presidente se gastó y se desgastó tanto como él, en casi 24 años de democracia, con la conducción cotidiana de la administración. Nada fue ajeno a su decisión en estos casi cuatro años y medio de gobierno. Desde el precio del millón de BTU de gas importado de Bolivia hasta el precio de la papa, pasando por los salarios de los díscolos docentes, todos los asuntos tuvieron a Kirchner como experto consumado de cada conflicto. Esa enorme exposición le abrió interrogantes sobre la solvencia política de un nuevo mandato. Podía ganar la elección, pero perder la popularidad, como le sucedió a Menem en 1995.

Kirchner es como esas personas que van al casino, ganan la primera ficha y vuelven a casa , dicen sus exegetas. Las encuestas más independientes le siguen dando, aun con las erosiones propias de las postrimerías políticas, alrededor del 50 por ciento de aceptación popular. No es un mal final de cuentas. Esa es la ficha que ganó y con esa plusvalía quiere volver a casa. Lo conocen poco y nada los que creen que intentará regresar al poder en 2011. Nunca hará él una renuncia pública a un eventual retorno, pero siempre prevalecerá la prioridad de conservar lo que ya ha embolsado. Y no lo dirá formalmente, porque la disciplina del peronismo requiere un líder que amenaza con volver.

Dicen que la benevolencia actual lo lleva a veces a recordar con reconocimiento a Roberto Lavagna, su ex ministro, del que se distanció fieramente hace dos años. ¿Por qué se fue? Pudo quedarse en el Gobierno y hoy sería el jefe electo del gobierno de la Capital , ha deslizado Kirchner en comidas entre amigos. Es cierto que tentó al ex ministro con esa candidatura hasta después de que aquél saliera del Gobierno. La respuesta de Lavagna fue siempre la misma: O la presidencia o mi casa . Sigue siendo la misma.

Cierto lavagnismo supone que las encuestas le son renuentes a su jefe porque lo rodean demasiados radicales. Sin embargo, parte de su problema es que tiene poco peronismo y que, además, Alberto Rodríguez Saá se está llevando a casi todo el peronismo antikirchnerista, el más folklórico y litúrgico de todos los peronismos conocidos.

Ese deslizamiento se nota también en el ánimo presidencial. Kirchner nunca habló mal de los Rodríguez Saá, ni siquiera cuando éstos merecían que se hablara mal de ellos. Cerca de él, ahora se pone énfasis en la causa prescripta ( inauditamente prescripta , dicen) por presunto enriquecimiento ilícito de los hermanos puntanos. Hablan del feudo de Santa Cruz y ahí reina la anarquía. El verdadero feudo está en San Luis , señalan esos lugartenientes.

¿Está Rodríguez Saá hurgando en los votos de Kirchner? Sólo una deducción, producto de aquellos arrebatos contra la familia que gobierna San Luis, puede aseverar que hay un imperceptible robo de votos kirchneristas por parte de los hermanos puntanos.

¿Y Elisa Carrió? A veces, derrapa, hinca el Presidente en la intimidad de su séquito, casi siempre en los entretiempos de Olivos, cuando destratan el fútbol. La mayoría de las encuestas la consolidan a Carrió como la segunda candidata en intención de voto presidencial. Kirchner no lo acepta: Sube y baja , refunfuña. Carrió está segura de que podría empujar a Cristina Kirchner hacia una segunda vuelta. Estamos cerca , enardece a sus equipos, mientras imagina nuevas sorpresas políticas; le gusta sorprender.

Por primera vez en mucho tiempo, ni el Partido Justicialista ni la Unión Cívica Radical tendrán boletas propias en elecciones presidenciales. Sólo serán aliados desmembrados o menores de varias coaliciones. Antes, ambos partidos fueron partes predominantes de alianzas. Es el fin del viejo sistema de partidos políticos, aunque no necesariamente el fin de los viejos partidos. El destino de ese sistema enzarzó a Kirchner y a Eduardo Duhalde en un debate soterrado y distante, pero debate al fin. Nunca me verán compitiendo con Rodríguez Saá por la presidencia del Partido Justicialista , repite Kirchner.

Es su manera de replicarle a Duhalde. En rigor, el peronismo tal como se lo conoció ha terminado definitivamente para el Presidente. Sólo lo imagina como una parte importante de una corriente de centroizquierda liderada por él mismo. Cree, por lo tanto, en la conversión de los curtidos barones del conurbano en elegantes socialdemócratas europeos. Puede ser una simple fantasía, pero esos caudillos son capaces hasta del sacrilegio con tal de perdurar.

Duhalde acostumbra a recordar, a su vez, que los nuevos partidos terminan siendo siempre fenómenos pasajeros de liderazgos personales. Hay que reorganizar los viejos partidos con figuras e ideas nuevas , apostilla. En esa discordia se cifra el debate entre ellos.

Sea como fuere, ésa será tarea de Cristina Kirchner, si llegara al gobierno. Kirchner es conservador con los votos. Como aquellos cautelosos frecuentadores del casino, no aspira a alzarse con una fortuna. ¿Cuál es su objetivo? Módico: que Cristina saque el 40 por ciento de los votos en la primera vuelta, seguida por alguien que logre el 30 por ciento. Con eso se daría por satisfecho. Hace bien en deslizarlo, porque todo lo que esté por encima del 40 por ciento, si lo hay, será ganancia pura.

Felipe Solá dijo en un acto reciente, al lado de Kirchner, que el 28 de octubre no habrá una elección, sino una opción entre la continuidad o el caos. Disenso de Kirchner. El Presidente lo enmendó: Habrá una elección y no una opción, Felipe, porque no hay ninguna posibilidad de caos . El gobernador no percibió que estaba hablando delante de un presidente que se va, ufano de su gestión. Su legado no podría ser la alternativa del caos.

Por Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 14 de octubre 2007.

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