Isabel Perón y el fin del peronismo

La Triple A no pudo ser nunca la creación personal de un hombre menor, aunque extremadamente cruel, como López Rega. Tampoco Isabel hubiera autorizado, aunque fuera sólo con el conocimiento y el silencio, esa enorme maquinaria de matar e intimidar si no hubiera sabido que Perón la consintió.

Por Joaquín Morales Solá

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Quizás el peronismo ya no existe. Tal vez sólo el poder, que retiene desde la gran crisis de principios de siglo, le resguarda las apariencias de una vida que ha terminado. ¿Cómo se explicaría, si no, que la viuda de Perón cumpla ahora un régimen de libertad condicional, en su domicilio, bajo un gobierno de signo peronista? El infortunio de Isabel tiene su explicación en la historia -¡cómo no!-, pero también en la crisis terminal que se abatió sobre el sistema de partidos, incluido el peronismo.

La última esposa de Perón no vale nada en el peronismo, si valer en política significa cierto liderazgo y el control de algunas estructuras. Ella no cuenta con ninguna de esas condiciones. Creyó, equivocada, que sólo la superstición del apellido Perón perpetuaría en el tiempo su importancia política. La ingenuidad duró hasta que un peronista ganó la presidencia sin Perón y sin ella. Fue Carlos Menem, en 1989.

Quien esto escribe recuerda la única reunión que tuvo con ella. Corrían los años ochenta y todavía el peronismo se le inclinaba. La impresión que resultó de ese encuentro fue la de una mujer extremadamente tensa, apegada con fanatismo a las formas para disimular aquello de lo que carece, que es mucho. Tenía una sola obsesión: la izquierda peronista que había hecho, según ella, imposible su gobierno. Recordaba con más rencor a los montoneros que a los militares, que la habían tenido en prisión durante casi cinco años.

Una de las preguntas que existen, sin respuestas taxativas, se refiere a si Kirchner promovió la revisión de la historia que concluyó ahora con la cárcel de Isabel. Supongamos que no fue así y que, como repite el oficialismo, fueron los jueces los que decidieron según sus propias convicciones.

Los jueces pertenecen a una estirpe política de fino olfato, que rara vez se equivoca con la rosa de los vientos. De hecho, la causa del juez Norberto Oyarbide (que es la más sólida hasta ahora) lleva veinte años de instrucción. ¿El juez hubiera ordenado lo que ordenó si Menem o Duhalde fueran los actuales presidentes? Seguramente, no.

Otra vez, el olfato de Oyarbide no erró. Kirchner es el líder peronista más crítico con el último Perón que, al menos, se haya oído. Las críticas que le desliza en la intimidad al creador de su partido son, en grandes trazos, tres: su obsesión por una reparación personal que le devolviera el poder cuando ya estaba viejo y enfermo; la mezquindad de legarle a la Argentina su mujer, que sólo se aproximaba al conocimiento de una elemental gramática política, y la irresponsabilidad de haberle cedido cuotas inéditas de poder a un personaje siniestro como López Rega. Digan lo que digan, ése es el pensamiento de Kirchner en estado puro.

Es cierto que cuando se tienen 78 años y se está enfermo, el que alcanza las pantuflas se convierte en un ser importante. Pero nadie conoce más al que lleva y trae las pantuflas que el propio viejo . La parrafada no es de Kirchner, pero se la oyó demasiado cerca de él como para que el Presidente no la compartiera. La descripción alude, desde ya, a la relación entre Perón y López Rega.

Si bien Isabel no vale nada, Perón sigue siendo un mito, inexplicable, por lo tanto, del peronismo. No hubo periodismo que hubiera podido escribir una crónica veraz de la pésima reacción que la detención de Isabel provocó en el peronismo más histórico, acérrimo y hasta folklórico. No es Isabel lo que lo conmovió, sino Perón. Isabel es el camino más directo para llegar al enjuiciamiento político de Perón.

La Triple A no pudo ser nunca la creación personal de un hombre menor, aunque extremadamente cruel, como López Rega. Tampoco Isabel hubiera autorizado, aunque fuera sólo con el conocimiento y el silencio, esa enorme maquinaria de matar e intimidar si no hubiera sabido que Perón la consintió. Tuvo razón Alfonsín cuando afirmó ante el juez que la Triple A precedió al gobierno de Isabel. Y fue Perón el que precedió a Isabel.

Hugo Moyano dice que le reprochó a Kirchner la situación de Isabel. Fue una versión elegante de los carteles sindicales que empapelaron la ciudad, más directos y más peronistas también: No jodan con Perón , amenazaban. Duhalde, el más autóctono entre los dirigentes peronistas, le mandó a Isabel su simbólica conmiseración.

Sin embargo, fue Lavagna, definitivamente candidato a la Presidencia, el que llegó más lejos. No nombró a Isabel ni a Perón, pero disparó una definición que tiene oyentes en el peronismo: todo, dijo, no es más que una venganza contra el peronismo de parte de los montoneros que Perón echó de la Plaza de Mayo. Es su conclusión intelectual, pero tampoco deja de ser un anzuelo tirado en el confundido mar del peronismo.

El peronismo está decisivamente partido desde la gran crisis. ¿Carrió es la expresión de centroizquierda que dejó fuera el radicalismo? Kirchner también lo es, pero del peronismo. ¿López Murphy es una expresión de centroderecha que abandonó el radicalismo histórico? Menem o Puerta son sus equivalentes en el peronismo. ¿Alfonsín es el último exponente de lo que fue el radicalismo? Duhalde lo es del peronismo.

La única diferencia es que el peronismo tiene el empaque de la vida, pero sólo gracias a su viejo don de conquistar y retener el poder. Isabel está frente a los jueces porque sencillamente se quedó sin el partido que fundó su marido hace 60 años. El peronismo será en adelante cualquier cosa, pero nunca volverá a ser lo que fue.

La implosión del partido gobernante conlleva también hasta contradicciones y dramas personales. Ahora se sabe, por ejemplo, que el embajador argentino en Madrid, Carlos Bettini, un antiguo militante de la izquierda peronista que se recicló en empresario y político, tiene una estrecha relación personal y profesional con la señora de Perón. Fue su abogado, su consejero y su amigo, según reveló el abogado argentino de Isabel en declaraciones al diario El Mundo , de Madrid.

Bettini, que tiene a varios familiares desaparecidos en la década del setenta, fue, de alguna manera, un perseguido por el gobierno de Isabel. Kirchner -o parte importante de su entorno- ignoraba la estrecha relación familiar del embajador político del Presidente con la viuda de Perón. La confusión intelectual y política de Isabel debe de ser, a esta altura, inenarrable.

La caja de Pandora se abrió. ¿Podría la Justicia investigar los crímenes de la dictadura y los de la Triple A esquivando siempre el otro fenómeno que existió en aquellos años, el de la insurgencia armada que desafío al Estado y que también secuestro y mató?

Una veta comienza a abrirse en el vértice del Gobierno. Hay encumbrados funcionarios kirchneristas que consideran inevitable revisar la responsabilidad, por lo menos, de los jefes de la guerrilla, sobre todo de los montoneros. Los líderes del ERP están casi todos muertos.

Garabatean los nombres de Firmenich, de Perdía, de Montoto, entre varios más. Mandaron a la muerte a muchos jóvenes ingenuos y ellos se cuidaron de salvarse a tiempo. Algunos viven ahora muy bien , se oyó decir al lado del despacho presidencial. Sin embargo, sería arriesgado afirmar que ése es el pensamiento de Kirchner, al menos por ahora.

Un problema de la política es que nunca puede controlar todo durante mucho tiempo. La política está ignorando problemas más actuales para ensimismarse en las desdichas del pasado. El pasado, a su vez, podría estar urdiendo su propia venganza.

Por Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 28 de enero de 2007.

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