Iglesia diocesana: memoria, presencia y profecía

Carta pastoral para preparar la próxima asamblea diocesana a realizarse el 12 de octubre de 2009 en Rafaela. “…Los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron…” (Lc 24,31).

Por Carlos Franzini (obispo de Rafaela)

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Iglesia diocesana: memoria, presencia y profecía

(Carta Pastoral para preparar la próxima Asamblea Diocesana)

“…Los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron…” (Lc 24,31)

Queridos hermanos:

  1. Con la alegría inmensa de la Pascua y la esperanza renovada por la certeza inquebrantable de la presencia del Señor Resucitado en medio nuestro, vuelvo a ponerme en comunicación con ustedes por medio de esta Carta Pastoral para ofrecerles algunas reflexiones que nos ayuden a todos a prepararnos a nuestra próxima Asamblea Diocesana que celebraremos, Dios mediante, el lunes 12 de octubre.

Preparación orante y reflexiva

  1. La primera y más importante manera de prepararnos a este acontecimiento eclesial será la oración. El espíritu contemplativo habrá de acompañar todo este proceso personal y comunitario que estamos viviendo, para descubrir lo que Dios espera de nosotros en este tiempo y en este lugar. Por ello les propongo tomar como iluminación el pasaje de Lc 24, 13-35, que en este tiempo de Pascua resuena de manera singular en nuestros corazones y en nuestras comunidades. Junto a los discípulos de Emaús, queremos hacer nuestro camino junto al Señor Resucitado para que él nos enseñe a interpretar las Escrituras, permanezca con nosotros y así, con el corazón ardiente, podamos salir a anunciar a otros que ha resucitado. Por ello antes de continuar con la lectura de esta Carta les pido que tomen su Biblia y busquen el pasaje citado. Después de invocar al Espíritu Santo los invito a leerlo pausadamente, deteniéndose en aquellos versículos más significativos y dejando que el Maestro interior les ayude a saborear toda la riqueza de esta página evangélica.

  2. Terminada la lectura y la oración que ella haya suscitado, me animo a proponerles algunas sencillas reflexiones que puedan ampliar lo que a cada uno el mismo Señor le haya sugerido. Así como comunidad creyente, convocada por la Palabra, podremos consolidar nuestro encuentro con Jesucristo y ser más verdaderamente sus testigos y servidores, como aquellos dos discípulos que representan a toda la comunidad cristiana, la Iglesia del Resucitado.

  3. Nuestra Iglesia Diocesana se prepara a celebrar una nueva Asamblea Pastoral. Conviene tener presente que el origen de la palabra Iglesia es una expresión bíblica que podría traducirse precisamente como “asamblea convocada”. La Iglesia es la asamblea de creyentes, convocada por Dios para celebrar su fe, vivirla cada día más y anunciarla a quienes aún no la conocen. Por ello nuestra Asamblea Diocesana es un momento privilegiado de nuestro ser Iglesia, de nuestra pertenencia eclesial. No se trata de un “evento” más; de una mera reunión social u organizativa. De ella esperamos salir renovados en nuestra fe, afianzados en nuestra identidad eclesial y más comprometidos con la misión.

Memoria creyente y agradecida

  1. Para ello es necesario que personal y comunitariamente nos preparemos debidamente y hagamos con mucha seriedad el itinerario pastoral que estamos recorriendo en estos meses de preparación. En efecto, ya desde el año pasado iniciamos este recorrido con la evaluación de lo hecho en relación a los objetivos pastorales que les había propuesto después del discernimiento comunitario realizado en la anterior Asamblea. Acompañados por el Resucitado hemos querido repasar nuestro camino pastoral, hemos hecho “memoria” de lo vivido en estos años.

  2. El cristiano necesita hacer memoria para saber quién es; más aún, “vive de la memoria”. En la Biblia muchas veces Dios invita a su pueblo a hacer memoria: “recuerda Israel”, “acuérdate”, “no olvides”… (cfr. Dt 8). Por ello un cristiano sin memoria es un cristiano sin identidad (como, por otra parte, nos enseña la psicología que le pasa a quien pierde su memoria, que no sabe quién es…). En este ejercicio de evaluación hemos hecho memoria para ver la obra de Dios y nuestra en estos años, para descubrir logros, fracasos, temas pendientes. Como les sucedió a los discípulos de Emaús, a menudo solemos quedarnos con lo inmediato, con lo que salió mal, con lo más llamativo, y se nos escapa la presencia discreta pero eficaz del Señor Resucitado que camina junto a nosotros y nos ayuda a desentrañar el sentido de nuestra historia. Por ello necesitamos una y otra vez detenernos a hacer memoria y extraer de lo vivido renovados motivos de gratitud, razones para creer y esperar, experiencias para capitalizar, errores para corregir…

  3. También como Iglesia Diocesana hemos de tener mirada histórica. Nos estamos acercando a la celebración del cincuentenario de la creación de la Diócesis de Rafaela. Además este año se cumplen los 150 años de la creación de la diócesis de Paraná, a la que perteneció el actual territorio diocesano hasta la creación de la diócesis de Santa Fe a fines del siglo XIX. A su vez de Santa Fe fue desmembrada nuestra diócesis en el año 1961. No se trata de meras evocaciones históricas o datos eruditos. Hemos de aprender a ver en estos “hitos” providenciales intervenciones de Dios que guía y conduce la vida de los hombres y de los pueblos. ¿Cómo disponernos a celebrar los 50 años de nuestra Iglesia particular? ¿Cómo celebrar con gratitud y renovado compromiso evangelizador esta fecha tan significativa? ¿Qué espera Dios de nosotros al celebrar estos acontecimientos?

  4. Al mismo tiempo este ejercicio de memoria creyente y agradecida nos capacita para aprender a vivir nuestra vida cristiana con fe y esperanza más allá del ámbito pastoral. Éste es otro aporte específico que los cristianos podemos hacer también al mundo en el que estamos insertos. Por este motivo los obispos argentinos hemos propuesto este ejercicio de memoria con motivo de la celebración del próximo Bicentenario . Redescubrir el paso de Dios por nuestra historia nacional nos hará mucho bien y nos dará nuevos motivos para comprometernos activamente en la construcción de una sociedad cada día más inclusiva y solidaria, fundada en el diálogo y el respeto mutuo y empeñada decididamente en la búsqueda del bien común.

Presencia viva y operante

  1. Una lectura creyente de lo vivido nos permite hacer la experiencia de los discípulos de Emaús: “… ¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?…” (Lc 24,32). Casi sin advertirlo estos años de camino pastoral, con sus logros y sus frustraciones, nos han ayudado a consolidar el encuentro de los bautizados con Jesús, mediante una intensa vida sacramental, permitiéndonos así ser testigos y servidores suyos, en las diferentes realidades de nuestra Diócesis, como nos propusimos en nuestra última Asamblea Diocesana. Las evaluaciones que hemos hecho en las comunidades en los últimos meses del año pasado nos permiten hacer esta humilde y gozosa constatación. Los distintos esfuerzos por renovar la Iniciación Cristiana, el empeño puesto en una pastoral familiar que ayude a redescubrir la alegría de ser familia y el trabajo en favor de una pastoral juvenil paciente, abierta y misionera han sido experiencias fecundas y alentadoras. Expresión fuerte y momentos culminantes del camino recorrido han sido los encuentros Diocesanos de Familia (2007) y de Jóvenes (2008). Al hacer esta lectura creyente también nosotros nos hemos sentido confirmados en esta certeza: “… ¡es verdad, el Señor ha resucitado!…” (Lc 24, 34)

  2. Se trata entonces de afianzar esta presencia en nuestras vidas y en la vida de nuestras comunidades. Para ello hemos de acoger cada día al Peregrino de Emaús, pidiéndole que se quede con nosotros, que nos explique las Escrituras y parta para nosotros el Pan. El “programa” que nos proponía Juan Pablo II al inicio del milenio de conocer, amar e imitar a Jesucristo, sigue vigente. El encuentro con una Persona que le da a la vida un nuevo horizonte y una orientación definitiva, del que nos hablaba Benedicto XVI al comenzar su ministerio , sigue siendo lo decisivo del cristianismo. Es la presencia viva y operante del Resucitado en nuestras vidas y en la vida de nuestras comunidades lo que les da autenticidad cristiana. Por ello sin Palabra de Dios y sin Eucaristía no hay posibilidad de un cristianismo vigoroso, entusiasta y contagioso. Hemos de seguir buscando caminos para que el encuentro sacramental con el Señor se afiance cada día más en la vida de nuestra Iglesia diocesana. En este sentido son muy iluminadoras las palabras del Papa en el discurso inaugural de la Conferencia de Aparecida: “Cada domingo y cada Eucaristía es un encuentro personal con Cristo…La Eucaristía es el alimento indispensable para la vida del discípulo y misionero de Cristo…De aquí la necesidad de dar prioridad en las programaciones pastorales, a la valoración de la misa dominical…” ¿Qué medios favorecen este encuentro? ¿Qué lugar ocupa en nuestra vida personal y comunitaria la búsqueda de un encuentro cada día más profundo y comprometedor con el Señor? ¿Cuál es la centralidad de la misa dominical en esta búsqueda?

  3. Pero si queremos afianzar el encuentro sacramental con el Señor Resucitado no podemos dejar de tener en cuenta que un aspecto central de dicho encuentro es el ministerio sacerdotal. Por ello quiero traer a este momento de nuestra reflexión la urgente necesidad de toda la Iglesia, también de la Iglesia diocesana, de contar con muchos y santos sacerdotes para el servicio de su pueblo. Sin sacerdotes no hay Eucaristía y sin Eucaristía no hay Iglesia. Para afianzar la presencia sacramental del Resucitado en medio de su pueblo necesitamos absolutamente del ministerio sacerdotal; por ello quiero invitarlos a hacerse cargo de esta necesidad que es de todos, pero más sentida allí donde no hay presencia habitual de pastores que hagan sacramentalmente presente al Buen Pastor. En mis vistas pastorales constato que son muchas las comunidades que reclaman una mayor presencia sacerdotal, lo que confirma cuanto vengo diciendo. Por ello les pido que recen por sus pastores, que los cuiden y acompañen; que los alienten y corrijan, cuando sea necesario. Les pido que recen por nuestros seminaristas, para que sean cada día más disponibles a la formación que la Iglesia les ofrece. Les pido que rueguen de manera insistente al Dueño de los sembrados que envíe muchos trabajadores para la abundante cosecha. Un signo de la madurez de nuestro trabajo pastoral será su capacidad de suscitar en los jóvenes de la diócesis la inquietud y la disponibilidad para acoger el llamado que ciertamente Dios está haciendo a muchos para consagrarse en la vida sacerdotal, religiosa y misionera. ¿Qué pasos podemos dar en nuestras comunidades para fomentar la valoración, el cuidado y el crecimiento de la vida sacerdotal? ¿Cómo promover entre nosotros una adecuada pastoral vocacional? ¿Qué podemos proponernos para fomentar en nuestras comunidades el creciente aprecio por la vida consagrada en sus distintas formas?

Profecía misionera y solidaria

  1. Pero nuestro encuentro con el Señor sería incompleto si no se convierte en anuncio y profecía de su presencia, si no nos lanza decididamente a comunicar a otros esta Buena Nueva: “…En ese mismo momento se pusieron en camino…contaron los que les había pasado y cómo lo habían reconocido al partir el pan…” (Lc 24,35). El discípulo auténtico siente el apremiante deseo de compartir con otros el Evangelio y poner gestos concretos de su presencia entre nosotros. Es la profunda experiencia de encuentro con el Resucitado la que hacía decir a los Apóstoles: “…Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído…” (Hch 4,20); y es la misma experiencia que hacía exclamar a San Pablo: “… ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!…” (1ª Cor 9,16)

  2. Al concluir la Vª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Aparecida, los obispos nos urgen a un renovado impulso misionero: “… ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo que ha llenado nuestras vidas de sentido, de verdad, de amor, de alegría y de esperanza! No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia, que Él nos convoca en Iglesia y que quiere multiplicar el número de sus discípulos y misioneros en la construcción de su Reino en nuestro Continente…” (DA 548)

  3. Ante una llamada tan comprometedora no podemos permanecer indiferentes. Nuestro objetivo de ser testigos y servidores suyos, en las diferentes realidades de nuestra Diócesis tiene que traducirse en concretas opciones que den un estilo claramente misionero y solidario a toda nuestra práctica pastoral. Por ello especifican los obispos latinoamericanos: “…ciudades y campos…todos los ambientes de la convivencia social, en los más diversos areópagos de la vida pública, en las situaciones extremas de la existencia, asumiendo ad gentes nuestra solicitud por la misión universal de la Iglesia….” (DA 548) Y más adelante, citando al Papa, nos recuerdan: “…Esa misión evangelizadora abraza con el amor de Dios a todos y especialmente a los pobres y los que sufren. Por eso no puede separarse de la solidaridad con los necesitados y de su promoción humana integral… El pueblo pobre de las periferias urbanas o del campo necesita sentir la proximidad de la Iglesia, sea en el socorro de sus necesidades más urgentes, como también en la defensa de sus derechos y en la promoción común de una sociedad fundamentada en la justicia y en la paz…” (DA 550)

  4. Se trata de un estilo misionero que sale al encuentro, de casa en casa y –más aún- de corazón a corazón. Que busca llegar a las periferias geográficas y existenciales; que no se conforma con frases hechas como: “siempre se hizo así”, “ya probamos todo”, “la gente no responde”… Se trata de un estilo misionero que se sabe deudor de la fe recibida de los mayores y que siente urgencia por compartir esta riqueza con otros. Al prepararnos a la celebración de los cincuenta años de nuestra Iglesia diocesana, ¿no deberíamos agradecer tantos dones con un renovado empeño misionero? ¿Cuáles son las realidades geográficas o ambientales de nuestras parroquias que necesitan más de nuestra presencia misionera? ¿Cómo podríamos salir a su encuentro? ¿Cómo deberíamos “bajar” a nuestra realidad diocesana la Misión Continental propuesta por los obispos en Aparecida?

  5. Pero además del estilo misionero, nuestra pastoral debería estar marcada por su impronta solidaria, para ser verdaderamente profética. Nos lo enseña Benedicto XVI en su primera Encíclica: “…Con el paso de los años y la difusión progresiva de la Iglesia, el ejercicio de la caridad se confirmó como uno de sus ámbitos esenciales, junto con la administración de los Sacramentos y el anuncio de la Palabra: practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio. La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra…” La Iglesia primitiva, a la luz de la Pascua, no sólo tuvo conciencia misionera sino que también tuvo clara conciencia de su responsabilidad para con los más pobres de la comunidad (cfr. Hch 2, 42-47). Por otra parte nuestra experiencia cotidiana nos confirma que hoy –y siempre- el mundo es particularmente sensible al testimonio solidario de tantos hermanos y hermanas que han sabido encarnar en sus vidas el mensaje de Jesús en el Evangelio según San Mateo (25, 31ss). La Beata Teresa de Calcuta ha servido a la misión mucho más que innumerables programas y proyectos misioneros vacíos de espíritu solidario… ¿No será entonces éste un camino para nuestra misión? ¿Son realmente las Caritas de nuestras comunidades, u otros servicios solidarios, expresión cabal del compromiso comunitario con los hermanos más pobres, débiles y sufrientes? ¿El cincuentenario de la diócesis no podría celebrarse con gestos concretos de solidaridad por parte de las comunidades parroquiales y la comunidad diocesana toda?

  6. Como a los discípulos de Emaús, también a nosotros el encuentro con el Señor Resucitado nos ha hecho arder el corazón y nos ha devuelto el fervor apostólico. Pero para no correr en vano hemos de detenernos a mirar nuestra realidad y –con la ayuda de Dios y de los hermanos- descubrir en ella las preguntas, las inquietudes, las búsquedas y necesidades de aquellos a quienes queremos comunicarles la Buena Nueva. Decía un famoso predicador que los cristianos tenemos las respuestas para los hombres de nuestro tiempo, pero no siempre sabemos reconocer cuáles son sus preguntas. Por ello con actitud humilde y creyente estamos dedicando un tiempo (los meses de marzo y abril) para hacer una mirada a la realidad que nos permita plasmar un mejor diagnóstico pastoral de nuestra diócesis. Sólo así podremos acertar en las respuestas, dándonos objetivos concretos y realistas.

  7. En este año paulino que estamos transitando con toda la Iglesia deberíamos tomar ejemplo de San Pablo, que es el paradigma de todo evangelizador, y aprender a descubrir con los ojos y el corazón creyentes lo que Dios y los hermanos esperan y necesitan de nosotros: “…Me hice todo para todos, para ganar por lo menos algunos…” (1ª Cor 9,22). Esta es la actitud que le llevará a su célebre diálogo evangelizador en el Areópago de Atenas (cfr. Hch 17, 16-34) que, más allá de su aparente fracaso, es un modelo de anuncio misionero que atiende a la realidad de los destinatarios.

  8. Pero además del ejercicio comunitario de mirada a la realidad, todos deberíamos personalmente reconocer nuestro propio ambiente familiar, laboral, de estudio, de esparcimiento. Intentando descubrir también allí la llamada de Dios y la posibilidad de ser anuncio y profecía del Señor Resucitado para quienes comparten más de cerca nuestras vidas. ¿Nuestros familiares y amigos, nuestros compañeros de estudio o trabajo, la gente con la que compartimos la vida cotidiana, encuentra en mí un auténtico servidor y testigo del Resucitado? ¿Son mis gestos, palabras, acciones u omisiones, anuncio y profecía del Señor para mis hermanos? ¿No estaremos dando a menudo la excusa a quienes se resisten a abrirse al Evangelio por culpa de las incoherencias de los que frecuentamos la Iglesia?

  9. La Pascua de Jesús es el inicio de una nueva vida. Cristo Resucitado nos abre la puerta del Reino anunciado desde antiguo y que con él se hizo definitivamente presente en la historia. La Pascua nos asegura que ese Reino ya no es pura promesa. Por Cristo, con él y en él ha comenzado a desplegarse en la historia de los hombres y de los pueblos. Cuando sólo Dios es reconocido como Dios; en cada gesto de amor, perdón y servicio; cada vez que alguien es capaz de entregarse por Dios y los hermanos; en definitiva, cada vez que triunfa la gracia sobre el pecado, el Reino se hace presente. Lamentablemente nuestra experiencia cotidiana nos muestra que esta realidad ya comenzada sin embargo no está todavía plenamente realizada. Por ello la Iglesia, la comunidad de los discípulos del Resucitado, debe ir poniendo gestos concretos que anuncien y hagan presente la victoria de la Pascua y la profecía del Reino cuya plenitud esperamos. Nuestro camino pastoral se debería orientar precisamente en esta dirección: ayudarnos personal y comunitariamente a ser profetas de una realidad nueva, donde Dios reina mediante su amor y su gracia; es decir, a ser profetas del Reino, testigos de la Pascua, servidores de la esperanza.

  10. De esta manera, nuestra Iglesia diocesana será fiel a su vocación más profunda: ser memoria, presencia y profecía del que dice “…Yo hago nuevas todas las cosas…” (Ap 21,5). A nosotros nos toca ayudarnos en este camino pastoral para discernir “…lo que el Espíritu dice a las Iglesias…” (Ap 2,7) y, con actitud dócil y disponible, ponernos a trabajar responsablemente en la misión que hemos recibido: “…dar testimonio de la Buena Noticia de la Gracia de Dios…” (Hch 20,24). Se trata de una tarea fascinante y comprometedora, de la que nadie puede excusarse. Todos somos necesarios en la misión y cada uno tiene un lugar irremplazable. Es el mismo Señor Resucitado que –como a los Apóstoles- nos dice a nosotros: “…Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo…” (Mt 28, 19-20)

Con afecto de padre y hermano los invito a preparar con mucha seriedad y entusiasmo nuestra próxima Asamblea. Confiado en la presencia discreta y protectora de nuestra Madre de Guadalupe y de San José, les envío a todos mi bendición.

  • Carlos María Franzini Obispo de Rafaela Pascua 2009
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