“Hoy estamos hambrientos de pan, trabajo, felicidad, sentido y Dios”

Expresó Ariel Botto en la homilía de la fiesta de Corpus Christi, celebrada frente al templo de la parroquia Santa Rosa Lima. El obispo Fernández (ausente por una operación) emitió un mensaje grabado: “Cristo quiso quedarse para siempre en medio de su pueblo como alimento salvador”. Luego se realizó la procesión del santísimo sacramento alrededor de la plaza Corti.

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Por Emilio Grande (h.).- Luego de tres años debido a la pandemia, en la tarde de este sábado se desarrolló la fiesta decanal de Corpus Christi frente al templo de la parroquia Santa Rosa Lima del barrio Villa Rosas, ante un buen marco de público que se ubicó en la calle y en la plaza “Padre Normando Corti”.

La ceremonia fue presidida por su párroco Oscar Sara y concelebrada por la mayoría de los sacerdotes de la ciudad. La homilía estuvo a cargo de Ariel Botto (vicario de la Catedral San Rafael), que a continuación se transcribe:

Con sencillos trazos, el apóstol Pablo trae hasta nuestros días la memoria viva del gran misterio que hoy celebramos. La misma noche en que fue entregado, Jesús quiso quedarse para siempre en medio nuestro. A partir de aquella noche toda nuestra vida, toda la vida de la Iglesia, más aún, toda la historia giran en torno a las palabras que sellaron un amor incondicional: “Tomen, coman, esto es mi cuerpo”, “tomen, beban, esta es mi sangre”.

Por eso, hoy estamos reunidos como pueblo de Dios para celebrar con asombro y gratitud el misterio de nuestra fe: la eucaristía. De ella queremos seguir sacando fuerza, luz y aliento para nuestro peregrinar en la fe. De este misterio queremos también vivir nuestra vida cristiana para ofrecerla con sencillez, convicción y entusiasmo a nuestros hermanos, especialmente a quienes todavía no lo conocen.

Convocados en torno al altar, reeditamos esta tarde la escena evangélica que san Lucas nos ha guardado para que, como pueblo de Dios, volvamos a hacer memoria de la sobreabundancia su don para con nosotros. La buena noticia de la multiplicación de los panes es uno de esos hechos que quedó grabado para siempre en la memoria de la Iglesia. Nunca nos cansaremos de escuchar maravillados lo que aconteció aquella tarde. Tan sólo cinco panes y dos pescados fueron suficientes para dar de comer a una multitud y para que sobraran doce canastos. La desproporción entre nuestra pobreza y el don de Dios sigue provocando en el pueblo creyente admiración y estupor, gratitud y alabanza. Esta desproporción es la que explica que hoy nos reunamos en torno a un poco de pan y vino que por las palabras de la consagración se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. También hoy ellos provocan en nosotros admiración y por eso celebramos, adoramos y damos humilde testimonio de nuestra fe.

En aquel relato cargado de gestos y signos expresivos encontramos el misterioso diálogo que a lo largo de la historia se da entre el hombre indigente y pecador y el Dios providente y compasivo. La multitud enferma y hambrienta sigue a Jesús, en quien encuentra respuesta y consuelo. También nosotros y tantos de nuestros hermanos, están hoy hambrientos de pan, de trabajo, de felicidad, de sentido, de Dios. Jesús se acerca a nosotros para ofrecernos su respuesta, siendo la eucaristía, como nos enseñó santo Tomás de Aquino, “singular consuelo en las tristezas de su ausencia”.

Nunca estamos solos sino que siempre caminamos con el Señor. Cuando las dificultades y los problemas nos paralizan o aíslan, volvamos nuestro corazón al don que Dios nos ha hecho en la eucaristía, para siempre volver a levantarnos y ponernos en camino con la fuerza de este pan de vida. La procesión que haremos al finalizar esta celebración, no solo es testimonio de nuestra fe eucarística, sino también recuerdo constante de que solo Él puede liberarnos de todo abatimiento, desconsuelo y desesperanza, de que nunca nos deja solos en el camino, sino que se pone a nuestro lado y nos indica la dirección; como lo hizo con los discípulos de Emaús, en cada eucaristía el Resucitado se pone junto a nosotros en el camino de la vida para ayudarnos a entender su sentido y a desear siempre la meta.

Como sucedió en la primera multiplicación de los panes, en la que Jesús pidió la colaboración de los discípulos hoy también se hace pan y consuelo con nuestra colaboración, que no puede nunca reducirse a gestos esporádicos e individuales, sino que debe convertirse en un estilo de vida. Y por eso nuestra devoción eucarística se expresa no sólo celebrándolo sino también en gestos concretos y comprometidos de servicio. Frente al Señor sacramentado queremos interrogarnos también hoy cómo podemos servirlo mejor en sus predilectos, con generosidad, ingenio y perseverancia, en el servicio humilde y escondido a los hermanos más necesitados. Nuestro mejor encuentro con el Señor es el que nos lleva a reconocer su misteriosa y real presencia en el hermano pobre, enfermo o sufriente.

El gran regalo de Dios es también un trabajo para nosotros. El Señor nos pide que lo ayudemos a repartirse como pan, que quiere estar cerca de la gente a través de nuestras manos. Jesucristo, pan de vida, quiere que lo ayudemos a darse, a partirse para estar, a ser pan para alimentar y crear la comunión, para unirnos a todos en torno a sí. Al hacerlo somos más Iglesia y testimoniamos al mundo lo que Él ha querido hacer con nuestra historia.

Una vez más el Señor se nos hace compañero de camino, hace arder nuestro corazón con su palabra y se nos da multiplicado para que lo reconozcamos al partir el pan. Por eso le pedimos que se quede con nosotros porque lo necesitamos para caminar juntos, para crecer en solidaridad y para compartirlo con los demás.

Mensaje de Fernández

Al final de la misa y antes de la procesión con el santísimo sacramento alrededor de la mencionada plaza, se emitió un mensaje grabado del obispo diocesano Luis Fernández, quien estuvo ausente por una operación: “Reunidos por la presencia de la solemnidad del cuerpo y la sangre de Cristo, que quiso quedarse para siempre en medio de su pueblo como alimento salvador. Vamos a salir juntos después de la eucaristía celebrada a caminar en procesión por las calles del barrio, a pasear el Corpus Christi, el cuerpo del Señor resucitado presente en este pan vivo bajado del cielo que nos congrega en la unidad, en la comunión, en el sueño más grande de Dios, que es la fraternidad y solidaridad humana”.

Y agregó: “El pueblo y la ciudad vuelven una vez más a reconocer en Jesucristo a Dios hecho hombre, presente en este humilde pequeño trozo de pan, pero un pan consagrado por la Iglesia, capaz de dar la vida nueva a la humanidad, que hoy sigue tan necesitada, hambrienta y sedienta de la presencia del amor de Dios en el mundo”.

Finalmente, sostuvo que “caminemos con esperanza y confianza, que en el mismo desierto de la vida de ayer y de hoy también el Señor hará milagros, y nos acompañará dándonos fuerzas para este momento de la historia. Vamos con el Señor, presencia resucitada, y junto con la Virgen; no nos olvidemos nunca ¡viva la Virgen!”.

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