Homenaje violento: el fastidio del discurso conspirativo

Kirchner no estaba interesado en ocupar el espacio que a un presidente de origen peronista como él le corresponde en el último homenaje al fundador del movimiento. Kirchner tiene con las tradiciones de ese movimiento relaciones conflictivas.

Por Beatriz Sarlo

Compartir:

El enfrentamiento entre militantes sindicales en la quinta de San Vicente, durante la tarde en que debía culminar un homenaje a Juan Domingo Perón, recibió interpretaciones y condenas. Variando el punto de vista, se abre una pregunta: ¿cómo podría haber sucedido de otra manera? Como ejercicio, imaginemos las circunstancias políticas y organizativas de otro escenario.

El presidente Kirchner avisa, hace quince días, que él, su esposa, miembros de su gabinete, el vicepresidente Scioli, el presidente de la Cámara de Diputados y el de la Corte Suprema asistirán a la recepción de los restos del general Perón en la quinta de San Vicente. Como se trata del homenaje a un ex presidente que fue miembro de las Fuerzas Armadas, a través de la ministra de Defensa se las incorpora a la ceremonia. Es la última estación de los restos mortales de uno de los grandes políticos del siglo pasado y, en consecuencia, no puede desarrollarse en petit comité, entre los deudos directos de una familia reducida. Como el mausoleo está en la provincia de Buenos Aires, el gobernador Solá hace las invitaciones correspondientes a su distrito. Los gobernadores que quieran asistir serán bienvenidos. Todos los ex presidentes recibirán una invitación. Y como Perón modeló el perfil sindical moderno y trabajó con intensidad con sus dirigentes, los sindicatos le harán guardia de honor.

Esta resolución del gobierno hubiera requerido, a su vez, solucionar de antemano una especie de conflicto de competencias (provocado, en parte, por el mismo Kirchner cuando se refirió, hace tiempo, a los impulsores de la construcción del monumento fúnebre en forma despectiva como “grupo mausoleo”, ironía que los colocaba en las aguas muertas de la política).

A fin de llevar a la práctica este diseño, en el Ministerio del Interior, Aníbal Fernández debería armar un grupo ad hoc, coordinado con el Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, para garantizar las condiciones de desplazamiento y permanencia en un lugar que iba a ser ocupado por la cumbre de la política y del gobierno argentinos. Se habría acordado que se pronunciara solamente un discurso, el del Presidente.

Si todo esto no se hizo, me resulta difícil creer que es sólo porque no fue posible. Me resulta difícil creer que Duhalde tiene hoy poder suficiente para negarse y que, frente a una resolución presidencial tomada firmemente, Moyano se habría opuesto, sin medir las consecuencias que eso implicaba para su futuro cerca del poder y de sus millones.

La Argentina inhabilita hasta dejar exhaustos tales ejercicios de imaginación. En este caso, lo imaginado fue imposible por causas que se arraigan en la ideología de Kirchner y en sus reflejos. Kirchner no estaba interesado en ocupar el espacio que a un presidente de origen peronista como él le corresponde en el último homenaje al fundador del movimiento. Kirchner tiene con las tradiciones de ese movimiento relaciones conflictivas.

Se ha dicho que aborrece la necrofilia del peronismo, lo cual implicaría despreciar una parte del pasado que él mismo reivindica, ya que el Presidente seguramente no ha olvidado que el nacimiento de Montoneros se originó en el secuestro y asesinato de Aramburu, uno de cuyos motivos fue averiguar el paradero del cadáver de Eva Perón, vilmente robado de la CGT, donde descansaba, por hombres de la revolución de 1955. No puede haber olvidado tampoco que la reivindicación de ese cadáver no fue, en los años setenta, una bandera del peronismo de derecha, sino también de las juventudes peronistas radicalizadas, que decoraban sus carteles con la foto de Eva en su final transmutación montonera.


Si, como ha trascendido, Kirchner detesta la necrofilia es porque en este tema se parece más a un lector de Tomás Eloy Martínez que a un joven de los años setenta. O, probablemente, como los que fueron jóvenes entonces y ahora son políticos maduros, crea oportuno circunscribir el discurso sobre “nuestros muertos” a los que desaparecieron a manos del terrorismo de Estado y no a los dos muertos legendarios. Como si no hubiera lugar suficiente y unos muertos desalojaran a otros.

Pero, si se deja en paz a los muertos y se vuelve a los componentes ideológicos de Kirchner, se comprueba que en sus discursos las imágenes y citas del peronismo histórico están reducidas a casi nada. Tampoco la senadora Fernández de Kirchner considera apropiado mencionar con frecuencia a Eva Perón, un ritual que cumplieron todas las mujeres políticas del peronismo y de otros partidos. Hasta hace poco, la foto de Eva colgaba de los despachos de los peronistas y de los miembros del Frente Grande. No sé si hoy subsisten, pero lo cierto es que Eva y Perón están, por el momento, casi ausentes de los discursos presidenciales. Evocan lo viejo de la política, del sindicalismo, la cara impresentable del peronismo. Cuando se los menciona, la frase es mezquina y breve.

El Presidente no dice si se considera a sí mismo peronista; demuestra que no quiere presidir el partido y que no está interesado en el armado de ese instrumento sino de otros más multicolores. En lo que respecta a la centralización del poder y la unidad de la conducción se comporta en cambio como un alumno aplicado que ha leído todo lo que Perón escribió sobre conducción política.

Kirchner tampoco dice que no es peronista. La ambigüedad podría ser su derecho si se tratara de un ciudadano del común que atraviesa una etapa de indecisión entre su vieja conciencia ideológica y nuevos horizontes. Pero es el político más poderoso de la Argentina. Sobre sus vacilaciones se ejercen ciertas restricciones de hecho: los ciudadanos, aunque nadie parezca muy interesado en el asunto, podrían necesitar un saber más explícito sobre las opiniones del Presidente. Todo está claro cuando se trata del terrorismo de Estado y de la militancia de los años setenta; en cambio, todo es grisáceo, blando y aproximativo cuando se trata del pasado del movimiento al que el Presidente perteneció desde su juventud. Kirchner, que habitualmente habla con esquemática claridad, calla sobre el peronismo y desecha sus emblemas en silencio, con un gesto mezquino que busca al mismo tiempo alejarse de ellos y disimularse en la imprecisión o la elipsis.

Para ir más lejos: Kirchner no tiene derecho a reservar para sí sus opiniones sobre el peronismo histórico. Electoralmente podrá encabezar las boletas del Frente para la Victoria o cualquier otro nombre de fantasía, ya que se trata de un armado de distritos en función de elecciones, y a él pueden confluir, como se está viendo, los radicales kirchneristas y gente de otras tradiciones. Pero una cosa es una elección y otra son las ideas de un político que no puede cercar zonas de su ideología como espacios privados. Sería comprensible que Kirchner se pensara como una nueva síntesis. Pero tiene que decirlo y, en ese caso, tiene que decir también cuáles son los elementos que llegan hasta ella (incluido, entre esos elementos, la identidad peronista). Sería legítimo que, siguiendo la tendencia suya más evidente, se presentara como lo radicalmente nuevo.


Tenemos derecho a esas precisiones, aunque no estén muy en el espíritu de la cruda política actual. La indecisión, por otra parte, no tiene consecuencias sólo ideológicas, sino también prácticas: Kirchner no quería ni ir ni no ir al homenaje a Perón. No supo o no quiso que se supiera. El disimulo puede ser, en un cortísimo plazo, una opción táctica posible. Pero no puede convertirse en origen de decisiones tomadas sin ton ni son, tarde y mal, como en el caso del acto en San Vicente.

Siguiendo en esto de muy cerca a Perón en sus conflictos con la oposición durante su primer gobierno, Kirchner acusó de la violencia a una conspiración de quienes se oponen a que él transforme el país como lo está haciendo.

El reflejo conspirativo tiene dos rasgos. Por un lado, coloca a quien lo enuncia en un lugar extremadamente confortable: es atacado por sus buenas acciones, por su impulso transformador, por su voluntad de justicia y reparación, por su defensa de los derechos humanos, etc. Por el otro, abre una especie de pozo donde, en una mezcla irresponsable producida por el anonimato, se alojan los enemigos y los opositores, los grandes protagonistas de una resistencia al Bien y los pequeños canallas, todos unidos por un acuerdo tácito o explícito, todos trabajando en red. La conspiración vuelve inocente a quien la denuncia, e incrimina a los que no coinciden con esa denuncia.

Esta es la figura melodramática que Kirchner quiere representar de modo invariable, tanto como la de quien no se equivoca jamás. Es inútil insistir en el fastidio que produce el discurso conspirativo. El primer reflejo de ese fastidio es una pregunta sencilla: ¿me está tomando por idiota? Pero el interlocutor que se haga esa pregunta, por una extensión infinita propia de la conspiración, quedará implicado dentro de ella. Del discurso conspirativo no hay salida hacia la razón política.

El problema de fondo, sin embargo, no se representa en un teatro conspirativo. La fortuna puede acompañar al Presidente incluso cuando se equivoca, mientras la economía se comporte como una especie de deidad propicia. La cuestión es qué sucede cuando la fortuna no es tan generosa. No lo fue en el caso del homenaje a Perón, donde Kirchner recogió algo de lo que sembró en estos años. La fortuna tampoco lo acompaña, ni nos acompaña a los argentinos, cuando la violencia, como en el caso del testigo López, es más solapada y, por razones que todavía ignoramos, tiene el secreto a su servicio. Frente al caso López, la teatralización conspirativa demuestra lo que es: un recurso retórico, un hueso calcinado de la ideología, nada que sirva.

Por Beatriz Sarlo

La autora es ensayista y catedrática de literatura.

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 22 de octubre de 2006.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *