Harto de la cizaña política

A veces es tan descarado el grado de relativismo inmerso en las políticas de nuestro país, que parece imposible descubrir qué es un ciudadano para un político, puesto que a muchos se les niega valores que son fundamentales, aunque estén amparados constitucionalmente.

Por Víctor Corcoba Herrero (España)

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A propósito del nuevo curso político, se me ocurre cursar estas ideas, previo evocar que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo, por si alguien lo había olvidado. Dicho lo anterior, la verdad que empieza a resultar preocupante la siembra de cizaña que esparcen algunos políticos, o adictos al pesebre de la política, a diestro y siniestro, sin miramiento ni decoro alguno. La política ha de ser una cuestión más de concordia, de acuerdos y pactos, de conformidades antes que de conflicto permanente, el ámbito donde más florezca el espíritu democrático, lejos de un poder dominador y dominiaco, donde la corrupción campee a sus anchas. 

A mi juicio, se confunde el presidente de cualquier gobierno nacional o autonómico, que por serlo ya lo es de toda la ciudadanía, de los votantes suyos y de los no votantes, cuando despacha a otras fuerzas políticas, sean oposición o minorías, con la clásica de darle con las puertas en las narices, alegando que si quieren cambiar una norma lo que tienen que hacer es ganar unas elecciones. Esas no son maneras de hacer política un demócrata. La democracia es abrirse al diálogo, sin exclusión alguna, es la claridad con que se exponen los problemas y la convicción que se traslada para resolverlos, por supuesto lejos de propiciar discursos de confrontación que lo único que hacen es crisparnos y dividirnos.

La cizaña política no conduce a ningún entendimiento. Urge, a mi manera de ver, injertar en la política un estatuto auténticamente humano y también democrático, que impregne de razón lo irracional y ponga al ciudadano como tal, sea del partido del gobierno de turno o no lo sea, en el centro del parte de trabajo político, respetando sus derechos fundamentales por encima de doquier inspiración partidista, puesto que la política ha de servir al bien de la generalidad, de ahí la importancia de consensuar posturas con todas las fuerzas oponentes. Si las funciones públicas que pueden desempeñar los partidos les otorgan relevancia constitucional y les imponen una estructura interna y un funcionamiento democráticos, implícitamente lleva consigo que ha de gobernarse para todos y entre todos, en convergencia, si quiere armados de prudencia y paciencia. Levantar fuego en tan noble tarea de servicio es contrario a su propio fundamento. Tal y como está el patio de charlatanes, pienso que regenerar la política viene a pedir de boca. Hay mucho político inconsciente que no tiene conciencia de su propio papel, que trabaja por su propio bien y el de los suyos, que no respeta otras ideas, inclusive las innatas del derecho natural, ni la coherencia de sus propias promesas electorales. 

A veces es tan descarado el grado de relativismo inmerso en las políticas de nuestro país, que parece imposible descubrir qué es un ciudadano para un político, puesto que a muchos se les niega valores que son fundamentales, aunque estén amparados constitucionalmente. No pasan del espíritu de la letra y cada uno se hace su propia interpretación de los mismos, obviando el debate y el pensamiento ponderado. Se precisan menos politizaciones y más políticas de Estado. Por ejemplo, un pacto de Estado para la reforma de la justicia. Nada hay más injusto que buscar política en la justicia. Un poder tan diferencial como ha de ser el judicial, el mismo portavoz del CGPJ, Enrique López, declaraba en una entrevista reciente, al respecto que “las críticas desde la carrera judicial bienvenidas sean, pero desde el ámbito político suponen una insufrible intromisión en el autogobierno del poder judicial”. Totalmente de acuerdo. Nunca debieran darse. La constitución es bien clara en este asunto.

Toda política es cierto ha de estar comprometida con los ciudadanos, pero con todos, con la mayoría. Y así, frente a ese anuncio de normas abortistas y de otras como la eutanasia, los políticos y máxime un gobierno de un país, tiene el deber de dictar leyes justas a favor de la vida, no de la muerte, respetando los valores morales de toda la colectividad que derivan de la verdad misma del ser humano, de la ley moral natural y objetiva, que es historia de nuestra historia, punto de referencia normativo para la ley civil. La ceguera ética de algunos políticos es tan acusada que indispone cualquier raciocinio, hasta el punto que todo se envenena, se desune, se enzarza, se enemista… Todo un peligro, que podía evadirse, cuando el servicio de la política lo que lleva tácito es la construcción de un orden más humano al servicio de la vocación humana.

Meter cizaña, pues, en política, aparte de mezquino es decepcionante. Lo que realmente debiera avivarse en verdad, sobre todo en este momento que soportamos una leonífera crisis económica en nuestro país que supera las previsiones más optimistas, es la implementación de políticas coherentes para apoyar la justicia social y lograr un reparto más equitativo. Sólo así podrá evitarse el insostenible e injusto desequilibrio entre las mismas comunidades autónomas, a merced del político de turno. Sin duda, para salir de esta crisis se requiere el regeneracionismo de un liderazgo sindical, del sector empresa y de la clase política, que tengo mis dudas de que exista en estos momentos. Precisamos un nuevo modelo de crecimiento de calidad, esto sí que es política progresista, basado en mayores oportunidades de trabajo decente. Lo debe generar la indisoluble unidad de la nación como tal, con sus diversos agentes sociales regenerados con los labios poéticos de la solidaridad autonómica. 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor corcoba@telefonica.net

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