Por Adán Costa.- Cualquier revolución tiene que empezar por una revolución en nuestra concepción del tiempo, dijo Giorgio Agamben. Es una idea, cuanto menos inacabada, la idea predominante de que el tiempo es lineal y productivo. Cuando Hamlet ve el fantasma de su padre muerto dijo que el tiempo está fuera de quicio. Es muy interesante la idea de algo desquiciado para hablar del tiempo, porque no solo tiene que ver con su desanclaje de los lugares en los que estamos acostumbrados a percibir y vivir la temporalidad, sino que también establece la noción de que no podemos terminar de ordenarnos.

Por eso, de algún modo Marx nunca se ha muerto, pese a que se murieron los socialismos reales, sino que se volvió un fantasma que nos asedia todo el tiempo. En nuestras consciencias. Cuando consumimos. Cuando amamos. Cuando naturalizamos la desigualdad social. El tiempo de la pandemia vino a visitarnos para quedarse largamente, nos desordena los hábitos, los modos, el tiempo.

¿Podemos o no reunirnos? ¿Podemos más de quince? ¿Y si somos dieciséis? ¿Quién es el héroe que se inmola, levantando una copa en la nochebuena mirando fijo a la nada (o al todo, ya que es exactamente lo mismo) para que el resto celebre?

Desde 1883 a 1885, apenas cinco años antes de entrar para nunca más salir al neuropsiquiátrico en Jena, Nietzsche se aisló por propio deseo, se fue a vivir solo a la montaña, como una especie de Siddartha Gautama. En esa larga noche en solitario pudo decirnos que todos nosotros estábamos equivocados en nuestra sociabilidad. Pero que no debíamos vivir en soledad como él, sino gregariamente, en comunidad. Pero cambiando el modo. La generosidad sobre el egoísmo. El juicio sobre el prejuicio. Muchas veces terminamos prefiriendo las formas al fondo. Y los problemas continúan.

“Y sea cual sea mi destino, sean cuales sean las vivencias que aún haya yo de experimentar, siempre habrá en ello un caminar y un escalar montañas: en última instancia uno no tiene vivencias más que de sí mismo”, exhaló su Zaratustra. Pero Nietzsche fue más allá. El ser humano no se debe dejar guiar por las multitudes, debe manejarse por sus pasiones y sentimientos, pero a su vez, debe dominarse a sí mismo. Porque enfrente están los demás. Freud, quien quizá sea uno de los que mejores comprendió a Nietzsche, rechazaba la idealización ilusoria de lo humano. La vida hay aceptarla en sus goces y en sus sombras, al margen de la utopía. Pero no por ello se debería consentir con la injusticia concreta.

En la pandemia nadie se salva solo, sino, más que nunca, nos salvamos todos en comunidad, enlazados, transformándonos nosotros mismos primero, para que luego se puedan transformar los valores que predominan. El amor antes que el ego. La nochebuena no va a servir de nada si no nos damos un abrazo de nuevo tiempo y nos deseamos desde el alma un bien vivir. El nuevo tiempo, puede, a su vez, ser un tiempo pasado que no entendimos u olvidamos. ¿Por qué no ir al pasado si todavía no pudimos comprender el presente?

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