Frente al sufrimiento, se mide el valor y la grandeza de un pueblo

El obispo de la diócesis de Rafaela envió un mensaje sobre la difícil y compleja realidad de la pandemia, pero invita a buscar la fraternidad de una nueva humanidad.

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Por Luis Alberto Fernández.- Suele ser lo propio de la vida madura, asumir con entereza el dolor, la tristeza, la desazón y la muerte a la que está expuesta la “vulnerabilidad de la existencia humana”, más cuando abarca en estos momentos a la humanidad entera.

No creíamos que podíamos también hoy nosotros ver con nuestros propios ojos y escuchar sin consuelo, lo que hace un año parecían noticias lejanas de Europa y otros continentes sobre “gritos de médicos y enfermeras extenuados”, diciéndonos que lo que venía era algo difícil, como un monstruo grande que pisa fuerte dejando a su paso la muerte. Que distantes parecían aquellas imágenes de muertos apilados, enfermos en los pasillos de los hospitales, Terapias con sus camas agotadas, cajones de muertos apilados y un silencio que lo iba invadiendo todo cuando no hay repuesta, ni de la ciencia, ni de la economía, ni de la política, ni de lo que el mundo hasta ese momento se sentía tan satisfecho, seguro y cómodo en una sociedad de consumo.

Yo no lo quería escuchar ni creer ayer, de un sacerdote que había ido a hisoparse, dando positivo en el Covid-19, en el norte santafesino, cuando relataba, el duro y tremendo momento de angustia, desorientación, cansancio y estrés de los pocos a veces trabajadores sanitarios, sin dormir ni dar abasto, con compasión queriendo salvar vidas pero que ya solo están en las manos de Dios.

Nos tenemos que dar cuenta que todos estamos en la “misma barca”, que no vamos a salvarnos solos, quedándonos encerrados en nuestras preocupaciones  y necesidades, que son estos tiempos difíciles en los que debemos estar más unidos que nunca, sabiéndonos “escuchar”, dar una mano entre todos, donde es necesario que aparezca lo más profundo de nuestro corazón, llamado a respetarnos, querernos y confiar más los unos de los otros.

Siempre los tiempos “más difíciles se pueden convertir en oportunidades” para que aparezca lo mejor de cada uno de nosotros, porque sale  a la luz la verdad más grande y profunda que hay en cada mujer y cada hombre, donde la “compasión”, el dejar lugar a los más vulnerables, el no perder la alegría y la cordialidad, resaltando “la bondad, la  ternura y el encuentro”.

A la madurez de la existencia se llega cuando somos capaces de morir a nuestros “orgullos, pensamiento único, prepotencias y violencias”, que solo dejan en la sociedad mucha tristeza y cada vez más codicia y menos diálogo.

Toda mujer y todo hombre de buena voluntad sabe lo que es vivir con honestidad y de verdad, haciendo el bien, lo más importante para construir un país y un mundo nuevo desde la dura, pero también hermosa realidad que es vivir y amar. 

Los creyentes cada uno desde su fe, buscando la fraternidad de una nueva humanidad, todos unidos y con esperanza, sin claudicar en la “verdad recibida”, hagamos de estos tiempos duros y difíciles donde una gran tormenta ha “ennochecido la Tierra”, despuntar un “nuevo amanecer” donde todos tengan posibilidades, de vivir en familia, con trabajo, con educación, con salud, con respeto y misericordia por todos los hermanos.

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