Francisco y la politica internacional

Por Rodolfo Zehnder.- Es de comentario asiduo en estos días el inicio del restablecimiento de relaciones diplomáticas plenas entre Estados Unidos y Cuba, adoptando un camino de diálogo que podría generar en vínculos comerciales, abolición del anacrónico bloqueo, y otros acercamientos culturales y económicos. Se comenta y resalta, al respecto, el rol que le cupo al papa Francisco en este histórico reacercamiento entre esos países. Sin perjuicio de que no trascendieron detalles de la actuación del Papa en la cuestión, y ellos no saldrán a la luz por mucho tiempo, por la prudencia que impera en este campo diplomático, cabe señalar en primer lugar que la intervención papal no puede resultar sorpresiva. El involucramiento de Francisco en cuestiones que atañen a la paz mundial es una constante de su corto pero ya fecundo pontificado. Francisco estuvo presente en la cuestión de la guerra civil en Siria; también en la no resuelta cuestión en Ucrania con los separatistas prorrusos (si bien en el marco de una gran discreción); en la última guerra entre Israel y los palestinos; y como tiene la convicción de que la violencia que aqueja a muchas partes del planeta obedece a menudo a causas económicas, no pierde oportunidad de clamar por el escándalo que significan la pobreza y la desigualdad crecientes en el mundo, abogando por una drástica modificación de las estructuras anacrónicas de un capitalismo improductivo. También es sabido su reiterado énfasis en denunciar todas las estructuras de explotación del hombre por el hombre, como por ejemplo el drama de los migrantes, en tanto la migración es un fenómeno mundial in crescendo que deriva muchas veces en una nueva forma de explotación; y sus esfuerzos en pro del ecumenismo, y de la superación del consumismo desenfrenado y de los negociados derivados del tráfico de armas y de estupefacientes. No es nueva la intervención de la Iglesia Católica en cuestiones trascendentales que afectan los derechos humanos y la paz de los pueblos, pero cada Papa le da un sello distintivo, adecuado a carismas personales y problemáticas propias de cada situación histórica. Sin remontarnos demasiado al pasado, la genial intuición y decisión de San Juan XXIII, en 1963, de convocar a un Concilio (el Vaticano II) tuvo que ver con la necesidad de aggiornamiento de una Iglesia que había perdido parte de su impronta y de su ímpetu en la búsqueda de la paz y el bien común. El siguiente papa Pablo VI condujo la Iglesia con magistral decisión e inspiración en tiempos difíciles y tumultuosos, (es todavía recordado su magistral discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas clamando por la paz: “Jamais la guerre!”, imploraba a un mundo que se estaba acostumbrando a la violencia como forma de solucionar problemas e injusticias instaladas; y a un mundo poco acostumbrado a esas intervenciones papales en instituciones laicas de colectivo alcance. San Juan Pablo II eligió dos caminos: sin descuidar la intervención activa en cuestiones políticas puntuales (aún no se ha descorrido de todo el velo de su intervención en la caída del comunismo, a fines de la década del 80 y principios de la 90), prefirió privilegiar su calidad de misionero: el Pastor que, cuidando su rebaño, tantas veces esquivo, pastoreó, misionó, por todo el mundo, como un peregrino que llamaba a todos absolutamente a todos a construir un mundo mejor. Benedicto XVI, fiel a su calidad de eximio teólogo, no podía estar ausente en esa construcción, legándonos encíclicas de indiscutible valor. El papa Francisco ha elegido varios caminos o frentes simultáneos, antes señalados, siempre partiendo de su sencillez: su intervención, a veces abierta, campechana, y otras veces discreta, sobria, no diría secreta para no minimizarla pero ciertamente sin exteriorizaciones, en cada cuestión política, apelando siempre a la razón y a la conciencia moral. Intervención que, huelga decirlo, no puede medirse en éxitos concretos, inmediatos, sino en el tiempo, por aquello de que “el tiempo es superior al espacio”, como lo describiera en su Evangelii Gaudium. Pero cuidado: no caben hacerse ilusiones y extraer conclusiones desmedidas en lo que acontezca en Cuba. Se trata del inicio de un proceso de cambio, que no sabemos dónde y cuándo y cómo do terminará. Obama encontrará fuertes disensos y oposición, mayormente por parte de sectores muy conservadores, normalmente alineados con el Partido Republicano. De todos modos, se sabe que una necesidad ontológicamente imperativa del capitalismo es la apertura de nuevos mercados, y en eso aún los sectores más recalcitrantes de la política exterior de Estados Unidos coinciden. Creo que este hecho enseña que los conceptos de insuperabilidad e inevitabilidad de los conflictos mundiales, con su secuela de realismo envuelto en resignación, cuando no de fatalismo, han sido puestos en duda. Pereciera ser que la superación de los obstáculos pude ser posible, por formidables que sean o parezcan, si predominan la cordura, la sensatez, la racionalidad, y si estos conceptos vienen de la mano de personas o instituciones dotados como resaltara el mismo Obama en referencia a Francisco de “ejemplariedad moral”. La ética y el sentido común, amigo lector, a veces prevalecen, y eso no deja de ser una buena noticia en este difícil año que dejamos.

El autor es miembro de la Asociación Argentina de Derecho Internacional (AADI) y del Consejo Argentino de Relaciones Internacionales (CARI).

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