Francisco, un líder de la nueva evangelización

El Papa dijo que eligió el nombre del Pobre de Asís por la pobreza y la paz. Con su ejemplo de sencillez impulsará una Iglesia pobre para los pobres. También mostrará la paz de hermano universal que San Francisco mostró al rechazar las cruzadas y dialogar con los hermanos musulmanes. Será un promotor del diálogo, sobre todo con el islam, para la paz del mundo.

Por Carlos María Galli (Buenos Aires)

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Por Carlos María Galli.- En 2005, antes del cónclave, le entregué una carta manuscrita al cardenal Jorge Mario Bergoglio. Le decía que, así como en 1978 el Papa vino del Este y se llamó Juan Pablo II, era tiempo de que llegara un papa del Sur. Fue elegido Benedicto XVI, quien completó la época de dos papados surgidos en el centro de Europa. Su enseñanza sigue resonando . Su última encíclica fue la lúcida renuncia conforme con lo que siempre fue y pensó. Él abrió el espacio para una nueva etapa.

Desde el 11 de febrero expresé que el nuevo papa, si salía de América latina , iba a ser Bergoglio. Mantuve esta opinión hasta la mañana del 13 de marzo en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, donde soy profesor desde hace décadas y fui decano de 2002 a 2008.

Me refiero sólo a dos aspectos del papa Francisco . Llega del sur del Sur, «casi del fin del mundo», con un consenso mayor a su predecesor. Se dice que fue votado con más de noventa votos. Tiene un clara figura pastoral, manifiesta en sus gestos y sus palabras. Sin conocer detalles, sospecho que se ha buscado, entre otras cosas, un buen pastor que impulse la nueva evangelización.

En 2007 fui perito teológico en la V Conferencia del Episcopado latinoamericano en Aparecida, Brasil. Trabajé con Bergoglio en la elaboración del Documento de Aparecida porque él presidió la Comisión de Redacción. Fue elegido por amplia mayoría y despedido con un aplauso.

En 2012 se celebró en Roma la XIII Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización. Los tres delegados de la Conferencia Episcopal Argentina, con el aval de su presidente, me pidieron que los acompañara como asesor. Como miembro del Equipo Teológico del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) fui requerido para servir a los sinodales latinoamericanos.

Cuando le comuniqué a mi obispo, Bergoglio, las razones que veía para dedicar meses a este servicio, le dije que era importante que la Iglesia de América latina expresara su rostro y su voz porque la nueva evangelización es un desafío para todos los continentes, de un modo especial para los que están en el Sur. Le expresé que había curiales romanos y obispos europeos que querían centrar el diálogo en la crisis que afecta directamente a Europa para, desde allí, bajar línea a las otras iglesias. Bergoglio me llamó rápidamente y me animó a colaborar sobre todo por esta última razón. El Sínodo nos confirmó: no fue sólo para la nueva evangelización de Europa sino de los cinco continentes porque la situación europea no es el desafío mayor que tiene la Iglesia.

En el Sínodo, los obispos de África, América latina y Asia hicieron grandes aportes. En los tres continentes vivimos el 67% de los católicos. La mayoría de estos miembros sureños del Cuerpo de Cristo son pobres para este mundo, pero ricos en la fe para Dios, como dice la carta del apóstol Santiago (Stg 2,5). Francisco está confirmando la opción del amor preferencial por los pobres.

En agosto de 2012, escribí: «Está soplando el viento de Dios a través de los vientos que se cruzan desde el Sur». Luego del Sínodo, en la entrevista que me hizo Radio Vaticano el 29 de octubre, afirmé: «En el Sínodo sopló el viento del Sur, tanto del Este como del Oeste». En aquellos días maduré dos convicciones: Benedicto XVI va a renunciar, tal vez al concluir el Año de la Fe; ya deben concluir estos treinta y cinco años de pontificados de Europa central.

La elección de Francisco confirma que necesitamos un buen pastor que ame a su pueblo y no un mero eclesiástico que haga carrera y se apaciente a sí mismo. Un papa que trasmita los sentimientos del corazón de Jesucristo, quien conoce a cada uno por su nombre y dio la vida por todos «para que tengamos Vida en abundancia» (Jn 10,10). Que tenga el espíritu profético de Juan XXIII, el sabio discernimiento de Pablo VI y la alegre sonrisa de Juan Pablo I. Que integre los carismas de comunicación popular de Juan Pablo II y de serena reflexividad de Benedicto XVI.

Un pastor centrado en Cristo, el Dios-Hombre, que viva en el corazón de Dios, porque «Dios es Amor (1 Jn 4,8)», y que, desde allí, esté en el corazón del pueblo de Dios que camina en el seno de la humanidad contemporánea para mostrar que «lo más importante es el amor» (1 Co 13,13).

Francisco será un papa del Concilio Vaticano II. Hay que proseguir el programa de renovación de la Iglesia en un espíritu de servicio y diálogo, porque la Iglesia es «la sirvienta de la humanidad» (Pablo VI). Bergoglio decía que la Iglesia debe evitar la tentación de centrarse en sí misma, la autorreferencialidad. Una de sus variantes es el clericalismo que vive la autoridad no en forma evangélica, como un servicio al pueblo, sino como un poder mundano que se sirve del pueblo.

Francisco tiene la capacidad de reformar las estructuras de la curia romana al servicio de la colegialidad entre los obispos y la comunión entre las iglesias. Y el coraje para cortar los nudos de corrupción, rivalidad, burocracia, dinero y poder. En una carta que le envié el 25 de febrero, un día antes de su partida a Roma, le dije: «Vos nos trajiste la virgen que desata los nudos».

Va a ser un papa de la nueva evangelización. Una frase del Documento de Aparecida, que se debe a él, muestra su forma bella de mover a renovar el espíritu misionero de la Iglesia latinoamericana: «Comunicar y compartir el don del encuentro con Cristo por un desborde de alegría y gratitud» (Ap 14).

Muchos no contaban a Bergoglio entre los papables, sobre todo por su edad. En las últimas semanas, traté de mostrar dos hechos. La renuncia de Benedicto XVI a un ministerio ejercido en forma vitalicia inicia la era de pontificados con duración acotada. Además, Juan XXIII fue elegido en 1958, como Francisco, ¡a los 76 años!, para un período de transición. En cinco años inició el Concilio que mostró el resplandor de una aurora cuya luz debe seguir hasta el pleno mediodía para que brille el sol de Cristo e ilumine con la fe y entibie con el amor la vida del mundo.

El Papa dijo que eligió el nombre del Pobre de Asís por la pobreza y la paz. Con su ejemplo de sencillez impulsará una Iglesia pobre para los pobres. También mostrará la paz de hermano universal que San Francisco mostró al rechazar las cruzadas y dialogar con los hermanos musulmanes. Será un promotor del diálogo, sobre todo con el islam, para la paz del mundo.

El 3 de junio se cumplirán 50 años de la muerte de Juan XXIII. Hay semejanzas entre el papa bueno y Francisco. Ambos muestran la sencilla y bondadosa humanidad de nuestro Dios.

El autor es presbítero, doctor en teología, asesor del Episcopado argentino y del Consejo Episcopal Latinoamericano.

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 20 de marzo de 2013.

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