«Francisco marcará los contrastes entre las economías ricas y los países sumergidos»

El director de la revista Criterio José María Poirier afirma que como pontífice Bergoglio «se hará notar por su sensibilidad social» y tendrá tolerancia cero con los escándalos de abusos. Cree que encarará una profunda reforma de la curia romana «con la que nunca se entendió».

Por Pablo Sirvén (Buenos Aires)

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Por Pablo Sirvén.- Afable y lúcido, José María Poirier-Lalanne siempre está abierto a dialogar sobre los misterios religiosos y el más terrenal gobierno de la Iglesia Católica.

El director de la revista Criterio sigue muy atentamente en estos días el cambio copernicano que se cierne sobre la Iglesia a partir de la elección del argentino Jorge Bergoglio como nuevo pontífice. Analiza las implicancias de la llegada al Vaticano del primer papa surgido de la Compañía de Jesús, fundada por Ignacio de Loyola, que emergió como una réplica a la reforma protestante que terminó con la unidad religiosa de Europa.

Las decisión del cónclave, señala Poirier, es «un corrimiento de la visión eurocéntrica de la Iglesia en la búsqueda de un equilibrio de representación, porque en América latina vive la mayor parte de los católicos».

Está seguro Poirier de que la llegada de Bergoglio, transformado ahora en el papa Francisco, implicará una verdadera revolución de «transparencia y austeridad» para la Santa Sede, devorada en los últimos años por la burocracia creciente y autónoma de su curia.

Respecto de la tensa relación que se estableció entre Bergoglio, cuando era arzobispo de Buenos Aires, con el kirchnerismo, cree que como papa «tomará distancia» y tendrá una visión necesariamente más universal. En todo caso, piensa Poirier, el desafío será más grande para las autoridades locales que recibieron la noticia con cierta incomodidad y desconcierto.

Considera que la Presidenta, «mal que le pese», deberá asimilar el nuevo escenario con un papa argentino que cuenta con gran popularidad en todos los estamentos sociales y que es muy aceptado por los representantes de distintos credos. Pero considera que el folklore argentino -un pontífice que hasta hace dos semanas andaba en colectivo, es peronista y de San Lorenzo- poco va a pesar en su nuevo papel de vicario de Cristo. «Bergoglio -opina Poirier- no cae fácilmente en ese tipo de tentaciones populistas.»

El director de Criterio piensa que Francisco no llevará a cabo en su pontificado mayores modificaciones en lo que se refiere a doctrina y teología moral y que no le da la impresión que dejar atrás el celibato sea una de sus prioridades.

-¿Cómo estaban los jesuitas un minuto antes de que uno de los suyos, Jorge Bergoglio, se convirtiese en Sumo Pontífice?

-Atraviesa como todas las órdenes, congregaciones y movimientos un período de crisis que comenzó a acentuarse en las décadas del 60 y 70 y que nunca encontró una resolución definitiva. Es la más numerosa de las órdenes masculinas y sigue ostentando un privilegio intelectual y de avanzada. Acompaña la crisis de toda la Iglesia, pero que fue particularmente dura con los jesuitas.

-¿Es una suerte de revancha para los jesuitas llegar al papado?

-Diría que sí. Es la rehabilitación de los jesuitas tan duramente tratados en particular por Juan Pablo II. Por su propia concepción de la Iglesia y su historia polaca, nunca los entendió, y porque sólo concebía la autoridad del obispo. Veía en las órdenes probablemente un conflicto por la fragmentación de autoridad que, frente al mundo comunista del que venía, era todo un problema. Juan Pablo II aceptaba que hubiese carismas religiosos, pero observaba cierta incompatibilidad en el ejercicio de autonomías y autoridades. Con los jesuitas particularmente, a tal punto que sólo encuentran la rehabilitación con Benedicto XVI. Baste un solo ejemplo: el vocero del papa Juan Pablo era un laico médico del Opus Dei, sobre el que se apoyó mucho, para algunos en las antípodas de los jesuitas, algo que se podría discutir. En cambio, el vocero que elige Benedicto es un jesuita, el padre Lombardi, y ése ya es un signo.

-¿Cómo se llevaba Juan Pablo II con Bergoglio?

-Lo nombra obispo de Buenos Aires, como auxiliar y coadjutor con derecho a sucesión, pero entiendo que ahí influyó mucho el cardenal Antonio Quarracino, al que Juan Pablo le tenía gran confianza. Seguramente, Bergoglio se lleva muy bien con Ratzinger. Siempre se respetaron mucho intelectualmente y se admiraron.

-¿A pesar de que en el cónclave anterior compitieron?

-En ese cónclave es posible que las dos grandes fuerzas hayan sido Ratzinger, que, por un lado, aseguraba cierta continuidad conservadora y, por el otro, el cardenal jesuita Carlo Martini, pero que ya estaba enfermo [murió el año pasado]. Entonces Bergoglio se convirtió en el tercero en discordia y los votos que eran de Martini probablemente pasaron a él, que era el más parecido. Pero es el mismo Bergoglio, por trascendidos que no tendríamos que conocer, el que cede ante el avance de Benedicto. Bergoglio se entiende con Ratzinger. Con quien nunca se entendió es con la curia romana.

-¿Qué cambios tiene que hacer el papa Francisco en ese organismo y que va a poder hacer en realidad?

-Probablemente, y tendrá que demostrar si lo puede hacer, será encarar una reforma muy grande de transparencia y descentralización de la curia, achicando ese organismo burocrático que creció desmedidamente en los últimos diez años del pontificado de Karol Wojtyla. Se constituyó casi en un gobierno autónomo frente a un papa cada vez más limitado para tomar decisiones, pero que antes nunca había necesitado de mediaciones porque Juan Pablo II subía a un escenario y hablaba ante multitudes. Seguramente subvaloraba a la curia, que siguió creciendo tomando decisiones que podían crear sospechas.

-¿Por ejemplo?

-Ciertos nombramientos, algunas actitudes, colaboradores directos que explicaban distinto lo que decía o habría querido hacer el papa. La figura emblemática de esa curia, que cae bajo las críticas, es el cardenal Angelo Sodano, el anterior secretario de Estado. Ratzinger, con las mejores intenciones, pone a Tarcisio Bertone, sin experiencia diplomática y que no siempre entendió cómo era ese juego, en un cargo donde Benedicto necesitaba transparencia y claridad. Fundamentalmente ligada a esa curia está su tendencia a tapar y no reconocer los abusos de menores.

-Que Juan Pablo II, al no tomar cartas en el asunto, de alguna manera avalaba…

-Claro, y es lo que rompe Benedicto XVI.

-Pero Ratzinger estuvo dos décadas y media junto a Wojtyla en el Vaticano antes de ser papa. ¿Cómo se entiende?

-En efecto, fue un gran colaborador y uno de los pocos críticos que tuvo en el diálogo interno, sobre todo porque Ratzinger es un gran teólogo, mientras que Wojtyla era un hombre de acción y de gobierno, un carismático. Pero éste es un dilema que siempre va a estar abierto: la autoridad reside en el papa. El caso de los legionarios de Cristo en México era un tema que a Ratzinger le preocupaba muchísimo, pero, por motivos que yo desconozco, Juan Pablo II no tomó cartas en el asunto. Ratzinger entonces se comportó con la obediencia de una estructura rígida como es la Iglesia. Pero cuando fue papa actuó muy severamente.

-¿Por qué Bergoglio elige llamarse Francisco?

-Son gestos. El nombre está hablando de pobreza, de despojamiento, que es una de las características fundamentales de la personalidad de Bergoglio, ascética y rigurosa. San Francisco de Asís es una figura emblemática para la Iglesia. La tradición quiere que Francisco haya escuchado la voz de Dios. Al principio creyó que sólo le pedía que reconstruyera la capilla de la campiña de Asís, pero ante la insistencia de esa voz interna, Francisco se dio cuenta de que lo que el Señor le pedía era que reconstruyera la iglesia universal que entonces atravesaba uno de sus momentos más duros. Trasladado a ahora, el mensaje es que hay que reconstruir la Iglesia.

-Conociendo los posicionamientos de Bergoglio, ¿se puede prever si actuará rápido en el caso de los abusos denunciados?

-Yo creo que sí, que tiene que actuar rápido, con los tiempos, los modos y las palabras de él. Pero los cambios se hacen con relativa rapidez o después es cada vez más difícil hacerlos. Al mismo tiempo tiene que achicar y descentralizar la curia para que no se convierta en un impedimento en la relación entre el Papa y los obispos. En una palabra: habrá tolerancia cero con los abusos y colaboración con la justicia, y tendrá que ponerle fin al escándalo del manejo financiero del Vaticano.

-La frase de Benedicto respecto de que Dios parecía «dormido» es muy fuerte y da la sensación de que ésa fue la verdadera causa de su renuncia. ¿Podrá Bergoglio «despertar» a Dios?

-Es una expresión muy de Ratzinger, que combina un candor poético con un pesimismo agustiniano, muy propio del intelectual que necesita convivir con la duda, si no caería en un fanatismo dogmático. Eso dejémoslo para los conductores, nunca al pastor ni al intelectual. Francisco también tiene una condición original al ser al mismo tiempo hombre de rígida doctrina y pastor siempre dispuesto a acompañar. El va a insistir en despertar a Dios, sin duda.

-La renuncia de Benedicto pareció una apuesta a la modernización del papado. A partir de ahora ninguno de sus sucesores tendrá el peso impuesto de la perpetuidad.

-Hay una esperanza de que pueden retirarse y jubilarse en algún momento. Ése es el gran gesto revolucionario de Ratzinger.

-El mismo Bergoglio podría visualizar su renuncia, tras cumplir las metas de su plan de gobierno. Gran lección para los gobernantes electos que se quieren perpetuar, ¿no?

-Yo pienso que sí. El cambio realmente profundo que ha producido Benedicto marca un hito histórico que abre las puertas para que una persona que tiene una meta como Bergoglio la lleve adelante y que, cuando la tenga cumplida y visualice que viene otro para seguir, podría retirarse, una posibilidad que me parece altamente saludable.

-¿Qué puede esperar América latina de un papa salido de sus entrañas?

-Siempre se espera más de lo que se puede. Y en ese sentido creo que más que por su condición de latinoamericano, se hará notar por su sensibilidad social, advirtiendo las diferencias, como lo venía haciendo en la Argentina. Ahora va a tener una voz universal y marcará los contrastes entre las economías centrales muy ricas y países muy sumergidos, como sucede en África y en América latina. Va a ser una voz importante.

-El papa Francisco llega en un momento muy especial en esta parte del continente, a la que no le va tan mal en un momento de crisis en el mundo desarrollado.

-Es un momento de muchas posibilidades, pero también de tensiones y Bergoglio tiene muy en claro que la Iglesia es una de las instituciones que pueden dar ciertas garantías de credibilidad y unidad en el continente latinoamericano y en el marco del Celam lo supo hacer. A él le gusta decir que hay que ser hombres de frontera, y eso es muy jesuita porque están en todos lados y tienen un deseo de diálogo intercultural y de revisión.

-El kirchnerismo tuvo dificultades evidentes en procesar la noticia de la llegada de un obispo argentino con el que había tenido tantas tensiones a la cumbre de la Iglesia universal. ¿Qué pasará de ahora en más?

-A nadie escapan las dificultades que siempre hubo entre Bergoglio y los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Como este gobierno es hipersensible, la noticia le ha creado cierto escozor porque Bergoglio ha sido, como arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal, un hombre de palabras muy severas. Hay una visión muy diferente que marca una cierta desconfianza del uno para el otro. Bergoglio nunca va a pecar de ingenuo. Tiene una gran sensibilidad política y preclara percepción del otro. De todos modos creo que Bergoglio, al pasar a un ámbito universal, va a tomar una distancia muy clara, aparte porque su preocupación hoy está centrada en otras cuestiones.

-En una reciente columna, Carlos Pagni decía que Bergoglio interpela al populismo asistencialista porque se alimenta de la desigualdad. ¿Qué ofrece como alternativa de solución?

-Bergoglio no interviene en las disciplinas económicas y políticas. Su enfoque es religioso porque la desigualdad y la pobreza extrema, ignorar al sin techo o al que se está drogando, es antievangélico. No tiene una propuesta política. En todo caso, lo que le ha molestado del discurso oficial es cierta hipocresía entre el derroche y la arbitrariedad de los planes sociales y el clientelismo de esta política casi de realismo mágico propia de América latina. Si el tema de la justicia social pudiera ahora propagarse tan fuerte desde la Iglesia, la reacción podría ser inusitada porque demostraría lo endeble de ciertas posiciones políticas populistas.

-¿Qué opina de las denuncias contra Bergoglio por su presunto comportamiento durante la dictadura, fogoneadas por el periodista Horacio Verbitsky?

-Lo de Verbitsky ha asumido connotaciones de enfrentamiento personal. Monseñor Jorge Novak me dijo en su momento que tenía la convicción de que Bergoglio hizo todo lo posible para interceder por los sacerdotes Jalics y Yorio. Bergoglio era el superior de los jesuitas, no un obispo. Hay que tener mayor hondura en los análisis. Estoy convencido de que Bergoglio es un hombre de bien y de mando muy inteligente.

Fuente: suplemento Enforques, diario La Nación, Buenos Aires, 17 de marzo de 2013.

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