Fernández: “volvemos a ser tocados por la misericordia de Dios”

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Misa crismal en la Catedral San Rafael presidida por el obispo Fernández, en la que se renovaron las promesas sacerdotales (foto Rubén Ortíz)

El obispo de la diócesis de Rafaela Luis Fernández presidió la misa crismal el jueves a la noche en la Catedral San Rafael, siendo concelebrada por el presbiterio diocesano, que renovó sus promesas sacerdotales. Se consagró el crisma y se bendijeron los óleos de los catecúmenos y para los enfermos que serán utilizados en las comunidades para la celebración de los sacramentos.

A continuación se transcribe la homilía pronunciada por Fernández:

Cada año cercano al Domingo de Pascua, nuestra Madre La Iglesia nos convoca, a expresar la , de la totalidad del Pueblo de Dios, reunido en la diócesis, presididos por el Obispo, apóstol de Jesucristo, junto a su Presbiterio, participes más directos del Ministerio episcopal, con la presencia de los Diáconos Permanentes, de los Consagrados y del Laicado, haciendo visible la iglesia, que Cristo fundó, y la hizo su “Esposa”, con su Pasión, Muerte y Resurrección, que viviremos la próxima Semana Santa, en la alegría de la Pascua.
Este inicio de los grandes Misterios de Dios, los iremos transitando desde esta también, porque desde esta Catedral de Rafaela, nacen hoy, como de una , los grandes ríos de salvación, que llegarán a toda la diócesis, en sus parroquias y Capillas, como ayuda del amor misericordioso del Padre, que por la Gracia Santificante de la entrega en Cruz y por la Gloriosa Resurrección de su Hijo, posibilita en la Iglesia la Vida Sacramental que Lavará y Ungirá a través de los Sacramentos, la Única Vida, capaz de continuar haciendo Nuevas todas las cosas, por la Pascua de Jesús.
Queridos sacerdotes, amor Misericordioso del Buen Pastor, que Ungido por el Padre, nos elige y nos Unge El, para volver nuestro mirada al Padre y al Hijo, y que con la fuerza del Espíritu Santo, ustedes renovaran en unos instantes, las promesas de fidelidad y entrega como la de Cristo, en favor del Pueblo de Dios.
Ungidos por El Señor, en medio de estos tiempos difíciles, queremos llevar como nos decía el Profeta Isaías: “La buena noticia a los pobres, vendar los corazones afligidos, proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros y proclamar un año de Gracia del Señor, un día de venganza para nuestro Dios, consolar a los que están de duelo, cambiar su ceniza por una corona, su ropa de luto por el óleo de la alegría y su abatimiento por un canto de alabanza”
Si hermanos sacerdotes, también nosotros a veces nos sentimos “atribulados pero no abatidos” elegidos para “vengar a Dios”, pero como Cristo nos enseñó, en su pasión, con su muerte de Cruz y su Resurrección, viviendo la Pascua, sin perder la alegría del evangelio, la sencillez de vida, con esa paciencia y humildad que viviremos en la Semana Santa, perdonando como Cristo en la Cruz.
El Libro de Apocalipsis, pone nuestro Ministerio Sacerdotal ante lo Absoluto de Dios, “El que es”, “el que era” y “el que vendrá”, que nos recuerda, que el Ministerio Sacerdotal, no es algo nuestro. Por eso nos sabemos ante el “Trono de Dios y de Jesucristo el Testigo fiel”, “el primero que resucito de entre los muertos, el Rey de reyes de la Tierra”, “El que nos amó y nos purificó de nuestros pecados”, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino Sacerdotal para Dios. “Vendrá entre las nubes y todos lo verán, aún aquellos que lo habían traspasado. Por Él se golpearan el pecho todas las razas de la tierra”.
Esta Misa Crismal, como Presbiterio reunido nos invita a mirar de frente al que es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin de todo lo creado, renovando el y también pedimos perdón, y nos golpeamos el pecho, porque a veces nuestro Ministerio sacerdotal y el de muchos hermanos nuestros en el mundo, no está a la altura de Quien nos eligió y nos Llamó, nos Ungió y nos envió.
Lo viviremos, la semana que viene, en el centro del Misterio Pascual, como los apóstoles, en la pasión y Crucifixión de Jesús, se sintieron desorientados, perplejos, desanimados, hasta abandonarlo y dejarlo solo en la Cruz, negaciones y traiciones se cruzaron, hasta llegar a las lágrimas, ellos mismos fragmentados, parecía que todo se vino abajo, “lo peor es quedarse rumiando la desolación”, dejando que se introduzca, la duda el miedo o la desconfianza.
Es la Pascua de Cristo, la que está llegando, y ante nuestras experiencias de limitaciones y fragilidades que vivimos, nos libera de las tentaciones de tristeza, del mal humor, del encierro y del aislamiento, nos enseña como a Pedro llorando su negación, a que escuche su corazón y aprenda a discernir, Jesús nos vuelve a preguntar como a Pedro solo: “Si lo amamos”, es decir volverse a encontrar con la ternura y la misericordia de Dios. Encontremos en nuestras propias heridas la resurrección del Señor.
Así hermanos la iglesia Profética, lavada de sus pecados, no tiene miedo de salir a servir a una humanidad herida.
En el evangelio, Jesús, vuelve donde se había criado, como nosotros hoy volvemos a nuestros orígenes, adonde nació nuestro ser sacerdotal, volvemos a ser tocados por la misericordia de Dios, sentimos su Palabra que vuelve a estremecer nuestro corazón, arde una vez más el fuego del amor, que nos llama y nos pone por delante la inmensa tarea que es la realidad del mundo, donde volvemos a escuchar el grito de tantas mujeres y hombres que siguen mirando en nosotros a Jesús, creyendo en El. Es un mar infinito que nos vuelve a esperar para lanzarnos nuevamente como Cristo, a sanar a curar, a ungir.
“Todos en la Sinagoga, tenían los ojos fijos en El”, y comenzó a decirles: Hermanos llega la Pascua, hoy para nosotros. María siempre presente en medio de nosotros.

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