“Estamos narcotizados con el crecimiento”

Para el rector del IAE, la Escuela de Negocios de la Universidad Austral, los argentinos somos rehenes del corto plazo, lo que implica que no se puedan ver “los problemas de fondo”.

Por Carmen María Ramos

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“Estamos narcotizados con el crecimiento económico de los últimos años. Me parece que eso no nos deja ver los problemas de fondo, y por eso no creo que seamos inmunes a una próxima crisis”, dice Fernando Fragueiro, director del IAE, la Escuela de Negocios de la Universidad Austral. La institución figura en el puesto 24 entre las mejores cien escuelas de negocios del mundo, según el ranking que elabora anualmente The Financial Times .

Fragueiro es también vicerrector de la Universidad Austral, desde 1998, y profesor titular de Comportamiento Humano en la Organización. Cuenta con un sólido currículum, que incluye una licenciatura en Administración de Empresas en la UCA, un máster en Dirección de Empresas en el IAE y un PhD en Management en Inglaterra, de reciente finalización.

“Tenemos distintos programas enfocados al público local, e incluso llevamos programas a medida a las provincias, pero el 55 por ciento de nuestros alumnos son extranjeros”, dice Fragueiro, quien creó y dirige el Consejo Empresario para el Desarrollo y la Integración (CEDI), grupo formado por empresarios y directivos responsables de las operaciones de sus empresas en América latina.

-¿Cuáles son las cualidades que hacen la diferencia a la hora de dirigir una empresa?

-Creatividad, flexibilidad, innovación, tolerancia al riesgo y a la incertidumbre, capacidad de descubrir oportunidades y articularlas en el contexto. Pero también es fundamental tener muy clara la escala de valores personales. Es muy fácil en un entorno de tanta presión por el éxito perder el rumbo o entregar parte de esos valores por algo que reditúe resultados de corto plazo. Ese es el comienzo del camino de la corrupción y es un tema central en toda nuestra actividad educativa. Porque aquí viene gente que está inmersa en escenarios de posible corrupción muy extendidos. Nosotros planteamos que la capacidad profesional pasa también por saber anteponer la propia escala de valores y no hacer en los negocios aquello que luego no se podrá explicar a los hijos mirándolos a los ojos.

-¿Qué pasa cuando la continuidad de las empresas y de los negocios depende, o así se cree, de aceptar prácticas reñidas con la ley?

-La formación en valores no se circunscribe a los casos límite. Una práctica profesional y honesta de los negocios pasa más por el día a día que por situaciones extremas. A veces hay que saber diversificar el riesgo y no entrar en determinados negocios. Hoy, al empresario que dice: “No tengo otra alternativa que poner en marcha prácticas corruptas”, yo le contestaría: “Póngase a pensar en otra actividad, porque a lo mejor lo suyo no es ser empresario”. Hay que salir de esa trampa, que es pensar que estamos inmersos en un círculo vicioso del que no podemos escapar. Sí podemos, y la solución viene por las personas, por tomar conciencia de que la prosperidad de una empresa, en el 99 por ciento de los casos, no se juega en el corto plazo. Pero, además, necesitamos que la justicia argentina sea cada vez más independiente y tener la certeza de que quienes estén tentados de prácticas corruptas recibirán todo el peso de la ley.

-¿Cuál es la actitud de los ejecutivos más jóvenes ante este tema?

-Los muy jóvenes, de 28 a 38, vienen con una dosis de idealismo mucho mayor. Son muchos los que no quieren incorporarse a la práctica habitual de las empresas, no sólo por temas de corrupción, sino porque encuentran que la vida corporativa no les ofrece un futuro que valga la pena. Han comprendido que el contrato laboral es temporario y que el verdadero protagonista del desarrollo es uno mismo, y no la empresa. Eso refleja un cambio de mentalidad muy importante. Además, la gente hoy no tolera que la engañen, que la utilicen, y nosotros la alentamos a que actúe así.

-¿Cuál es el germen de esta nueva percepción de lo laboral?

-Creo que el germen se dio en los Estados Unidos en la década del 80 y en la Argentina en la del 90, con las transformaciones de las empresas que tuvieron que despedir mucha gente. Allí se aprendió que ningún trabajo es para toda la vida. En los últimos años, muchas empresas dejaron de estar en manos de capitales argentinos. Me parece que es la consecuencia natural de un país con abruptos cambios en las reglas de juego. Pero digamos también que la Argentina es uno de los países del mundo con mayor tasa de nacimiento de empresas y mayor tasa de emprendedores. Tenemos que plantearnos nuestro sistema de incentivos como sociedad, premiar al que se esfuerza y cumple, y responder con responsabilidad los compromisos asumidos. De lo contrario, entraremos en entornos de alta volatilidad y alto riesgo cíclicamente, como ha venido ocurriendo hasta el presente.

-¿Estamos haciendo lo necesario para evitar esos ciclos?

-Creo que no, porque no estamos poniendo soluciones de fondo, no estamos enfocados a crear institucionalidad. Diría que estamos narcotizados con el crecimiento económico de los últimos años, y me parece que eso no nos deja ver los problemas de fondo.

-¿Cuánto de inteligencia y cuánto de buena suerte hubo en el actual crecimiento argentino?

-Me parece que más de la mitad del éxito se la debemos a las locomotoras de China e India y al ciclo mundial de prosperidad y aumento del consumo. La entrada en el escenario mundial de estas dos grandes economías con millones de consumidores nos está traccionando. Reconozco la habilidad de haber armado una política económica que favorece el perfil exportador. Otro mérito es que se ha comprendido y se respeta la disciplina fiscal.

-Se afirma que parte de nuestros pesares devienen de una pobre clase dirigente política, pero también empresarial. ¿Coincide?

-Una empresa es el reflejo de sus dirigentes, y nos enfrentamos con el problema de la calidad humana de las personas. Nuestra misión es ayudarlas a mejorar su comprensión de una cantidad de fenómenos a los que antes no se les prestaba atención. Países como Chile, al contrario que el nuestro, en los últimos 30 años han desarrollado una interesante cantidad de buenos empresarios.

-¿A qué se debe?

-Los chilenos comprendieron que la solución está en salir a conquistar el mundo. Eso les dio un proyecto común: el del mundo entero como un gran mercado. Eso se logró con un alto nivel de educación, con gente que fue a educarse al exterior y regresó con una perspectiva más amplia de cómo funciona el mundo. En ese sentido, Chile ha sido un ejemplo. De Brasil también tenemos cosas para aprender. Por ejemplo, tienen una política exterior, coherente y sensata, menos oscilante que la nuestra. También tienen claro que su perfil económico debe ser industrial, tecnológico, muy enfocado a los temas de punta, como la industria aeronáutica, por ejemplo.

-¿Cree que en el caso argentino la rápida recuperación de la crisis de 2001 conspira contra esa idea de trabajo multidisciplinario, paciente y perseverante?

-Yo creo que es un arma de doble filo, porque nos narcotiza, nos confunde y nos hace creer que el país se ha encaminado, cuando lo que tenemos es una buena cuenta de resultados y de ingreso de divisas.

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 19 de agosto de 2007.

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