¿Es inclusiva nuestra escuela?

Por Alejandro Bonet.- “Inclusión”, la retórica populista más perversa que todos nos estamos creyendo.
Es simple, no se puede estar en contra de la inclusión. Hace poco menos de un año escribí una carta de lectores sobre las mentiras a las que nos estamos habituando en el sistema educativo, entre paros y “escuelas abiertas” que dejan a nuestros hijos en casa, sin clases. Podría reenviarla tal cual, porque el panorama no ha cambiado en nada, el circo este año vuelve a comenzar y ya se habla de conquistas:
Hace dos semanas, un comunicado del gremio docente notificó bajo el título “Decidimos los docentes” que con el voto de 32.330 compañeros se aceptó la propuesta del gobierno. Mentira rotunda: en todas las redes sociales no paran de escucharse las quejas de los decentes, nadie está conforme con la propuesta salarial. Estamos ante un nuevo acuerdo con el gobierno, acuerdo entre las enquistadas cabezas de los gremios con el gobierno de turno. En cada acuerdo ingresan a la administración pública nuevos nombres “hijos de” sindicalistas, puestos para acomodados que cede el gobierno al representante de los trabajadores a cambio de que este último baje la orden de aceptar la propuesta. Cada año la puja salarial se cierra de este modo, o con puestos, o con otro tipo de favores personales. Esa es nuestra política, y tiene nombres muy concretos que hoy vuelven a fotografiarse por las calles. 
¿Alguien ha leído alguna propuesta por las calles? No, porque cuando se vota, la mayoría de los ciudadanos llega a las urnas sin conocer más que la facha de un par de caripelas. Y este año esos rostros se han multiplicado. Pero ninguna propuesta. Todos temen decir algo que les quite votos, algo que las demás aves rapaces utilicen para denigrar la imagen de su adversario. Hoy el populismo sólo quiere resurgir a flote criticando al gobierno de turno, tal como este último llego a quitarle su lugar. 
Todas las políticas, con retórica, se llenan de esas palabras vacías que no hay manera de ser usadas en contra, como lo es la “inclusión”. Y de ello quería hablarles como docente de filosofía. El ámbito más perjudicado por una falsa inclusión hoy en día es nuestro sistema educativo. Es necesario denunciar lo que nos está pasando -drásticamente- por arrastrar desde las últimas “reinterpretaciones populistas de la historia” una convicción peyorativa de la disciplina, al asociarla a lo militar. 
Hoy en todo discurso pedagógico se camufla de aprendizaje alternativo, o de construcción de nuevos conocimientos desde el alumno mismo, una decadencia humana que nos costará añares de mediocridad. Hoy, en nuestra propia ciudad, tenemos los ejemplos más claros de la nefasta influencia de esta ideología de la inclusión asumida por el ministerio de educación en cada escuela. Las escuelas más aplaudidas por éste son las que: aceptan a todos los repitentes, no echan a nadie, admiten a todos, “son inclusivas” y camufladamente las que, además, los aprueban sin mayores dificultados. Por otro lado, tenemos las escuelas de nuestra ciudad a las que el ministerio repudia: son aquellas que aún luchan por conservar el nivel educativo, las que aún exigen, y las que no tienen otro remedio que filtrar a los que no quieren que se les exija, a los indisciplinados que sólo quieren un título sin hacer nada por él. Pues es eso mismo lo que se critica hoy desde la nueva pedagogía asumida por nuestro ministerio: se critica la conservación del nivel, queriendo artificiosamente crear un nuevo criterio de nivel educativo. Te miente en cada bajada de línea, en las plenarias, en las escuelas abiertas, en los lineamientos sobre cómo evaluar, te miente diciendo que hay que reelaborar el concepto arcaico de conocimiento que tenemos los docentes educados en la repudiada escuela tradicional; que hay que reinventar un nuevo concepto de calidad educativa, que memorizar es malo, que repetir de memoria deshumaniza, que exigir que un alumno estudie lo que el docente le da es impositivo, que hay que hacer que el conocimiento surja del alumno mismo y no se imparta como una doctrina. 
Todo esto tiene un seductor tinte de veracidad, pues teóricamente es correcto. Pero en la práctica se traduce en alumnos que no saben las tablas, que no saben las leyes de la física básica, las teorías del argumento ni el fundamento de las ciencias. Todos podemos coincidir en que meramente memorizar es malo, que repetir sin pensar al respecto deshumaniza; pero para pensar al respecto es necesario retener, masticar, recordar y memorizar. Todos podemos coincidir que limitarse a imponer conocimientos es malo, pero para que el alumno sea creativo al escribir necesita leer primero; necesita de alguien que le recomiende qué leer y que le exija. 
En cambio, tenemos alumnos que llegan a 5to año sin poder encarar más de un párrafo, y se esmeran por resúmenes de dos renglones. Muchos niños hoy llegan a la secundaria sin saber leer de corrido, porque para esta pedagogía hacerlos repetir les crea un trauma irreversible, una exclusión discriminatoria. En las últimas mesas de exámenes de diciembre, ante un alumno de 5to año que llegó a rendir sin saber absolutamente nada, la asesora pedagógica no atinaba más que a instar al docente a ser comprensivo con la situación personal del alumno, con los problemas que tiene en casa, con las dificultades que vive. Se fue con un 6. Pobrecito. En pobrecito lo estamos convirtiendo nosotros al hacer esto, con la falacia de no negarles el titulo para una “inserción laboral”, le negamos el aprendizaje y la verdadera inclusión.
La verdadera inclusión debiera introducirnos a la realidad con las herramientas necesarias para desenvolvernos en ella, y la primera es el conocimiento de sí. Descubrir que las capacidades humanas se entrenan, que la capacidad de lectura libera, que la disciplina ordena con buenos hábitos no sólo la salud del cuerpo, sino la salud de lo metafísico que hay en nosotros, la salud del intelecto y la voluntad, de la capacidad de razonar y de amar. Salud que requiere habituarse a entrenar la mente y el corazón respetando sus leyes; pues así como una semilla de manzana no dará peras ni en el mejor de los ambientes, así como mis piernas no me permitirán volar sino correr en el mejor de los casos, del mismo modo no puedo soñar con ser libre sin echar en tierra fértil mis capacidades. 
No podemos dañar la salud mental del joven mintiéndole que será libre si no desarrolla todas sus capacidades propiamente humanas, si no sabe leer, si no sabe memorizar, si no sabe razonar e interpretar su entorno y los contenidos más básicos de toda educación; si no adquiere con esfuerzo las destrezas intelectuales que le darán la libertad de realmente elegir un trabajo, o de seguir estudiando. Es doloroso ver las ilusiones frustradas de cientos de jóvenes a los que nuestro sistema educativo les ha mentido, diciéndoles que iban a poder seguir estudiando después de haberles regalado el título. Es doloroso saber que a mediados de abril hemos tenido tan pocas clases, como oportunidades para revertir la situación, por culpa de los paros. 
¿Pero cuál es la tierra fértil que dejamos de darles a los alumnos? La disciplina y el esfuerzo. Y eso lo permite un cuerpo directivo fuerte y convencido de dicha fertilidad. Pues aún tenemos en nuestra ciudad buenas escuelas, a las que como edificios en ruinas el ministerio está bombardeando con requisas exhaustivas para cerciorarse de mermar con sus ideas revolucionarias que le permitirán mejorar las estadísticas en alfabetización (me repito esta intensión porque me es imposible imaginarme que alguien crea realmente hacerles un bien a los alumnos con tanta mediocridad camuflada de inclusión, de comprensión y de igualdad). ¿Y saben por qué atribuyo a los directivos de las escuelas esta responsabilidad? Porque los docentes somos los mismos, los que damos en unas y otras escuelas, en las que el nivel aún se conserva y en las que está por el piso. Lo que cambia es el conjunto de exigencias que permite cada institución. Ejemplifiquemos: para una buena escuela de nuestra ciudad, si un alumno va vestido inapropiadamente a la escuela tiene el ausente hasta que vuelva bien vestido; eso para el ministerio es discriminatorio y exclusivo, pues hay que ser “tolerante” con la situación del alumno, tan tolerante que hay que permitirle dormir en clases porque viene cansado de trabajar y sostener quizá una familia. 
La realidad es dura, sí; pero esa tolerancia no se puede sostener sin perjudicar al propio alumno. Para el ministerio, todo lo que debe hacer un docente es tener a los alumnos dentro del aula, porque allí estarán mejor que en la calle: problema político solucionado como sepulcro blanqueado. Nos convertimos día a día en centros de contención, en el lugar que retiene a los chicos para que no salgan a delinquir, y se cree que así se soluciona el problema de la inseguridad. ¿De veras alguien está convencido de esta solución? 
Si una escuela a comienzo de año da prioridad en el ingreso a los mejores alumnos, está en contra del ministerio: él ha dado la orden este año de que se admitan en primer lugar a los repitentes y en último término a los demás; ¡para ser inclusivos con ellos!! ¿y qué hace el ministerio por los buenos alumnos? ¿Alguien conoce un programa para adelantar cursos a voluntad, si el alumno demuestra las capacidades y acredita los conocimientos adquiridos por cuenta propia? No. Porque no lo hay. Solo importa nivelar para abajo, y el que quiera sobresalir es un ser discriminatorio, pedante, soberbio, que querrá mirar al resto desde arriba y hacerlo sentir mal. 
Lo mejor para la inclusión del ministerio es que todos los repitentes se sientan con las mismas posibilidades que los demás, que nadie se le escape, que tengan el mismo título; y si pronto encuentra la oportunidad de eliminar los analíticos para que no se los pueda distinguir, mejor. 
Y nosotros, ¿seguimos siendo espectadores de una historia que no es nuestra? O como padres de nuestros hijos que van a la escuela, o como docentes, o como vecinos de nuestros jóvenes ¿podemos unirnos para repensar el destino al que nos dirigimos? Para intentar volvernos protagonistas de nuestras vidas. Para que dejemos de ser funcionales a los rostros que se postulan en nuestras calles, sedientos de poder e incapaces de involucrarse al respecto. 
La indecisión, es un voto en blanco para que decida otro, es vender la propia libertad.

Fuente: carta de lectores, diario La Opinión, Rafaela, 27 de abril de 2019.

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