“En la Argentina no existe el federalismo”

Buenos Aires y el interior, según el politicólogo y funcionario tucumano Julio Saguir:

Por Astrid Pikielny

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“Hay valores y concepciones del mundo detrás de cualquier decisión de política pública que se toma, desde cuál es el mejor plan económico hasta dónde se debe construir un puente en alguna zona rural”, explica Julio Saguir, licenciado en Historia, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Chicago y actual secretario de Planeamiento de Tucumán. “Preferir la eficiencia o la equidad como criterios de decisión implica un juicio de valor y, por lo tanto, político. Un técnico que no lo sepa o no quiera aceptarlo es peligroso”, enfatiza. Docente universitario, Saguir militó primero en la democracia cristiana y luego, desde principios de los años 90, en el justicialismo, partido que lo ha convocado para ocupar distintos cargos ejecutivos en Tucumán, su provincia. A fines de esa década, el historiador asumió tareas de asesoramiento en cuestiones vinculadas con la reforma del Estado. Apenas dos años después y en medio de una profunda crisis política, económica y gremial que ponía en riesgo la continuidad de la ley federal de educación en la provincia, Saguir asumió como ministro de Educación y Cultura. Admite que en el caótico 2002 fue poco lo que se pudo hacer en materia educativa. “En el país hay serias brechas económicas que la educación no corrige y que, peor aún, aumenta. Hoy hay una educación que es para pudientes y otra que es para el resto”, dice. A tono con los debates sobre el bicentenario de la Revolución de Mayo, Saguir reflexiona sobre el sentido de la conmemoración y explica cómo se debe redefinir la idea de independencia en un mundo globalizado. “El concepto de independencia está subordinado a la felicidad de quienes viven en el país. La felicidad supone el desarrollo moral y material de las personas y el desarrollo del bien común. Esto no es otra cosa que la noción de bien común, que antepone el todo a las partes e implica de manera decisiva la equidad y la justicia social”, sostiene. -¿Qué elementos de ruptura y de continuidad advierte en la relación entre Buenos Aires y el interior, a lo largo de estos dos siglos? -Las asimetrías entre Buenos Aires y el interior han permanecido. Muchas veces las instituciones han ayudado a cristalizar esa diferencia estructural. Hay una frase de Sarmiento muy significativa, que él pronuncia cuando se reúne la Comisión de Buenos Aires para evaluar si se unen o no, y qué modifican de la Constitución del 53: “Todos queremos la unión, pero luego viene la realidad de las cosas, que rompe con todo esto”. Y “la realidad de las cosas” han sido las asimetrías de las estructuras económicas y de los desarrollos sociales, con los intereses consecuentes. Buenos Aires siempre estuvo de un lado y las provincias siempre estuvieron del otro. Los de Buenos Aires alegaban que el puerto estaba en su provincia y que no tenían por qué compartirlo, y las provincias alegaban que del puerto entraban y salían cosas de todos lados, y que, entonces, no era solamente de Buenos Aires, sino de toda la Nación. -A pesar del diseño federal, ¿el país sigue siendo centralista y unitario? -Las provincias no han podido lograr un desarrollo económico y social que les permita tener espacios institucionales en los que los actores puedan negociar mejor la satisfacción de sus intereses. Esto fue así por la pobreza estructural de muchas provincias, a cuyos gobiernos no les convenía oponerse a los dictados del gobierno central, pues corrían el riesgo de quedarse sin la “ayuda” nacional. Aquí es donde las asimetrías económicas se llevaron por delante las posibilidades de un verdadero federalismo. Y, junto con ello, se llevaron también el Congreso como espacio fuerte de discusión y organización de los distintos intereses. -Para Alberdi, la Revolución de Mayo fue una revolución de Buenos Aires para independizarse de España y sojuzgar a las provincias. En sus escritos póstumos, el tucumano afirma que eso “ha creado dos países distintos bajo la apariencia de uno solo. El Estado metrópoli, Buenos Aires, y el país vasallo”. ¿Coincide? -Claro: dejó de ser Buenos Aires y pasó a ser la Nación. Y dado que los recursos estaban en Buenos Aires, la Nación se construyó a partir de la existencia de un poder hegemónico que cristalizó esa diferencia. Eso hasta hoy no se ha modificado. Nuestro origen como país fue profundamente conflictivo. En todo el período de la organización nacional, Buenos Aires vivió su relación con el resto de las provincias como un problema. A Buenos Aires no le convenía compartir sus recursos con las provincias, y éstas apenas podían sobrevivir sin ella. Tan conflictiva fue la relación, que vivimos casi diez años separados. Y como si aquello hubiera sido poco, Buenos Aires fue obligada a unirse al resto por la fuerza de las armas. No estábamos unidos, y cuando nos unimos, fue a los golpes. -En algunas provincias, el caudillismo y el nepotismo parecen adquirir dimensiones exacerbadas. -Creo sinceramente que las formas nepotistas que caracterizan a ciertas realidades provinciales irán desapareciendo. El mismo voto de la gente las irá haciendo desaparecer. Creo sinceramente que la gente está votando de otra manera… -¿Usted dice que hay un voto más independiente y menos cautivo? -Exacto. Es que la historia de nuestro país desde 1983 es la historia de una de las condiciones fundamentales de la democracia moderna: la alternancia. La alternancia ha estado presente en la Argentina, no sólo en el nivel nacional, sino en las provincias. Tucumán ha tenido un gobierno justicialista, ha tenido un gobierno de signo contrario, como el de Antonio Bussi, y luego ha tenido de vuelta al justicialismo, y ha tenido municipios de distintos signos. Esto se puede ver en todo el país. Los políticos hoy son conscientes de que hay ciertas actitudes que ya no pagan de la misma manera que antes. -¿Hay provincias inviables? -Creo que hay condicionamientos históricos, pero no determinismos históricos. ¿Está determinado Santiago del Estero a ser Santiago del Estero? Yo creo que no, pero sí creo que hay mecanismos a través de los cuales podemos hacer que todas las regiones sean viables. Creo que deberíamos empezar a pensar seriamente en el mecanismo de la región y en el fortalecimiento de las viabilidades regionales. El problema va a ser, de nuevo, la realidad de las cosas, y en este caso van a ser los intereses provinciales: hay muchas historias provinciales y muchos intereses políticos y económicos detrás. Más que en regiones, deberíamos pensar en integraciones regionales, y más que anteponer instituciones previas al camino por recorrer, deberíamos pensar en aquellas zonas que se acomodan mejor como regiones naturales, con intereses comunes sobre los cuales se podría trabajar conjuntamente en lo económico, en lo social, en lo educativo, en infraestructura y en turismo. -¿Por qué cree que no se avanza en esa dirección? -Hay un problema de acción colectiva: a las provincias todavía les conviene negociar bilateralmente con la Nación y a la Nación también le conviene negociar bilateralmente con cada una de las provincias en lugar de negociar en conjunto. Hoy todavía las provincias no ven la región como algo beneficioso, y no lo van a ver por el hecho de crear un Parlamento regional. Lo van a ver como algo beneficioso a través de intereses muy concretos como, por ejemplo, obras de infraestructura comunes. Hay mucho desaprovechamiento. Yo creo que, en ese sentido, las provincias todavía estamos enfrascadas en cómo resolver nuestros propios subdesarrollos y nos cuesta mucho salir de esto. -Los años 2001 y 2002 condensaron el malestar y el repudio de la sociedad hacia la clase política. Eso se advirtió en la consigna “que se vayan todos”. ¿Cómo describiría la relación entre la clase política y la sociedad en la actualidad? -Soy más bien escéptico sobre la reconstitución del vínculo. Creo que hay una crisis generalizada de representación, no sólo en nuestro país. Como sociedad, nos hace falta dejar de mirarnos el ombligo. Deberíamos empezar a mirar un poco afuera. Creemos que lo que nos pasa a los argentinos solamente nos pasa a los argentinos, pero la crisis de representación se está estudiando desde hace mucho tiempo en la ciencia política comparada. Por lo tanto, es un problema que existe desde hace mucho tiempo. En cuanto a nosotros, creo que la escisión entre la ciudadanía y la clase política responde a una división del trabajo propia de la sociedad moderna y de la democracia representativa: en democracia, hemos decidido que algunos se ocupen de la cosa pública. No sólo hemos decidido no reunirnos en asambleas públicas, sino que hemos decidido que durante un tiempo sean estas personas las que, a través de los mecanismos de la democracia, estén a cargo y sean las responsables. Una buena constitución es aquella que, en primer lugar, elige a los mejores, y, en segundo lugar, crea los mecanismos para controlarlos durante el mandato para que el que fueron elegidos.

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 16 de julio de 2005.

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