En el sur del Líbano: un eufórico regreso a las ruinas

Más de 60.000 libaneses marcharon en forma espontánea hacia el Sur, en una simbólica reconquista de la tierra arrasada que dejaba el ejército israelí después de 33 días de ofensiva bélica.

Por Silvia Pisani

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TIRO, Líbano.– Tienen una parte del país destruido, pero aun así reflejan esa alegría contenida que viene de adentro: “¡Ganamos, ganamos!”, gritan al paso del auto en el que intuyen prensa extranjera.

Más de 60.000 libaneses marcharon ayer en forma espontánea hacia el Sur, en una simbólica reconquista de la tierra arrasada que dejaba el ejército israelí después de 33 días de ofensiva bélica.

Nunca se vio algo así en este país seis veces reconstruido. La marea humana avanzó por rutas imposibles, en autos donde se apiñaban familias enteras –y sus colchones y su patético equipaje de refugiado- adelantándose con el gesto a toda previsión política o humanitaria. Nadie, ni siquiera LA NACIONes Unidas, llegó antes que ellos.

Llevaban también la bandera amarilla de Hezbollah, la milicia islámica que sorprendió al detener el avance del sexto ejército del mundo, y la foto de su jefe, el inquietante Hassan Nasrallah, quien por la noche habló por televisión para ponderar «la histórica y estratégica victoria» contra Israel (ver aparte).

Hubo caramelos y banderas para compensar el horror de los cráteres que dejaron los israelíes. Y hubo, también, una advertencia impresa contra el peligro: «Cuidado, tierra minada», decían los volantes verdosos entregados a los automovilistas, en referencia a los restos activos de bombas racimo que -pese al silencio de los cañones- ayer ya costaron varias vidas.

Pero, aun con toda esa penuria, la exaltación llegó en el tramo final de la marcha, en la ribera del río Litani, cuyos tres puentes bombardeó Israel para dejar quebrada y aislada parte del país.

Los libaneses no esperaron para poner manos a la obra: al promediar la mañana, ya habían colocado planchas de metal sobre los badenes y, muy despacio, iniciaron el riesgoso cruce sobre el cauce. «¡Somos el Sur! ¡Volvemos a casa!», gritaron. Los cañones se callaron y fue el estruendo de viejas bocinas el que acompañó el cruce.

«Esta es la verdadera marcha del Litani», dijo uno de los primeros en cruzar el cauce verdoso, en alusión a la fallida ofensiva que lanzó el ejército israelí, en un vano intento por consolidar posiciones desde la frontera hasta el riacho. Y así como hace 34 días estalló la guerra, ayer los libaneses decidieron que era hora de que estallara la paz.

Un día complicado

No fue, con todo, un día fácil. Aquí se durmió poco: el fuego cruzado se prolongó durante toda la noche, hasta apenas minutos antes de que, a las ocho, comenzara formalmente el cese del fuego. En ese instante, lo único que estalló fue una parálisis -tan súbita como inquietante- y, como en coro, el recuperado canto de las chicharras.

«¿Qué está pasando?», preguntaban las radios locales. «Nada, no pasa nada», era la azorada respuesta que llegaba del otro lado de la línea telefónica, cerca del frente. Pasaban algunos minutos y la duda volvía, con el interrogante: «¿Se cumple? Que sí, que te digo que se cumple, que se está cumpliendo».

Nada más que media hora se le dio a la incertidumbre. A partir de las 8.30, la gente comenzó a emerger a las calles destrozadas de esta ciudad portuaria, devastada y aislada del resto del país desde hace una semana. Y decidió que, a pesar del enorme riesgo de que todo estalle, era hora de volver a su casa, a lo que quedara de ella: la marea de la paz se puso en marcha.

«No sé qué vamos a encontrar; no tenemos noticias de nada», dijo una familia que viajaba en un Mercedes-Benz del 82, en cuyo techo habían cargado nueve colchones y un generador eléctrico. Iban para Naqura y sabían que poco queda de la ciudad. Lo único asegurado era la canasta con la cena: pan de pita, una pasta de porotos y pepinos. Nada más.

Unos 40 kilómetros más al Norte, en los alrededores de la ciudad de Sidón, puerta de entrada al sur del país, cientos de vehículos bloqueaban por completo la autopista del retorno al hogar.

Las mismas escenas se repetían en el este del país. A paso de hombre y bajo un sol implacable, largas filas de vehículos cruzaban la frontera desde Siria, donde más de 100.000 libaneses encontraron refugio. Apenas un 10 por ciento del millón de personas que, según estimaciones, se vieron obligadas a escapar de la guerra.

El rostro de la desolación

Fue, también, una marcha para conocer de cerca la desolación de la nueva geografía: cráteres, puentes volados, autos reventados, edificios destruidos, caños sin agua, ciudades sin calles, sin gente, sin luz.

«Esto es para los comandos», dijo, en referencia a Hezbollah, el conductor de uno de los primeros camiones que volvían a la ruta. Llevaba la caja llena de melones y sandías: un tesoro en estos días de escasez. «Se han portado bien», añadió, en referencia a la milicia.

El gobierno de Fouad Siniora guardó discreto silencio. Tuvo un buen día: en las primeras 24 horas de cese del fuego pudo demostrar que se cumplía.

Nadie sabía cuánto duraría: los miedos a que la guerra se reanudara estaban allí, agazapados bajo esta rara mezcla de pena y alegría que ayer hizo carne en los libaneses. Se agitaron banderas de Hezbollah y, en un pueblo donde abundan las armas, se dispararon ráfagas para celebrar.

Otros pensaron que ya habían tenido bastante.

Silvia Pisani

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 15 de agosto de 2006.

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