El viejo sistema de partidos está en extinción

Por Joaquín Morales Solá

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Una de las virtudes de las elecciones del domingo consiste en que podremos vivir, por fin, sin las semanales encuestas de la popularidad presidencial. Menos categórica es la respuesta a la pregunta sobre si en esos comicios comenzaron a perfilarse, aunque fuere con trazos muy borrosos, las grandes corrientes de centroderecha y de centroizquierda que reemplazarían al viejo y achacoso sistema de partidos. La prensa independiente ha establecido en torno del 40% de los votos la cosecha presidencial del domingo. El Gobierno ha construido una matemática, incomprensible por el momento, para fijar otro número: el 45 por ciento. ¿Depara alguna novedad esa diferencia? No, desde ya. La lógica fundacional de la administración Kirchner impulsa todos sus números para que sean los “más importantes” de cuanta comparación histórica pueda haber. Sucede con cualquiera de las variantes de la política y de la economía, como ocurría antes con las encuestas. El Presidente cuenta, seguramente, con muchos ciudadanos que no lo votaron, pero que confían en que llevará adelante al país y conservará la tendencia estable y en crecimiento de la economía. Punto. No podrá decirse que hay entre ellos adhesión personal o ideológica a Kirchner. Los votos concretos del domingo (a los que pueden sumárseles algunas esperanzas más en Kirchner) son los que contarán de aquí en adelante. Podremos, por lo tanto, prescindir de las encuestas que llevaban la popularidad del Presidente hasta el 80 por ciento de los argentinos consultados. Podremos, al fin y al cabo, vivir sin los sobresaltos de los artilugios numéricos de Artemio López. Ese dato político no deja de ser importante. Gran parte de la nación política callaba o se moderaba confundida, precisamente, por esas supuestas adhesiones que elaboraban encuestadores poco rigurosos. Tales cifras satelitales correspondían más a un vetusto caudillo latinoamericano que a un moderno presidente democrático. El peronismo histórico y el radicalismo han alcanzado, juntos, sólo el 20 por ciento de los votos nacionales. Ese es, tal vez, el dato más patético de que el viejo sistema de partidos se ha desmoronado. Hasta 1999, las cifras eran exactamente inversas: los dos partidos tradicionales, que sustentaban el antiguo sistema bipartidista, cosechaban el 80 por ciento de los votos y les dejaban el 20 restantes a pequeñas fuerzas de derecha o de izquierda. Una de las perspicacias de Kirchner fue haber percibido, antes que muchos otros políticos, que estaba en un barco que hacía agua irremediablemente. Antes que él, Carlos “Chacho” Alvarez había ponderado la necesidad de fundar dos grandes corrientes ideológicas, en condiciones de alternarse en el poder, que semejaran a los sistemas que gobiernan Europa, Chile, Uruguay y hasta Brasil. Pero fue Kirchner el primer gobernante en hacer suya esa idea y en ponerla en práctica desde el poder, relegando al propio partido que lo había llevado hasta ahí. “Dejen de hablar de peronismo”, espolea a sus seguidores. ¿Qué sucedió el domingo? No puede desconocerse que existió un impulso notable de la sociedad para provocar una renovación en la dirigencia política. La dura derrota de Eduardo Duhalde lo elimina, hasta donde llega la mirada, como protagonista estelar de la política argentina. Puede conformarse sólo con que su viejo adversario Carlos Menem, dos veces elegido presidente en los últimos años, pudo arañar apenas el segundo lugar en el dedal electoral de su provincia, La Rioja. Al desgastado dirigente sindical Luis Barrionuevo le fue aún peor: resultó tercero en la también pequeña Catamarca.


El Presidente se siente un hombre de la nueva política y un líder natural de la corriente de centroizquierda. Es probable que sea más lo segundo que lo primero, pero lo que importa es la percepción social; ese discernimiento colectivo lo identifica como un emergente político nuevo. El problema esencial de la corriente de centroizquierda (que tiene en Kirchner a su más importante dirigente) es que no cuenta con algunos grandes distritos, como la Capital, Córdoba y Mendoza. El cordobés De la Sota no es de centroizquierda y su contrincante Luis Juez puede orar en cualquier templo de la política. Kirchner tendrá, además, el problema irremediable de la competencia por ese liderazgo. El partido de Elisa Carrió consiguió en el país, aun perdiendo la Capital, casi 1.300.000 votos, lo que no es una mala cosecha para una organización muy nueva y carente hasta del imprescindible oxígeno. Si antes había una enemistad profunda entre ellos, la cosas se han tornado irreconciliables después de la campaña final contra Carrió, que incluyó una denuncia contra Enrique Olivera, declarada falsa por éste y por aquélla. Hay que abrir un paréntesis. El ex ministro del Interior radical Enrique Nosiglia desmintió tajantemente la versión del oficialismo que le adjudicó la autoría de esa operación contra Carrió. Aseguró que no habla ni por teléfono con el denunciante, Daniel Bravo, funcionario del gobierno de la Capital, desde que éste se fue del radicalismo, hace más de dos años. “He acertado y me he equivocado como político, pero jamás recurrí a esos métodos”, afirmó, enfático. No es, en efecto, un beneficiario de esa campaña. Ha surgido también otro líder no kirchnerista de la centroizquierda: es el santafecino Hermes Binner, que batió al peronismo en su provincia, por casi 10 puntos, por primera vez desde 1983. El socialista Binner será difícil de asir tanto para Kirchner como para Carrió. El político santafecino es más consensual que la líder de ARI, pero es, a la vez, más respetuoso de las instituciones y del sistema de libertades que el propio Presidente. Por ahora, parece no estar cómodo con ninguno de los dos.


La centroderecha ha tenido dos triunfos: uno, rimbombante, en la Capital, y otro, más módico, en Neuquén. Mauricio Macri se ha erigido como líder natural de esa corriente nacional y Jorge Sobisch lanzó su candidatura presidencial al solo efecto de buscar la notoriedad que aún le falta. El conflicto de esta corriente es que no logró hacer pie en la provincia de Buenos Aires ni ha tenido resultados valiosos en otros grandes distritos. Pero cuenta con un espacio importante de tierra fértil para cultivar, sembrar y cosechar. Tiene, por ejemplo, la posibilidad de probables alianzas con antiguas organizaciones provinciales y vecinales, que por lo general coinciden con sus ideas. Esa tarea requiere una voluntad que no es habitual entre los dirigentes políticos: la de abandonar la Capital para construir un partido o una alianza en cada rincón del país. La televisión nacional nunca reemplazará a la vieja gestión de edificar una organización política. Los viejos partidos se apagan. Un sistema de corrientes ideológicas, parecido al europeo, sólo se insinúa de manera embrionaria, borrosa y contradictoria. Hay, con todo, una buena noticia: el proyecto más debilitado en las elecciones del último domingo fue el de convertir al peronismo en un partido hegemónico. En cambio, la fortaleza de ese proyecto hubiera llevado a la Argentina hacia la desgracia política de una democracia devaluada.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, 26 de octubre de 2005.

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