El viaje de Kirchner: toman vuelo los malos hábitos del poder

El Presidente viajó a Estados Unidos con una comitiva de 44 personas.

Por Joaquín Morales Solá

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Felizmente, Daniel Scioli goza de buena salud. Menos mal, porque Néstor Kírchner se llevó a Nueva York, por razones que la política ignora, a las dos personas que le siguen al vicepresidente en la línea sucesoria: el presidente provisional del Senado, José Pampuro, y el titular de la Cámara de Diputados, Alberto Balestrini. Ambos integran una cohorte de 44 personas para acompañar a Kirchner en una de las misiones más sencillas que se haya propuesto un presidente en el exterior.

La Argentina pasó hace cuatro años la crisis económica y social más atormentada que recuerda cualquier argentino vivo. Todavía sobreviven profundas huellas sociales de ese derrumbe colectivo. ¿Qué quedó entonces de aquel gobierno que se había prometido austero y frugal? En rigor, si se mira la composición de la comitiva presidencial, sus usos y sus costumbres, no hay más remedio que compararla con los nutridos y fastuosos viajes del ex presidente Carlos Menem en su hora de gloria.

La misión de Kirchner en Nueva York es bastante descansada y quizás el descanso formó parte de su proyecto de viaje. La agenda se apretó a un encuentro de media hora con el primer ministro italiano, Romano Prodi, dos o tres reuniones con empresarios y el discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Las reuniones con los presidentes Lula, de Brasil, y Duarte Frutos, de Paraguay, no pueden inscribirse en la gira neoyorquina porque los tiene siempre en el vecindario.

Cumplir con esos pocos compromisos le tomará una semana entera. El Presidente es un hombre que trabaja varias horas por día y hace política hasta cuando juega al fútbol en Olivos los fines de semana. Es probable que haya necesitado un descanso, y se sabe que Nueva York es la ciudad que más les gusta al Presidente y a su esposa. Tienen buen gusto para elegir ciudades: el otoño es siempre más bello en Nueva York. El problema empieza cuando quieren rodear el merecido descanso de una épica política de la que carece.

La sinceridad tiene buen precio. Tal vez lo que faltó es que Kirchner les dijera a los argentinos que aprovecharía el viaje a las Naciones Unidas para descansar unos días. La única condición que habría pedido ese gesto de franqueza hubiera sido ajustar la comitiva al programa real del viaje. Sólo necesitaba al canciller para los menesteres diplomáticos y al ministro de Planificación o a la ministra de Economía, a uno de los dos y no los dos, para las reuniones con los empresarios. El resto sobraba.

¿Qué misión cumple en Nueva York, en cambio, el intendente de San Isidro, Gustavo Posse? ¿En qué reunión significativa estuvo el gobernador de Mendoza, Jorge Cobos? ¿Qué aporte a las relaciones exteriores le ha hecho desde Nueva York el flamante kirchnerista Díaz Bancalari? ¿Con qué ideas nuevas o viejas voló a los Estados Unidos el senador Miguel Angel Pichetto? ¿Era necesario llevar tan lejos a Carlos Reutemann para repetirle que lo necesitarán en Santa Fe para batir a los socialistas? Esos viajes parecen más premios o seducciones políticas que razones de Estado.


En junio pasado, en la visita oficial a Madrid, el Presidente cayó también con una serie de invitados de último momento (radicales K, por lo general) que enloquecieron el rígido protocolo de la monarquía española. El rey Juan Carlos, conocedor y comprensivo, debió ceder a las necesidades políticas de Kirchner, que les había prometido a sus invitados el viaje en el avión presidencial, hospedaje en hoteles de cinco estrellas y un contacto con el popular monarca.

No sólo la sucesión presidencial quedó en manos exclusivas del vicepresidente de la Nación. El Gobierno también fue decapitado. Es una realidad fácilmente constatable que en la Casa Rosada manda el Presidente acompañado por dos funcionarios que lo ayudan a llevar el gobierno: el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y el secretario legal y técnico, Carlos Zannini. Los dos están en Nueva York.

Ellos no están solos. También viajaron el canciller y los ministros Miceli y De Vido, tres miembros importantes del gabinete. La única prueba feliz de estos días, en verdad, es que la Argentina puede vivir sin la presencia cotidiana de gran parte de sus funcionarios.


La comitiva incluye, por otra parte, desde una amiga de la familia Kirchner hasta secretarios, asesores, jefes de prensa y varios funcionarios de segundo rango. Kirchner se llevó tres secretarios privados, un edecán, dos funcionarios de prensa, dos fotógrafos y seis camarógrafos presidenciales. En los Estados Unidos no faltan funcionarios argentinos en misión permanente. Hay tres embajadas (en Washington, en las Naciones Unidas y en la OEA) y el consulado en Nueva York, que tiene también categoría de embajada.

En su primer viaje a la Asamblea de las Naciones Unidas, en septiembre de 2003, Kirchner viajó sólo con una comitiva de ocho personas (incluidos él y su esposa). El entonces canciller Rafael Bielsa se unió a ellos en los Estados Unidos. Habían pasado sólo cuatro meses de su acceso al poder. El paso del tiempo, como se ve, gasta y relaja los hábitos.

Al Presidente no le gusta hacer viajes largos en el avión presidencial, porque no tiene autonomía como para vuelos directos. Debe reabastecerse haciendo una escala, en el caso de Nueva York. Por eso le alquiló a Aerolíneas Argentinas un Jumbo 747-200, que es una generación antigua de aviones que las aerolíneas casi no usan porque sus vuelos resultan muy caros. El Estado argentino está en generosas condiciones de pagar el elevado costo de sus viajes.

Un argumento mejor sería que los aviones con dos turbinas, como el de la presidencia argentina, no es lo suficientemente seguro como para trasladar al jefe del Estado. La mayoría de los mandatarios del mundo prefiere aviones con cuatro turbinas, como tiene el que llevó a Kirchner a Nueva York. Pero, en tal caso, bien vale otro acto de sinceridad: ¿sirve el avión presidencial actual? ¿Habría que cambiarlo? ¿Para qué seguir manteniendo una máquina que se considera insegura?

Las fotos que se han visto de los funcionarios argentinos despatarrados sobre los sillones del hotel Four Seasons (uno de los más caros de Nueva York), vestidos de inelegante sport tal como lucen todos los políticos del mundo cuando se despojan del saco y la corbata, departiendo con Kirchner, parecieron más imágenes de una reunión de amigos sentados en el café de la esquina. Ciertamente, un café demasiado largo y muy caro.

Por Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 22 de setiembre de 2006.

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