El verdadero secreto de su mirada

Juan Campanella -director de la premiada película argentina “El secreto de sus ojos”- sabe cómo apelar a sentimentos universales con tramas complejas.

Por Claudio D. Minghetti

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Juan José Campanella nació el 17 de julio de 1959. Su formación fue variopinta. Uno de sus más conocidos impulsores en el medio fue y sigue siendo José Martínez Suárez. No obstante, el flamante ganador del Oscar terminó sus estudios en los Estados Unidos. Es un seguidor del mejor cine norteamericano clásico y, a la vez, un conocedor de lo nuestro y amante de lo mejor que ha dado lo popular. Confeso admirador del Gerardo Sofovich de Polémica en el bar, o del Sergio Renán de La tregua , comenzó a empuñar la cámara en 1979, ya inscripto en la Escuela de Cine de Avellaneda, donde dirigió el corto Prioridad nacional , cinco años antes de terminar, con su compañero de clase Fernando Castets, el largometraje Victoria 392 , que no tuvo estreno comercial y precedió a su partida a la Universidad de Nueva York, para recibirse, finalmente, en la Tisch School of the Arts. . De aquella época data The Boy Who Cried Bitch (1991), con eje el caso real de un niño psicótico, un singular sociópata juvenil que agrede de diferentes formas a su madre antes de ser recluido en un hospicio, que tuvo una interesante recepción de parte de la crítica y le permitió acceder al mundo de la TV de los Estados Unidos. Seis años más tarde llegaría Ni el tiro del final (1997), film noir basado en un relato de José Pablo Feinmann, en coproducción entre los Estados Unidos y la Argentina, que tuvo como figuras centrales a Terence Stamp, Dennis Leary y la española Aitana Sánchez-Gijón. Sin embargo, la mejor parte de la carrera de Campanella estaba por comenzar dos años después, con El mismo amor, la misma lluvia (1999), que marcó el reencuentro definitivo y contundente con la Argentina y sus historias, sus temas y sus personajes urbanos. No se trataba de una simple historia de amor, sino de algo más grande, que capturó la atención no sólo de los críticos, sino la del gran público, que de allí en más se convertiría en un aliado de hierro del cineasta. Fue con esa película como conoció a Ricardo Darín y Soledad Villamil, a quienes el mejor cine nacional comenzaría a tener en cuenta a partir de allí. Campanella se toma tres o cuatro años entre película y película, tiempo que ocupa en sus prolijos y obsesivos guiones, y en el rodaje de series de primera línea que no sólo lo mantienen en forma sino que, como él mismo confiesa, son “alimenticias”. De esas esperas habría de nacer El hijo de la novia (2002), otro éxito rotundo aquí y en España, que le valió una candidatura al Oscar, en la que volvió a la carga con Darín. Y después, Luna de Avellaneda (2004), metáfora acerca de su país, centrada en un club de barrio en quiebra. Esta vez, el paréntesis se extendió a cinco años, aquí y en España con la miniserie Vientos de agua de por medio y, en Estados Unidos, la serie Dr. House . Pero valió la pena.

Fuente: Claudio D. Minghetti en suplemento Espectáculos del diario La Nación, 9 de marzo de 2010.

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