El sentido común, ese pecado kirchnerista

El jefe del Estado castigó rápidamente al vicepresidente, pero tardó una semana en alejarse de la denuncia sin pruebas de D´Elía

Por Joaquín Morales Solá

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Un vicepresidente puede crear una crisis institucional con pocas palabras fuera de lugar. Sin embargo, la novedad argentina de las últimas horas fue que el vicepresidente Daniel Scioli creó una crisis porque puso las palabras en su lugar. Reclamó públicamente que los principales dirigentes argentinos eludieran el camino de un eventual conflicto con sus palabras de improperios y de agresiones.

Ese relámpago de sentido común le costó a Scioli, según todos los indicios, quedarse solo en la cena anual de la prestigiosa entidad Conciencia.

Néstor Kirchner suele desconfiar de las ideas independientes, sobre todo cuando soplan muy cerca de él. Y desconfía más aún cuando esas autonomías proceden del propio Scioli, a quien ya una vez, poco después de que asumieran los dos, lo encerró en un reducido habitáculo de disciplina y silencio.

Kirchner y Scioli no pueden ser más distintos. El Presidente ha nacido y crecido sobre la áspera piel de la política; Scioli llegó a ella en los años 90 cuando ya había hecho carrera como empresario y como deportista. Kirchner recela de los adversarios políticos y Scioli no considera adversario a casi nadie. Suele saludar a Raúl Alfonsín o a Carlos Menem cuando la vida se los cruza.

Las comparaciones abruman al Presidente aprensivo. Scioli entró, quizá sin quererlo, en el sitio donde ya estaban Roberto Lavagna y Rafael Bielsa, ambos sospechados siempre de cultivar un perfil público muy distinto del que está en boga en el poder. Es más probable que ninguno cultive nada; son así, simplemente.

Incluso no pocos periodistas han sido impugnados por señalar esas diferencias que, de acuerdo con los colaboradores presidenciales, afectarían a Kirchner más que a los otros. “Hacen una clara diferencia entre sensatos e insensatos”, suelen repetir los voceros presidenciales. Se trata sólo de una deducción que corre por cuenta de sus propios propaladores.

Pero hay que detenerse en esa vieja preocupación del Presidente para entender lo que sucedió con Scioli. Cuando Kirchner vapulea sin descanso en las tribunas a buenos y malos, a viejos adversarios y a recientes aliados, el vicepresidente tuvo la idea de proponer un acuerdo de civilización política durante la campaña electoral.

Kirchner se sintió directamente aludido, porque él mismo lleva adelante una dura campaña. Elisa Carrió lo pescó al vuelo y le pidió a Scioli, públicamente, que comenzara por convocar al Presidente y a sus ministros. “¿Acaso quiere quedar él como sensato y dejar al resto del Gobierno como insensato?”, insistieron en la Casa Rosada con la vieja tesis.

Aníbal Ibarra lo llamó ayer a Scioli para aclararle que él no fue a la comida de Conciencia porque estaba ocupado en los menesteres del caso Cromagnon. Es posible. Menos posible es que el ministro de Educación, Daniel Filmus, no haya podido estar -como también se lo explicó al vicepresidente- porque lo retuvo una reunión de rectores. Ibarra era un simple comensal; Filmus era, en cambio, un orador central que debía desarrollar los programas oficiales sobre la educación, que la entidad convirtió en una prioridad.

El ministro de Trabajo, Carlos Tomada, y el gobernador Felipe Solá nada le aclararon a Scioli sobre las versiones que indicaban que fueron presionados para dejarlo sin público oficial en esa cena.

Pero el dato más llamativo fueron las declaraciones del presidente del bloque de senadores peronistas, Miguel Pichetto, un incondicional del Presidente y de su esposa.

Pichetto convocó públicamente a Scioli a callar su boca durante la campaña electoral. “Recibió órdenes terminantes de la Casa de Gobierno”, filtraron desde el propio bloque justicialista.

La otra declaración de Scioli que parece haber ofuscado al oficialismo fue la defensa de Duhalde frente a las acusaciones desaforadas de Luis D´Elía. D´Elía es conocido por los argentinos por su pasado piquetero y por su presente descarriado. No sucede lo mismo en el mundo: sus denuncias fueron demasiado graves contra un ex presidente como para ser ignoradas por varios diarios europeos.


Cerca de Scioli se señaló ayer que su defensa de Duhalde fue humana pero también política. Duhalde no sólo es un ex presidente argentino; también es el actual secretario ejecutivo del Mercosur. “¿Acaso es bueno que la Argentina y el Mercosur aparezcan ante el mundo eligiendo como principal dirigente a un narcotraficante?”, explicaron los confidentes del vicepresidente.

Scioli ratificó que sus declaraciones lo expresan tal como es: ¿por qué debería cambiar? “Hablemos de los problemas en serio; dejemos los agravios”, repitió ayer el vicepresidente entre íntimos. Esa posición no le impide, sin embargo, conservar su solidaridad electoral con el Gobierno. De hecho, ayer estuvo en Rosario para el lanzamiento de la campaña nacional del kirchnerismo.

Desigualdad de trato es lo más notorio que se advierte. El Gobierno demoró casi una semana en tomar distancia de D´Elía, cercano al kirchnerismo, y de sus denuncias vacías de pruebas. Finalmente, lo hicieron tres ministros en el mismo y llamativo momento. Pero Pichetto desdijo a Scioli en la misma tarde del día en que se publicaron sus declaraciones.

Tiempo atrás, el empresario Alfredo Coto fue amonestado por hablar de salarios (fue públicamente acusado por Kirchner de “extorsión”), mientras Hugo Moyano recorría los canales de televisión reclamando aumentos salariales. Nadie dijo nada de Moyano. Indulgencia para los amigos y el escarmiento, rápido como un rayo, para los adversarios reales o para los que, simplemente, prefieren seguir siendo ellos mismos.

Por Joaquín Morales Solá Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 25 de agosto de 2005.

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