El sacerdote debe ser un pastor de pueblo y no un clérigo de Estado

Afirmó el cardenal Jorge Bergoglio a los curas reunidos en Cura Brochero en una semana de espiritualidad. “Lo que en definitiva le confiere identidad al presbítero es su pertenencia al pueblo de Dios concreto”, dijo.

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Villa Cura Brochero (Córdoba), 11 Set. 08 (AICA): “Dentro de una comunidad de discípulos y misioneros -dijo al comenzar la exposición-, Aparecida busca lo específico de la espiritualidad sacerdotal en orden a la vida en Jesucristo para nuestros pueblos”. Y subrayó, en referencia a los “desafíos”, que el documento desarrolla, que “lo específico del presbítero ‘está en tensión’. En otras palabras, Aparecida renuncia a una descripción estática de la especificidad presbiteral. Esta existencia tensionada excluye desde el vamos cualquier concepción del presbiterado como “carrera eclesiástica” con sus pautas de progreso, escalafón, retribuciones etc”.

 Explicó que “sobre este trasfondo define la identidad del presbítero respecto a la comunidad con dos rasgos. En primer lugar como don en contraposición a delegado o representante. En segundo lugar destaca la fidelidad en la invitación del Maestro contraponiéndola a la gestión”. Tras afirmar que el presbítero “pertenece al pueblo de Dios, del que fue sacado y al que es enviado y del que forma parte”, señaló: “Lo que en definitiva le confiere identidad al presbítero es su pertenencia al pueblo de Dios concreto, y lo que le quita o confunde su identidad es precisamente el aislamiento de su conciencia respecto de ese pueblo y su pertenencia a cualquier convocatoria de tipo gnóstico o abstracto, es decir la tentación de ser cristiano sin Iglesia”.

 También se refirió a la característica de los presbíteros como “servidores y llenos de misericordia” y sostuvo que “la actitud de servicio es una de las características que Aparecida pide a los sacerdotes. Nace de la doble dimensión de discípulos enamorados y ardorosos misioneros, y -de manera especial- se subraya para con los más débiles y necesitados”. Agregó que “junto a este acercarse a y comprometerse con los pobres en todas las periferias de la existencia, Aparecida señala la experiencia espiritual de la misericordia como necesaria en el presbítero”.

 El cardenal se detuvo luego en la “conciencia de pecador”, de la cual advirtió que “es fundamental en el discípulo y más si es presbítero”, porque “nos salva de ese peligroso deslizarse hacia una habitual (y hasta diría normal) situación de pecado, aceptada, acomodada al ambiente, que no es otra cosa sino corrupción. Presbítero pecador sí, corrupto no”.

 Consideró que la postura del sacerdote en el sacramento de la Reconciliación y en general ante la persona pecadora debe ser la de “entrañas de misericordia”: “Suele suceder que muchas veces nuestros fieles, en la confesión, se encuentran con sacerdotes laxistas o sacerdotes rigoristas. Ninguno de los dos logra ser testigo del amor de misericordia que nos enseñó y nos pide el Señor porque ninguno de los dos se hace cargo de la persona; ambos –elegantemente- se los sacan de encima. El rigorista lo remite a la frialdad de la ley, el laxista no lo toma en serio y procura adormecer la conciencia de pecado. Sólo el misericordioso se hace cargo de la persona, se le hace prójimo, cercano, y lo acompaña en el camino de la reconciliación. Los otros no saben de projimidad y prefieren sacarle el cuerpo a la situación, como lo hicieron el sacerdote y el levita con el apaleado por los ladrones en el camino de Jerusalén a Jericó”.

 El purpurado porteño destacó también la cualidad de los sacerdotes “enamorados del Señor”. Según Aparecida, la imagen del Buen Pastor suponía “dos dimensiones: una ad intra, la de los discípulos enamorados del Señor y otra ad extra, la de ardorosos misioneros. Si bien ambas van juntas, desde el punto de vista lógico la dimensión misionera nace de la experiencia interior del amor a Jesucristo”.

 Por último, al hablar de “desafíos al presbítero” y los “reclamos del pueblo de Dios”, el cardenal Bergoglio enumeró “situaciones que afectan y desafían la vida y el ministerio de nuestros presbíteros” que menciona el documento de Aparecida, entre otras, “la identidad teológica del ministerio presbiteral, su inserción en la cultura actual y situaciones que inciden en su existencia”. Pero se detuvo en “los reclamos del pueblo de Dios a sus presbíteros”, detrás de los cuales “está el ansia implícita que tiene nuestro pueblo fiel: nos quiere pastores de pueblo y no clérigos de Estado, funcionarios. Hombres que no se olviden que los sacaron de ‘detrás del rebaño’, que no se olviden ‘de su madre y de su abuela’, que se defiendan de la herrumbre de la ‘mundanidad espiritual’ que constituye ‘el mayor peligro, la tentación más pérfida, la que siempre renace –insidiosamente- cuando todas las demás han sido vencidas y cobra nuevo vigor con estas mismas victorias...’”

 “El pueblo fiel de Dios, al que pertenecemos, del que nos sacaron y al que nos enviaron tiene un especial olfato originado en el ‘sensus fidei’ para detectar cuándo un pastor de pueblo se va convirtiendo en clérigo de Estado, en funcionario. No es lo mismo que el caso del presbítero pecador: todos lo somos y seguimos en el rebaño. En cambio el presbítero mundano entra en un proceso distinto, un proceso –permítaseme la palabra- de corrupción espiritual que atenta contra su misma naturaleza de pastor, lo desnaturaliza, y le da un status diferenciado del santo pueblo de Dios”, añadió para finalmente asegurar: “Aparecida en todo su mensaje a los presbíteros, apunta a esa identidad genuina de ‘pastor de pueblo’ y no a la adulterada de ‘clérigo de Estado’”.
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