El retroceso del Presidente no asegura el fin de la crisis

Kirchner es así: redobla la apuesta siempre hasta que advierte la derrota. Esa manera de jugar y de gastar capital político inútilmente puede comprenderse sólo en el contexto de una economía en crecimiento y de la carencia de referentes opositores en condiciones de disputarle el poder de la nación política.

Por Joaquín Morales Solá

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Nunca antes, desde la derrota en Misiones, el Presidente había retrocedido tanto. De manera directa o indirecta, Néstor Kirchner aceptó ayer que la sublevación de su provincia requería cortar de un solo golpe la cabeza del ahora ex gobernador Carlos Sancho, el hombre que él mismo aupó en el gobierno de Santa Cruz. En rigor, la inconcebible rebelión social de Santa Cruz ya lo había derrotado a Sancho mucho antes; sólo restaba hacer el ritual de su entierro político. Se hizo.

Otra rectificación del Presidente está implícita en las características personales del sucesor de Sancho, Daniel Peralta, un viejo negociador con los sindicatos. Pero ¿acaso el gobierno nacional no había jurado mil veces que no negociaría mientras existieran medidas de fuerza? Negociará, de ahora en adelante, porque la única perspectiva que tiene el conflicto es seguir creciendo y acorralando a la Casa Rosada.

El gobierno central es el objetivo. Las más grandes manifestaciones de crítica al poder se hicieron frente a la casa privada del Presidente y no frente a las oficinas del gobierno provincial. Ayudó a la insurrección, sin duda, la condición de hombre mediocre de Sancho; basta compararlo con el gobernador neuquino, Jorge Sobisch, que pudo remontar la huelga de los docentes de su provincia con un muerto, el profesor Carlos Fuentealba, sobre sus espaldas.

¿Qué sucedió con Kirchner en Santa Cruz? ¿Dónde fue a parar un liderazgo provincial tallado con la obsesión de un orfebre durante 15 años de poder? Ese liderazgo no careció nunca de una dosis enorme de omnipotencia y el Estado se confundió muchas veces con la propiedad personal del caudillo. El ex gobernador de Santa Cruz Sergio Acevedo debió irse cuando creyó, equivocado, que el Estado no era de Kirchner.

De hecho, el Presidente se sorprendió hace poco cuando el obispo Juan Carlos Romanín lo vapuleó públicamente varias veces.

¿Cómo? ¿Acaso no había asistido Kirchner a la asunción del sacerdote como obispo de Río Gallegos? Aquella presencia presidencial en el acto religioso de ungimiento de Romanín fue difundida por el propio gobierno nacional.

Convengamos que semejante sorpresa sólo le cabe a un monarca de los tiempos preconstitucionales.

El Presidente suele afirmar que en su provincia se pagan los salarios docentes más altos del país. Tiene razón. Pero el Estado allí es tan arbitrario que pudo, al mismo tiempo, fijar los salarios básicos más bajos de la Argentina. El Estado está pagando en negro.


Cuando lo llevó de la mano a Daniel Filmus para anunciar un aumento de los salarios docentes en todo el país (sin consultar con ningún gobernador, que son los que pagan esos sueldos), el Presidente encendió la mecha de la pólvora en su provincia. No ganó nada en la Capital, la conquista que era su objetivo, y perdió Santa Cruz.

Sucedió algo más. La primera rebelión fue importante en Neuquén y tímida en Santa Cruz. Fue suficiente. Los santacruceños entendieron rápidamente que el duro caudillo de antes estaba condicionado por sus compromisos nacionales.

El gobernador que no permitió en su provincia ni un solo cacerolazo cuando las cacerolas ensordecían la Argentina es ahora el presidente que le huye a cualquier decisión de reprimir. Sus alianzas nacionales no le permitirían repetir los excesos de rigor que cometió en Santa Cruz.

Río Gallegos se desbordó cuando sintió que había soltado amarras con el viejo régimen. Hubo manifestaciones que llegaron a congregar a 10.000 santacruceños. Significaban el 20 por ciento de la población de la capital de Santa Cruz.

¿Qué sucedería con cualquier gobierno si la Capital Federal fuera el escenario de una manifestación opositora de 400.000 personas, que es la comparación porcentual de lo que sucedió en Río Gallegos?


Kirchner asegura que detrás de los sediciosos está la oposición. Es probable que la razón lo asista. ¿Qué oposición del mundo perdería la oportunidad de un festín de esa magnitud? Nunca pudo dominar Río Gallegos, cuya intendencia la ganó casi siempre el radicalismo, y la protesta la agitaron los grupos de izquierda que carecen de brújula y hasta de órbita. No hay peor cosa para Kirchner que lo corran por izquierda, y ése es el infierno que le deparó la provincia de sus amores.

La sublevación del Sur no sólo arrolló a un gobernador; también dejó sin solución a dos ministros nacionales, Carlos Tomada y Filmus, candidato presidencial en la Capital este último para las elecciones de dentro de tres semanas.

Kirchner es así: redobla la apuesta siempre hasta que advierte la derrota. Esa manera de jugar y de gastar capital político inútilmente puede comprenderse sólo en el contexto de una economía en crecimiento y de la carencia de referentes opositores en condiciones de disputarle el poder de la nación política. Tiene tanta habilidad para acumular caudal político como prisa para derrocharlo.

Otro Kirchner de manual quedó expuesto ayer. Sancho se fue, pero al Presidente no le gustaba ninguno de sus relevos institucionales para apagar el fuego de la revuelta sinfín de Santa Cruz.

Cruzó con un solo paso todos los obstáculos institucionales hasta que logró colocar en el gobierno a un diputado provincial que estaba de licencia desde hacía casi cuatro años, cumpliendo otra misión presidencial. Dos renuncias y una reasunción debieron sucederse en pocas horas dentro de un poder, el legislativo, que es teóricamente independiente, para conformar la voluntad de Kirchner.

Otra vez no ha dejado que las olas de la política se muevan solas. El pecho lo ha vuelto a poner él mismo, cuando nada le garantiza que tal conmoción institucional pueda servir para decirle adiós a la crisis.

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 11 de mayo de 2007.

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