El peronismo es un movimiento

El peronismo ha demostrado en estas elecciones que entiende la política argentina mejor que nadie.

Por Natalia Aquilino

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Las elecciones del domingo pasado no representan un misterio. Ni desde el punto de vista de los pronósticos ni desde el punto de vista de los resultados. Un crecimiento económico continuado con tasas “a la China”, una tasa de desempleo con marcada tendencia a la baja, un sistema de seguridad social en plena reforma, 15 programas nacionales que hacen base en los problemas más urgentes como son educación, salud, trabajo, condiciones de vida y brecha tecnológica, constituyen sin lugar a dudas los trazos gruesos de un programa de gobierno exitoso.

Un triunfo cómodo de Cristina Fernández y una derrota amplia de, podríamos decir, la oposición bajo todas sus formas, parecían por lo menos previsibles para los encuestadores. Y decimos derrota de toda la oposición porque sin lugar a dudas la carencia de articulación programática así como la creciente fragmentación de los liderazgos alternativos se están constituyendo en datos constantes de lo que algunos llamas “el emergente sistema de partidos”.

En este sentido, los análisis políticos de esta semana muestran marcada preocupación por algunas tendencias que se consolidan. Sin pretender ser exhaustivos y, mientras algunos destacan el atributo “mujer” de la presidente (Morales Solá, La Nación, 29 y 30/10/07) otros ponen en debate el futuro tipo de liderazgo. Al tiempo, algunos analistas políticos están preocupados por lo que han dado en llamar una crisis y han señalado “la necesidad de ir hacia un nuevo sistema de partidos” (De Riz, Clarín, 30/10/07) como fase de superación necesaria después de 20 años de ininterrumpida democracia.

Otros marcaron que “El oficialismo está también confrontado a las tensiones de su conformación heterogénea” (Cheresky, Clarín, 30/10/07). Sin embargo, la revisión de las listas del domingo nos devuelve un panorama igualmente diverso en todo el arco político en donde la heterogeneidad no parece ser un atributo excluyente del oficialismo. Por su parte las tensiones no son tampoco, un elemento extraño al gobierno, sino por el contrario la racionalidad más medular de una manera de hacer política que lleva sucesivamente a la construcción de poder.

Así, entendemos que el análisis de estas elecciones no pasa tanto por pensar en la crisis de partidos o del sistema político sino, por el contrario, en los mecanismos que una manera específica de hacer política construye para superar las crisis que embate. En este sentido, el concepto que los analistas deberían revisar es, antes que el de sistema de partidos a la europea, el de partido político mismo.

Las listas de estas elecciones muestran que han sido las coaliciones las que han ganado la partida. Desde la formula de Carrió, que mezcló socialismo popular con conservadurismo, hasta la alianza de Lavagna que reunió los restos del viejo radicalismo con sectores de derecha educados. Por el contrario, los únicos grupos minoritarios que parecen conservar el apego al concepto de partido político con los extremos del arco político. Pero aquí, la explicación pasa más por la imposibilidad de “sumar para achicar diferencias” (desde la izquierda de Ripoll o Solanas hasta la derecha de López Murphy o Sobisch) antes que por una idea renovada de cómo se construye el poder.

Con esa infinita capacidad de reinventarse a si mismo, el peronismo ha demostrado en estas elecciones que entienda la política argentina mejor que nadie. Que puede gobernar con el 25% de los votos; que puede sumar sectores ideológicamente transversales y (en algunos casos) hasta antagónicos); que puede presentarse a elecciones generales por fuera del partido justicialista y ganar; que puede articular liderazgos no tradicionales y de todas maneras mantener la gobernabilidad; y que, la única manera de ganar elecciones es mostrando resultados.

Por esto la idea europea del partido político es insuficiente y no alcanza para explicar una realidad “movimientista” que la excede, no en tanto expresión ideológica del pasado, sino como una relación real entre agentes sociales que se renueva en cada coyuntura.

Natalia Aquilino

La autora es rafaelina, licenciada en Ciencias Políticas y trabaja en la ONU Buenos Aires.

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