El Papa y el islam: elogio de la razón

La purificación de las religiones y sus ministros (de guerreros a servidores de la paz) es un proceso lleno de obstáculos.

Por Natalio R. Botana

Compartir:

La polémica que ha desatado una frase de la conferencia que Benedicto XVI pronunció en Ratisbona, el 12 del actual, no se ha aplacado pese a las excusas del Pontífice. El viernes último hubo manifestaciones de multitudes indignadas en Teherán, Alí Agca (autor del atentado a Juan Pablo II) envió una carta pública cargada de amenazas y la organización terrorista Al-Qaeda ha declarado la guerra a la Santa Sede. Por otra parte, mañana tendrá lugar en Castel Gandolfo un encuentro del Papa con diplomáticos y líderes espirituales del mundo musulmán. Cabe consignar también que el viaje a Turquía de Benedicto XVI por ahora no se ha suspendido.

En esta etapa de la humanidad la comunicación, en sí misma valiosa, puede hacer estragos mediante la propensión, que se repite con asiduidad, de sacar las cosas de contexto. El papa encabezó su conferencia con el título: “Fe, razón y la universidad. Recuerdos y reflexiones”. No se ha prestado la debida atención a esta trama. Benedicto XVI es un antiguo académico que rememoró con nostalgia (basta con leer el primer párrafo de la conferencia) la universidad pública alemana del último siglo, de la cual él formaba parte como profesor ordinario: un mundo intelectual donde, después de atravesar pruebas terribles, se ejercitaba la razón y se practicaba el diálogo.

A partir de esa remembranza, el texto se interna en el locus clásico del pensamiento filosófico y teológico que inquiere acerca de las relaciones entre la razón y la fe. Merced a la lectura de una reciente edición crítica del diálogo entre un erudito emperador bizantino y un docto interlocutor de origen persa, a la vuelta de los siglos XIV y XV, “sobre el tema del cristianismo y el islam”, el Papa recurre a un nutrido conjunto de citas entre las cuales sobresale la que desencadenó la ira de tantos musulmanes. Aunque de sobra conocida, conviene reproducirla una vez más. El emperador ” se dirige a su interlocutor, con una sorprendente brusquedad, acerca de la cuestión central sobre la relación entre la religión y la violencia en general diciendo: «Muéstrame entonces lo nuevo que ha aportado Mahoma, y encontrarás allí sólo cosas malvadas e inhumanas, tales como su mandato de difundir por la espada la fe que predicaba»”.

Sobre un texto de más de 3800 palabras, esta cita contiene sólo 55, un breve párrafo que, en la hipótesis de que se hubiera omitido en la redacción, para nada habría modificado el argumento allí expuesto. ¿Desliz imprudente? ¿Escasa atención dirigida a los efectos no queridos de nuestras acciones? ¿O, tal vez, una inconsciente confusión de roles entre lo que arguye un profesor habituado al libre intercambio de razones en la esfera académica y lo que debería proclamar la autoridad suprema de la Iglesia Católica? Posiblemente haya, en este lamentable episodio, una combinación de estas tres actitudes.

Este incesante ir y venir de suposiciones e invectivas ha dejado de lado una cuestión relevante para los creyentes y no creyentes, pues lo que busca demostrar Benedicto XVI es que la razón y la fe no son esferas incompatibles sino convergentes. Esta mirada abierta a la síntesis “helenista” entre el pensamiento griego antiguo y la verdad revelada del cristianismo significa para el Papa un punto de partida inexcusable gracias al cual deberían reconciliarse la fe, la razón y la paz en tanto rechazo de cualquier forma de violencia.

Para Benedicto XVI, semejante visión ha sufrido los embates de una filosofía que separa tajantemente el universo de la racionalidad del universo de la fe. No hay que pasar por alto el párrafo donde, a título de conclusión, se afirma lo siguiente: “Este intento de hacer una crítica, a grandes rasgos, de la razón moderna desde dentro no incluye en absoluto la idea de un retroceso a una época anterior a la Ilustración ni el rechazo de las convicciones de los tiempos modernos. Lo que, en el desarrollo moderno del espíritu, es considerado válido se reconoce sin reservas: todos estamos agradecidos por las posibilidades grandiosas abiertas a la humanidad y por los progresos que se nos ha dado en el campo humano. Por otra parte, el ethos del espíritu científico es la voluntad de obedecer a la verdad, y la expresión de una actitud que forma parte de las decisiones esenciales del espíritu cristiano. La intención no es entonces volver atrás ni hacer una crítica negativa sino, por el contrario, ampliar nuestro concepto de la razón y de su aplicación”.

De todos modos, más allá de los argumentos de fondo expuestos por el Papa en ese texto, la sentencia que declara que el islam es intrínsecamente violento es perturbadora. Como señala Malek Chebel, un especialista argelino en estudios islámicos: “Reconozco que cada cual tiene derecho a interpelarnos sobre nuestras fallas y deficiencias. Necesitamos la mirada del otro para progresar en el camino de las reformas. Reconozco pues el derecho de toda autoridad de otra religión a alertarnos. Sin embargo, tengo mis dudas sobre el argumento según el cual el islam sería intrínsecamente violento. Esa idea no favorece para nada el diálogo. En verdad, el cristianismo ha podido ser muy violento en ciertos períodos de su historia y muy luminoso en otros. Lo mismo pasa con el islam. En siete siglos de presencia musulmana en Andalucía, el islam no fue violento. Supo acoger al otro, no hizo pogroms ni contra los cristianos ni contra los judíos, y pudo prosperar en el nivel intelectual y en el económico. ¡Los soberanos andaluces tenían médicos de cabecera judíos!” ( Le Monde , 17/9/06).

La conclusión que podría derivarse de esta oportuna referencia histórica es que las religiones y su variada gama de creyentes están sujetos a una tensión no resuelta entre, por un lado, el fanatismo y la violencia y, por otro, la tolerancia y la paz. Este agónico contrapunto no solamente es propio de las religiones, sino, en general, de los seres humanos, pero el relato histórico de las grandes religiones monoteístas nos muestra que esos desgarros recrudecen o se apaciguan según diferentes períodos. Los cristianos moderados condenan el pasado de la Inquisición y los musulmanes moderados ensalzan el pasado de Andalucía. En estos episodios siempre hay un conflicto, latente o manifiesto, para controlar el fanatismo. Los caminos, para llegar a tal meta, son sinuosos. A veces el impulso fanático se alimenta desde la vertiente de dos o más religiones; otras veces, no. Para que católicos y protestantes pudiesen reconocerse como hijos de una misma fe tuvieron que atravesar el espanto de las guerras de religión.

La purificación de las religiones y sus ministros del culto, mediante una ascesis que los transforme de guerreros en servidores de la paz, es pues un proceso largo y preñado de obstáculos. Sobre todo es un trayecto del cual se desprenden, como bien nos advierte Malek Chebel, dos ritmos cronológicos diferentes. El aprendizaje de la tolerancia es lento; el del fanatismo, fulminante: “Se necesitan tres semanas para fabricar un terrorista, treinta años para fabricar un intelectual crítico”. Es difícil pronosticar si en el ciclo vital de nuestra generación podremos llegar a percibir que la tolerancia comienza a desbrozar esos caminos sembrados de muerte. En todo caso, un traspié en el uso de una cita, o un malentendido, pueden servir también de acicate para profundizar el diálogo.

Por Natalio R. Botana

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 24 de setiembre de 2006.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *