El país no volverá a ser un jardín de infantes

Por Joaquín Morales Solá

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El Gobierno colocó ayer a un sector de la Capital al borde del enfrentamiento social. Un fósforo mal encendido pudo provocar el estallido de un polvorín levantado por Néstor Kirchner en el altar de la disciplina social.

Los duros piqueteros de Luis D’Elía y de Emilio Pérsico (ambos funcionarios) taponaron con su gente el Obelisco, uno de los accesos más directos a la Plaza de Mayo. La presencia de ellos (y la del diputado hiperkirchnerista Carlos Kunkel) mostró que la orden de la contramarcha salió del vértice mismo del poder; es decir, del propio presidente.

Nunca se sabrá cuánta gente hubiera convocado Juan Carlos Blumberg sin la persistente campaña intimidatoria a la que lo sometió D’Elía en los últimos diez días. ¿Más gente? ¿Menos? Kirchner ha disciplinado a vastos sectores empresarios con la amenaza constante de D’Elía, pero no logró hacer lo mismo con importantes parcelas sociales que ayer se volcaron masivamente a la Plaza de Mayo. Una señal debería ser inconfundible para la administración de Kirchner: la Argentina no volverá a ser un jardín de infantes controlado por un mandamás.

La marcha de Blumberg revolvió de fastidio a Kirchner desde el mismo momento en que se lanzó su convocatoria. ¿Por qué? Barruntó siempre que detrás del carismático ingeniero podían congregarse sectores sociales capitalinos con ideas francamente opositoras al Presidente. ¿Dónde estaba el problema aún cuando hubiera sido así?

De hecho, Kirchner dio orden ayer a la Casa de Gobierno, desde el ministro del Interior hasta el portero, de que no recibieran el petitorio de Blumberg. ¿Era un petitorio de despreciables opositores? Ese no puede ser un argumento para no recibir una carta. La política argentina está perdiendo cualquier noción de civilización política y de convivencia pacífica entre personas distintas.

Hubo, en efecto, una dosis enorme de intolerancia en las ideas y en las prácticas presidenciales. Kirchner pudo hacer, en mayo último, una enorme concentración en la misma plaza de Blumberg. No careció de (más bien le sobró) una movilización espectacular del aparato político del justicialismo, de sus intendentes y de sus gobernadores, y también de incontables recursos financieros.

La marcha de Blumberg fue hecha con el único proyecto de denunciar los crecientes índices de inseguridad en el país. La inseguridad es el conflicto más preocupante para la sociedad argentina, aun si se leen las encuestas cocinadas al calor de las necesidades oficiales. La enorme mayoría social que ayer fue a la Plaza de Mayo, desafiando incluso las amenazas implícitas y explícitas de D Elía, fue evidentemente espontánea.

Pudo haber gestiones movilizadoras de algunos sectores antikirchneristas, pero ninguno de ellos está en condiciones de llenar la Plaza de Mayo como se la vio anoche. En rigor, no podrían llenar ni una plazoleta. Blumberg se ha convertido, así las cosas, en el referente opositor más importante frente a Kirchner. Resulta paradójico, pero ésa nunca fue la intención del ingeniero. Fue Kirchner, obsesionado por controlar hasta la dirección del viento, quien lo empujó a Blumberg al lugar que ocupa ahora.

Blumberg ha caminado ya la política y no habrá nadie capaz de convencerlo de que los agravios de D Elía no son agravios directos del Presidente, que hasta ahora siempre se había cuidado de no enfrentarse con el padre del joven asesinado. Blumberg recogió el guante ayer y por primera vez lo batió personalmente al Presidente. La relación entre ellos está definitivamente rota, más allá de lo que uno y otro diga en las próximas horas.

Adolfo Pérez Esquivel tuvo la virtud, cuando dio un paso al costado en un gesto de última hora, de apartarse y mostrar la contramarcha al desnudo: fue un acto del Gobierno, con funcionarios del Gobierno y con recursos del Gobierno, que había encontrado en el premio Nobel un escudo inmejorable para esconder sus intenciones. D Elía llegó a definir la misión de ellos como una fuerza de choque en la calle para “defender al gobierno popular de Néstor Kirchner”.

¿Quién lo acosa a Kirchner? ¿Dónde está la debilidad del Presidente para que su subsecretario de Estado amenace con una democracia en movilización permanente en el espacio público? El problema de la Argentina no es la debilidad de su presidente, sino el exceso de poder en manos de un solo hombre.

El discurso de ayer de D Elía parecía calcado de un manual de la Venezuela chavista y polarizada socialmente. Es hora ya de que Kirchner se sincere públicamente y acepte -o no- que las ideas de su funcionario son también las suyas. Si la coincidencia existiera, como parece, una devaluada democracia argentina habrá cambiado de nombre y de contenido.

Una cosa es la necesidad de la reinserción social de los antiguos piqueteros, tarea que era necesaria para asegurar la tranquilidad social del país y el orden público. Otra cosa es, en cambio, que los dirigentes piqueteros se hayan aupado en el Estado para darle su impronta política, lejos de la democracia clásica y de la convivencia social. En síntesis, una cosa es la resolución del conflicto social y otra es el uso del conflicto con claros propósitos políticos por parte del Gobierno.

Blumberg pudo tener el mérito de llevar a la superficie el problema de la inseguridad (que el Gobierno esconde con más vocación que la de resolverlo), pero en este caso tuvo también el valor de poner en claro quién es quién en la política argentina. Las fuerzas de choque de viejos piqueteros, sumados ahora al Gobierno, estaban y no estaban en la esfera del oficialismo. Kirchner jugaba con ese enredo para asustar sin pagar el precio de asustar.

En las últimas horas quedó claro que D Elía y Pérsico son hombres funcionales al esquema presidencial y obedientes a la voluntad del jefe del Gobierno. La política comienza a tomar así otro cariz: ya no es el debate -ni el atril- lo que define su resolución. En adelante, será también el temor de muchos sectores sociales (políticos, empresariales y sindicales) una presencia importante de la política argentina. Una experiencia parecida, aunque menos explícita, hubo en Santa Cruz durante la gestión del entonces gobernador Kirchner.

En un país donde gobernadores, empresarios, políticos y periodistas se dejan llevar por el temor, la experiencia social de ayer, con una Plaza de Mayo rebosante de gente común a pesar de la intimidación, no fue un hecho vulgar. La Argentina corriente y colectiva siempre ha sido mejor que sus dirigentes.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 1 de setiembre de 2006.

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