El oxígeno europeo

La Unión Europea no puede caer en el desánimo, tiene que capitanear el cambio en el mundo y dar oxígeno antes que al sector de las finanzas al mundo de los excluídos, que son seres humanos, independientemente de la raza, la religión o las convicciones políticas. Hay que encontrar remedio a los desequilibrios existentes entre los mismos Estados miembros.

Por Víctor Corcoba Herrero (España)

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Europa tiene que tomar un nuevo rumbo y la Unión debe hacer honor al nombre. No hay tiempo que perder. Los deberes continúan sin hacerse. Todo queda en la palabra. La apuesta por las energías renovables debe ser contundente y los gobiernos han de propiciar que así sea haciéndolas rentables. La energía es fundamental en nuestro diario de vida y los consumidores tienen que tener diversas opciones para poder elegir. Por ello, el que más de 1.600 ciudades de 36 países diferentes se hayan comprometido, ante el Parlamento Europeo, para aumentar su eficiencia energética y reducir sus emisiones de gases contaminantes en el marco del llamado “Pacto entre Alcaldes”, es una buena noticia, que debe extenderse por todos los pueblos y ciudades. La revolución verde nos incumbe a todos y a cada uno de nosotros. Ciertamente, el mundo requiere ese cambio, que nunca llega y se diluye en el tiempo. El compromiso de reducir para 2020 las emisiones de gases de efecto invernadero en un 20%, con respecto a los niveles de 1990, sobre todo mediante un mayor recurso de las energías renovables y un menor consumo energético, mucho me temo que de seguir así no se cumplirá.

La Unión debe seguir creciendo y abrirse a otros países como Turquía. Hay que tender la mano y no cesar en las negociaciones. Europa unida es toda ella, sin exclusiones, y hay que portar ese sentimiento positivo de alianza, puesto que el mero interés jamás ha forjado uniones duraderas. Nada hay más terrible que el rechazo y una ignorancia activa. Precisamente, ante el retraso europeo en centros de educación superior, el “comité de sabios” acaba de proponer con carácter urgente desarrollar una red al máximo nivel de establecimientos de educación superior que puedan competir con los mejores del mundo. Está visto que las oportunidades de educación y formación, a través de los programas de formación, de movilidad de estudiantes y cooperación entre universidades, en absoluto generan personas altamente cualificadas.  Como dijo Machado: todo lo que se ignora, se desprecia; y en la Unión Europea la desconsideración hacia el auténtico saber es tan notorio como público. Europa ha perdido la sabiduría, esa que nos ayuda a vivir, y a lo sumo ha ganado un conocimiento más sectario que libre, bajo el denominador mercantilista de todo se compra y se vende.

Europa ha conseguido, endiosando el euro como único salvavidas, acrecentar la esclavitud del servilismo a la máxima potencia. Es verdad que el euro habla un lenguaje que entienden todas las naciones, por muy singular que sea, y que puede inyectarnos tanta alegría como el amor, pero también tanto dolor como la muerte. Causa espanto el movimiento que genera el susodicho peculio. Los ministros de Economía y Finanzas no escatiman reuniones para protegerle e injertarle estabilidad, fortaleza y solvencia en el mundo; pero, a mi juicio, olvidan socorrer lo más importante del engranaje, al ser humano, que no sólo vive del euro, también necesita de otras cosas que el dinero no las puede comprar. Evidentemente, el capital no debiera serlo todo y habría que convenir emplear otras humanidades más estéticas. Así, por ejemplo, hoy llamamos bello a aquello que nos deja dinero en lugar de aquello que nos levanta el espíritu a nobles aspiraciones. Los efectos de la confusión generan sus frutos. Esta es la prueba: nos afana que el euro, una moneda joven, pueda resultar debilitada frente a tormentas como la desatada en la eurozona a raíz de la crisis griega; y, sin embargo, permanecemos pasivos ante el debilitamiento de la dignidad del ser humano. Somos así, centramos todas las energías en la cuestión económica, en recolectar euros de cualquier modo y manera, y no se nos ocurre pensar en la riada de jóvenes, y menos jóvenes, que están desempleados.

Los hechos son los que son, y la única verdad, es una realidad dura para muchos europeos. Quizás más que nunca Europa necesita oxigenarse de liderazgos políticos claros. El cuento de las reformas estructurales es el cuento de la necedad y de nunca empezar. La mayor porción de factura de la crisis, el mismo déficit causado en parte por el despilfarro de gobiernos, siguen pagándola los pobres. Europa debe ser algo más que una moneda única. Tan importante como el euro es propiciar una sociedad integrada e integradora, cohesionada y entroncada con el espíritu humanitario. Para muestra este botón. Los gobiernos europeos han prometido a los países más vulnerables del mundo cumplir con los objetivos de desarrollo del milenio de Naciones Unidas en 2015. Cuando restan cinco años para que expire el plazo marcado, el grado de cumplimiento alcanzado es muy desigual y el umbral de la pobreza en Europa se dispara.

La Unión Europea no puede caer en el desánimo, tiene que capitanear el cambio en el mundo y dar oxigeno antes que al sector de las finanzas al mundo de los excluidos, que son seres humanos, independientemente de la raza, la religión o las convicciones políticas. Hay que encontrar remedio a los desequilibrios existentes entre los mismos Estados miembros. El capital humano –como dice el “comité de sabios”- es el instrumento estratégico clave para asegurar el éxito en la economía mundial. Y, sin embargo, Europa ha perdido mucho terreno en la carrera hacia una economía del conocimiento, que es el que nos hace responsables. Por desgracia, la mediocridad es lo que hoy abunda y la falta de conciencia europeísta. Es tiempo de rectificar y de reconducirnos hacia un nuevo modelo de Europa, más unida y más coordinada con la iniciativa ciudadana, con la justicia y derechos de los ciudadanos, con el medio ambiente, con las regiones y el desarrollo local, con el empleo y los derechos sociales, con la cultura, educación y juventud, con la energía y los recursos naturales…El mal no está en tener faltas, sino en no tratar de enmendarlas. La idea aristotélica de que el género humano tiene, para saber conducirse, el arte y el razonamiento, puede servirnos para tomar orientación, que ya es algo-bastante.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor español corcoba@telefonica.net 9 de mayo de 2010

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