El mundo según Cristina

Confirmada la candidatura presidencial de Cristina Kirchner, los oráculos políticos bucean ahora en el pasado para tratar de anticipar qué se podría esperar en una Argentina bajo las riendas de la actual primera dama oficialismo.

Por Pablo Mendelevich

Compartir:

Obsesionado con el equilibrio fiscal, Néstor Kirchner bajó los salarios provinciales a comienzos de los noventa, cuando asumió la gobernación de Santa Cruz. En 1993, una vez privatizada YPF, reintegró ese recorte con intereses. Cuenta un político santacruceño a quien ese año le tocó hacer campaña con Cristina Kirchner que, durante un acto en Comandante Luis Piedrabuena, la entonces candidata a diputada dijo, desde la tribuna, algo así como “ustedes no saben lo que le costó a Kirchner tomar la decisión de bajar los salarios”. Y en ese momento se le quebró la voz. “Fue emocionante”, recuerda el testigo. La gira siguió en la localidad de Gobernador Gregores. Al llegar al mismo lugar del discurso, a Cristina Kirchner se le volvió a quebrar la voz. La secuencia se repitió como un calco en la escala siguiente, que era San Julián, asegura la fuente, quien evocó la anécdota el mismo día que por la mejilla de la ahora candidata a presidente rodaba una lágrima frente a fotógrafos y camarógrafos, durante un acto en el que recibió una foto de la casa donde ella nació, lo cual dio un título en los diarios del viernes.

¿Emoción? ¿Sorpresa? Dicen los que saben porque han visto de cerca que los actos en los que ella participa están planificados, con su propia supervisión, hasta en los mínimos detalles. “Steven Spilberg se va a quedar corto”, ironizan algunos en el Senado, anticipando la puesta en escena del acto oficial de lanzamiento de la candidatura, el próximo 19 en La Plata.

¿Está todo tan calculado -hasta las lágrimas- como sugieren estas voces curtidas en la arena política? ¿O el lanzamiento de la campaña presidencial puede inaugurar un estilo nuevo -una sensibilidad silenciada hasta ahora- en la primera dama?

Por lo pronto, mientras los responsables del maquillaje de campaña están lanzados a su tarea con frenético ardor -ya se habla de “trabajar en la feminización de Cristina”, en alusión a limar su aspereza habitual para que no se la perciba autoritaria-, los oráculos políticos bucean en su pasado para ver qué forma podría tener en el futuro el mundo según Cristina.

Una construcción colectiva

Hasta hoy, junto con su esposo y con Carlos Zanini, secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Cristina -como se la está empezando a llamar de nuevo, con el propósito de despegarla unos centímetros de su marido y reforzar su perfil de candidata emancipada- integra el cerebro del Gobierno. En cuestiones operativas y propagandísticas, el trío se forma con Alberto Fernández, jefe de Gabinete. Kirchner, por cierto, está en todas las configuraciones, también cuando las reuniones son de a dos y no precisamente para discutir a quién le toca ir al supermercado (a propósito, cuando están en la casa de fin de semana, en El Calafate, va ella). Tiene algo de cierto, pues, lo que repite Kirchner para disipar el aspecto de conducción personalista, cuando dice que el kirchnerismo es “una construcción colectiva”. Cristina ha escrito decenas de discursos presidenciales y se le atribuye haber ideado importantes movidas oficiales, en particular las relacionadas con la Justicia y con las peleas peronistas. Zannini, quien cuidó todas las firmas de Néstor Kirchner desde que todo empezó en la intendencia de Río Gallegos, es uno de los candidatos firmes a integrar, quizás con las mismas funciones, el eventual gobierno de la cónyuge presidencial. En algunas oficinas de la Casa Rosada no se descarta que Jorge Taiana pueda continuar como canciller, que se sume al gabinete a la senadora Marita Perceval y que el eterno acompañante Miguel Núñez, el más callado de todos los voceros que haya habido en la Casa Rosada, continúe con su tarea, mientras se especula, también, con la continuidad del gerente todoterreno del actual gobierno, el jefe de Gabinete Alberto Fernández.

Los Kirchner, familia de buen pasar, solían viajar a Miami. En realidad, solían no es la palabra adecuada. Cristina nunca había estado fuera de la Argentina antes de ser la primera dama de Santa Cruz.

Nacida en La Plata hace 54 años, su familiaridad con el poder le viene de cuando ascendió a treintañera. Militante en los albores de la democracia de la ortodoxia justicialista que propiciaba -con algunas vivas a Isabelita- la candidatura presidencial de Angel Federico Robledo, ella empezó su larga carrera en el Estado cuando el gobernador Arturo Puricelli la nombró en 1983, en la administración provincial santacruceña, con la categoría más alta: veinticuatro, de donde saltaría a diputada provincial. En la actividad privada sólo trabajó durante los años de la dictadura, como abogada, aunque no tomó entonces contacto con causas de derechos humanos -tampoco se le conocen opiniones ni gestiones políticas en ese terreno-, sino que acompañó a su marido en la rentable tramitación de ejecuciones inmobiliarias.

Lo cierto es que en Miami, en los noventa destino asiduo para miles de argentinos de clase media por entonces abotonados con el uno a uno, los Kirchner paraban en el Sheraton Bal Harbour y desde allí se corrían un día a un parque de Disney y otro día a otro, pero no soñaban, quién sabe por qué, con conocer Europa. Se ve que la experiencia norteamericana le dejó a Cristina Kirchner un muy buen recuerdo porque, cuando hace cinco meses necesitó apelar a una figura suprema de felicidad, le dijo a su colega Ségolène Royal, entonces candidata a la presidencia de Francia, después de enumerarle media docena de indicadores macroeconómicos: “Ojo, la Argentina tampoco es Disneylandia”. No se sabe si la socialista francesa disfrutó la metáfora.

La instalación internacional de la candidata Cristina Kirchner -que sorteó barreras idiomáticas con la contratación de traductores franceses e ingleses- la ayudó a aparecer puertas adentro muy interesada -cristinistas inflamados dirán especializada- en la política exterior argentina, algo indiscutible si el parámetro es su marido.

Pero no ha sido abundante su producción legislativa en relación con los temas internacionales. Puede hallarse, entre la información pública disponible, un proyecto de declaración de 2004 con un reconocimiento al pueblo venezolano por su participación en el referéndum, no mucho más. La senadora Kirchner no participa en las reuniones de la Comisión de Relaciones Exteriores ni en ninguna otra, fuera de la de Asuntos Constitucionales, que preside, y que sólo se junta si ella puede. Allí es tan notorio su impulso a las leyes que le interesan como el cajoneo de decenas que prefiere no tratar. Hasta hubo un caso dual, el de la ley de Información Pública, que ella impulsó primero y dejó caer después, cuando le introdujo reformas polémicas que devolvieron el proyecto a Diputados, donde sigue sumando años. En lo personal, no presentó ningún proyecto en 2007. El año pasado sobresalieron de su producción los grandes asuntos jurídicos: reducción de la Corte Suprema, juicio por jurados e impulso de la Corte Internacional de Justicia.

Es muy restringida la lista de miembros del bloque oficialista -a cuyas reuniones tampoco concurre- con los que conversa o siquiera se saluda. Desde luego, Carlos Menem no es de la partida. Miguel Pichetto sí, porque es quien trasmite las necesidades del Ejecutivo.

Todo el mundo sabe en el Palacio Legislativo que del pequeño despacho del tercer piso que antes ocupaba la senadora Malvina Seguí emana más poder que de cualquiera de las presidencias, sean de las cámaras o de los bloques. Cuando la custodia de la primera dama abre de par en par las puertas de algún salón del Senado es fácil adivinar, también, cuál de los 69 senadores estará llegando un minuto después.

En la Cámara, cerca de Cristina Kirchner se sientan dirigentes opositores como Gerardo Morales y Ernesto Sanz, que no tienen categoría de interlocutores personales. Senadores de buen oído aseguran que Cristina Kirchner conversa en el recinto con su vecina María Laura Leguizamón temas de modas y peinados. Leguizamón, que se sienta a su lado pasillo mediante, es la antigua duhaldista que consiguió la tercera banca porteña después de una larga disputa entre el partido de Gustavo Beliz y el socialista Alfredo Bravo. Cristina Kirchner eludió entonces pronunciarse sobre la cuestión a la espera de un fallo de la Corte Suprema, a contramano de lo que siempre había sostenido, en el sentido de que cada cámara es juez de los títulos de sus miembros. Fue así como, amparada en un fallo de un máximo tribunal constituido por conjueces -los titulares habían sido todos recusados por las partes-, y con Bravo ya muerto, Leguizamón se consagró senadora en detrimento de la cantante Susana Rinaldi, suplente de Bravo. Por fin, el PJ -y diríase, el kirchnerismo- obtuvo una banca en el Senado en un distrito en el que no gana una elección desde hace más de 12 años.

El siglo de las mujeres

Aunque su producción parlamentaria no revela un especial interés en la defensa de su género -más de un observador ha señalado que los años en el Gobierno endurecieron su estilo de administrar poder, en contraste con la ostensible femineidad que pareciera revelar el exacerbado cuidado de su estética personal-, sí se ha mostrado entusiasta ante el avance de las mujeres en el ámbito político. “El siglo de las mujeres”, le dijo a Ségolène Royal cuando ésta todavía era la promesa del socialismo en Francia, y lo repitió hace pocos días cuando saludó a la gobernadora electa de Tierra del Fuego, Fabiana Ríos.

El balancín de la ambigüedad no se ve que la incomode. Esa atmósfera le permitió desempeñarse desde 2003 como senadora nacional a cargo de las leyes recomendadas por el gobierno, primera dama y principal asesora presidencial, sin que se sepa cuándo ni dónde es qué. Lo cual la llevó a figurar en forma indistinta en el inventario del Legislativo y el Ejecutivo, los dos poderes en los que tiene esparcidos sus tres despachos (el Congreso, la Casa Rosada y Olivos). Mujer incansable, distintas fuentes consultadas por LA NACION, que en general prefieren no ser citadas aunque brinden testimonios neutros o positivos, dicen que la única rutina que la senadora tiene aparte de la política se relaciona con su tarea de madre. Por razones de edad -y de convivencia- invierte más tiempo ahora en la adolescente Florencia que en el ya crecido Máximo, el único miembro de la familia que permanece, alejado, en Río Gallegos.

Néstor y Cristina Kirchner, aseguran personas que los conocen de muchos años, son muy competitivos pero no son competidores. En buen romance, dicen esas fuentes, no disputan poder entre sí. “Discuten a los gritos cuando tienen una diferencia política porque ella es de carácter muy fuerte -cuenta un viejo compañero de militancia, hoy peleado con el Presidente-, pero nunca los he visto mezclar lo personal con lo político, así como tampoco los he visto tener un gesto de cariño físico; sí verbal, de elogios recíprocos”.

Para entender esto, estimado lector, parece desaconsejable tomar como referencia el matrimonio que uno tiene en casa. Se trata aquí de un matrimonio político, categoría quizás tan distante de las parejas de peatones como la vida del astronauta para quien goza observando un cielo estrellado. Desde que se levanta hasta que se acuesta Cristina está “maquinando política”, según expresión de una allegada. Pero si de matrimonios políticos se trata, es cierto que hay más fotos de Perón abrazando a Evita -y no son más de un par- que de Cristina Fernández abrazada por Kirchner. La senadora ha dicho que preserva su intimidad, pero algunos dirigentes opositores dicen temer que el paquete íntimo arrastre asuntos tan poco privados como la sucesión presidencial. Es que uno de los cambios más notorios de la senadora convertida en primera dama fue su relación con la prensa argentina, a la que dejó de atender (concede unos pocos reportajes en el exterior cada año) pero no de criticar. Su enorme capacidad histriónica, combinada con la administración de silencios y la regulación planificada de apariciones, le permite comunicar acciones, ideas o meros gestos sin necesidad de comparecer ante un periodista o siquiera debatir con sus propios pares del Senado cuando el tema resulta incómodo para el gobierno.

En lo personal, si se la aprecia con parámetros convencionales, Cristina Fernández es una mujer solitaria. Su vida social fuera de la política es prácticamente nula (a diferencia de Kirchner, que conserva viejos amigos) y no se le conoce una amiga entrañable. Se sabe que en soledad, o con una secretaria, ha llegado a ir a un complejo de cines de Recoleta, eso sí, sacrificando los prolegómenos, el pochoclo y los títulos finales de la película: sólo entrar y salir con la sala oscura le garantiza un anonimato que, en esa clase de ocasiones no controladas, aprecia. Mientras Kirchner se arroja como nadador de clamorosas multitudes, a ella no le gusta ser atosigada. Tampoco, claro, debe de gustarle el verbo atosigar, sinónimo de quien le arrebató definitivamente la posibilidad de ser la primera presidenta de la Argentina, Isabel Perón, un nombre que la Casa Rosada preferiría no ver en los diarios por lo menos hasta el 28 de octubre.

La comparación con los Clinton

WASHINGTON.- Cristina Fernández es la “versión mejorada” del estilo presidencial de Néstor Kirchner. Es elogiada por su manejo más refinado de la política internacional, pero también despierta ciertas resistencias. O, dicho de otro modo, Estados Unidos espera que con ella mejore la relación bilateral, pero el primer “gesto” de acercamiento deberá partir de Buenos Aires, no de la Casa Blanca, dijeron a LA NACION fuentes oficiales en Washington.

“Si hablan de ‘pingüino o pingüina’ es porque tampoco son tan distintos entre sí, pero sí lo son del resto”, le dijo a LA NACION, no sin ironía, Roger Noriega, el ex subsecretario para América latina de la administración Bush, que conserva varios puentes abiertos dentro del gobierno.

La administración Bush mantiene, de todos modos, su silencio oficial, para evitar que algún comentario más o menos polémico pueda utilizarse en la contienda electoral argentina.

Pero, en voz baja, lamenta que el Gobierno se pierda tantas“oportunidades” para consolidar el crecimiento –que reconocen y destacan– y atraer inversiones extranjeras, y que en lugar de ello “experimente” con recetas heterodoxas “erróneas”, como los controles de precios.

Desde la oposición demócrata ofrecen una visión similar. Hillary Clinton y Fernández de Kirchner se reunieron apenas dos veces, en septiembre de 2003, en Washington, y en julio de 2004, en Boston, durante la convención demócrata que nominó a John Kerry.

En Buenos Aires se entretienen con las supuestas semejanzas entre los Clinton y los Kirchner. Las hay, pero también los separan claras diferencias: Hillary no intentó llegar a la Casa Blanca en cuanto concluyó el mandato de su marido, ni obtuvo la nominación demócrata por la voluntad unilateral de su esposo. La disputa ahora, siete años después de dejar de ser primera dama, en internas abiertas con Barack Obama y John Edwards, entre otros.

El experto del conservador Instituto Empresario Norteamericano (AEI), Mark Falcoff, destacó en su último análisis sobre la Argentina que la comparación entre ambas parejas es “irresistible” y que, en efecto, “existen algunas similitudes”. Pero también aclaró otras “discrepancias cruciales”: en carisma y en fidelidad a sus respectivos partidos.

Chávez, punto de referencia

De todos modos, quizá el mayor punto de referencia aplicado por Washington para evaluar al matrimonio Kirchner reside en Venezuela y lidera lo que llama una “revolución bolivariana”.

Tanto fuentes oficiales norteamericanas como republicanos y demócratas consultados por LA NACION califican a Kirchner de “carterista”, es decir, de sacarle todos los dólares posibles a Hugo Chávez. Y que, consciente del escozor que generan en Washington los flirteos entre Buenos Aires y Caracas, Cristina Fernández busca restablecer puentes con la Casa Blanca enviándole señales a la oposición y a la comunidad judía venezolanas.

Su actuación en Venezuela y su compromiso con la causa AMIA le tendieron puentes con el Comité Judío Norteamericano (AJC), que la invitó a dar un discurso en su gala anual.

Fue en Washington, a principios de mayo. Su participación generó un debate dentro de la AJC, confiaron dos fuentes del Comité a este diario. Algunos no querían darle semejante respaldo. Pero primaron quienes recomendaron apoyarla –y facilitarle ese foro para que se explayara ante personajes clave de esta capital– porque convenía a los intereses de la comunidad judía.

Aquel viaje evidenció también que el cónsul en Nueva York, Héctor Timerman, es quien maneja su agenda en los Estados Unidos. Sea para elegir el hotel donde se alojó en Washington para coordinar encuentros en Manhattan o evaluar otros posibles viajes. Voces en el Gobierno lo señalan para ocupar la embajada en esta capital si ella gana la Presidencia. Otros lo señalan para otro destino, en Buenos Aires. Él prefiere callar y esperar.

Hugo Alconada Mon

Fuente: suplemento Enfoques del diario La Nación, 8 de julio de 2007.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *