El mayor humedal tropical del mundo se ha convertido en un infierno

Por Catrin Einhorn, Maria Magdalena Arréllaga, Blacki Migliozzi y Scott Reinhard.- Este año, alrededor de una cuarta parte del vasto humedal del Pantanal en Brasil, uno de los lugares con mayor biodiversidad de la Tierra, se ha quemado en incendios forestales agravados por el cambio climático. ¿Qué le sucede a un bioma rico y único cuando tanto de él se destruye?

Incendios en el humedal el Pantanal en 2020

Por Scott Reinhard y Blacki Migliozzi·Fuente: Datos al 12 de octubre del Sistema de Información de Incendios para el Manejo de Recursos de la NASA. Áreas protegidas y territorios indígenas de la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada.

Estos incendios sin precedentes en el humedal han atraído menos atención que los de Australia, el oeste de Estados Unidos y la Amazonía, su región hermana al norte que es una celebridad. Pero aunque el Pantanal no tenga estatus ni fama global, los turistas conocedores acuden ahí porque es el hogar de concentraciones excepcionales de vida salvaje asombrosa: jaguares, tapires, nutrias gigantes en peligro de extinción y guacamayos jacinto azul radiante. Como una inmensa tina, el humedal reverbera de agua durante la época de lluvia y se vacía durante los meses de seca. Es un ritmo que tiene un nombre muy adecuado pues evoca el latir de un corazón: el pulso de inundación.

El humedal, que es más grande que Grecia y abarca partes de Brasil, Paraguay y Bolivia, también ofrece dones invisibles a una gran parte de Sudamérica al regular el ciclo del agua del que depende la vida en el continente. Sus incontables pantanos, lagunas y afluentes purifican el agua y ayudan a prevenir inundaciones y sequías. También almacenan cantidades incalculables de carbono, lo que ayuda a estabilizar el clima.

Durante siglos, los ganaderos han utilizado el fuego para despejar los campos y las nuevas tierras. Pero este año, la sequía agravada por el cambio climático convirtió a los humedales en un polvorín y los incendios se extendieron fuera de control.

Los incendios arrasaron el norte del Pantanal, en el estado de Mato Grosso, en agosto. María Magdalena Arréllaga para The New York Times.

“La extensión de los incendios es asombrosa”, dijo Douglas C. Morton, quien dirige el Laboratorio de Ciencias Biosféricas del Centro de Vuelos Espaciales Goddard de la NASA y se dedica a estudiar los incendios y la producción de alimentos en Sudamérica. “Cuando eliminas un cuarto de un bioma, creas todo tipo de circunstancias sin precedentes”.

Su análisis mostró que al menos el 22 por ciento del Pantanal en Brasil ha ardido desde enero y que los peores incendios sucedieron en agosto y septiembre y ardieron durante dos meses seguidos.

Los incendios que ocurren de forma natural tienen una función en el Pantanal, además de las quemas de los ganaderos. Las llamas suelen quedar contenidas en el mosaico de agua del paisaje. Pero la sequía de este año ha acabado con esas barreras naturales. Los incendios se extendieron fuera de control, mucho peor que ningún otro desde que comenzaron los registros con satélites.

Los incendios también son peores que cualquiera en la memoria del pueblo guató, un grupo indígena cuyos ancestros han vivido en el Pantanal durante miles de años.

Los líderes de Baía dos Guató, un territorio indígena, dijeron que los incendios se propagaron desde los ranchos que rodean sus tierras, y las imágenes de satélite confirman que las llamas entraron desde el exterior. Cuando el fuego comenzó a acercarse a la casa de Sandra Guató Silva, una líder comunitaria y curandera, ella luchó para salvarla con la ayuda de su hijo, su nieto y el capitán de un barco con una manguera.

Durante muchas horas angustiantes, dijo, arrojaron cubos de agua de río y rociaron el área alrededor de la casa y su techo de hojas de palmera. Consiguieron defenderla, pero al menos el 85 por ciento del territorio de su pueblo se quemó, según el Instituto Centro de Vida, un grupo sin fines de lucro que supervisa el uso de la tierra en la zona. En todo el Pantanal, casi la mitad de las tierras indígenas se quemaron, según descubrió la organización de periodismo de investigación Agência Pública.

Ahora Guató Silva lamenta la pérdida de la naturaleza misma. “Me enferma”, dijo. “Los pájaros ya no cantan. Ya no escucho el canto del pájaro chachalaca charata. Incluso el jaguar que alguna vez me asustaba está sufriendo. Eso me duele. Sufro de depresión por esto. Ahora hay un silencio vacío. Siento que nuestra libertad nos ha dejado, nos ha sido arrebatada con la naturaleza que siempre hemos protegido”.

Sandra Guató Silva recolectaba plumas y lirios acuáticos para un penacho cerca de su hogar en la zona indígena Baía dos Guató .María Magdalena Arréllaga para The New York Times.

Ahora algunas de estas personas de los humedales siguen tosiendo después de semanas rodeadas de humo y dependen de donaciones de agua y comida. Temen que al llegar las lluvias de octubre, la ceniza corra hacia los ríos y mate a los peces que constituyen su alimento y sustento.

“No pude evitar pensar que nuestro Pantanal está muerto”, dijo Eunice Morais de Amorim, otra integrante de la comunidad. “Es tan terrible”.

Los científicos se esfuerzan por estimar cuántos animales resultaron muertos en los incendios. Mientras que los grandes mamíferos y las aves han sufrido bajas, muchos pudieron huir o volar. Parece que los reptiles, anfibios y pequeños mamíferos han sido los más afectados. En lugares como California, los animales pequeños suelen refugiarse bajo tierra durante los incendios, pero en el Pantanal, dicen los científicos, los incendios también arden bajo tierra, alimentados por la vegetación seca de los humedales. Uno de los lugares más afectados fue un parque nacional designado como Patrimonio de la Humanidad de las Naciones Unidas.

“No quiero ser alarmista”, dijo José Sabino, biólogo de la Universidad Anhanguera-Uniderp en Brasil que estudia el Pantanal, “pero en una región donde el 25 por ciento se ha quemado, hay una gran pérdida”.

Una garza muerta en la zona indígena Baía dos Guató. María Magdalena Arréllaga para The New York Times.

Mientras los peores incendios se desataron en agosto y septiembre, biólogos, guías de ecoturismo y otros voluntarios se convirtieron en bomberos, al trabajar a veces las 24 horas del día. Fernando Tortato, un científico de conservación de Panthera, un grupo de defensa de los grandes felinos, visitó el Pantanal a principios de agosto con el fin de instalar cámaras para su investigación de monitoreo de jaguares y ocelotes. Pero encontró los sitios de las cámaras quemados.

“Le dije a mi jefe, ‘necesito cambiar mi trabajo’”, dijo Tortato said. “Necesito ser bombero”. En lugar de volver a casa con su familia, pasó gran parte de los meses siguientes cavando cortafuegos con una excavadora en un intento urgente de proteger las zonas boscosas.

Un día de septiembre, mientras trabajaba bajo un cielo anaranjado, él y su equipo terminaron un enorme cortafuegos semicircular, utilizando un amplio río a lo largo de uno de los lados para proteger más de 3000 hectáreas, dijo, un refugio vital para la vida silvestre. Pero cuando los hombres estaban allí de pie, complacidos con su logro, observaron los escombros en llamas saltar repentinamente al río y encender el área que pensaban que era segura. Corrieron a los barcos e intentaron detener la propagación, pero las llamas subieron rápidamente, demasiado alto.

“Ese fue el momento en que perdimos la esperanza, casi”, dijo Tortato. “Pero al día siguiente nos despertamos y empezamos de nuevo”

Un jaguar en el Parque Estatal Encontro das Águas, cuya superficie se ha incendiado en más del 85 por ciento. María Magdalena Arréllaga para The New York Times.

Tortato sabe de tres jaguares heridos, uno con quemaduras de tercer grado en sus patas. Todos fueron tratados por veterinarios. Ahora, los biólogos están preparados para la próxima ola de muertes por inanición: primero los herbívoros, que se han quedado sin vegetación, y luego los carnívoros, que no tendrán herbívoros para alimentarse.

“Es un efecto de cascada”, dijo Tortato.

Los voluntarios de rescate de animales han acudido en masa al Pantanal, entregaron animales heridos a las estaciones de triage veterinario y dejaron comida y agua en el campo para que otros animales los encuentren. Larissa Pratta Campos, estudiante de veterinaria, ha ayudado a tratar jabalíes, ciervos de pantano, aves, primates y una criatura parecida a un mapache llamada coatí.

“Estamos trabajando en medio de una crisis”, dijo Pratta Campos. “Me he despertado muchas veces en medio de la noche para atender a los animales aquí”.

La semana pasada, el periódico O Globo informó que los especialistas en extinción de incendios de la principal agencia de protección del medio ambiente de Brasil se vieron obstaculizados por procedimientos burocráticos, lo que retrasó su despliegue en cuatro meses.

Voluntarios y veterinarios en Poconé, Mato Grosso, le cambiaban los vendajes a un coatí quemado. María Magdalena Arréllaga para The New York Times.

Dado el alcance histórico de los incendios, sus consecuencias a largo plazo en el Pantanal no están claras. Los pastizales del ecosistema pueden recuperarse rápidamente, seguidos de sus matorrales y pantanos en los próximos años, dijo Wolfgang J. Junk, un científico especializado en la región. Pero los bosques requerirán décadas o siglos.

Aún más crítico que el impacto de los incendios de este año, dicen los científicos, es lo que nos dicen sobre la salud subyacente de los humedales. Como un paciente cuya fiebre alta indica una infección peligrosa, la extensión de los incendios es un síntoma de graves amenazas para el Pantanal, tanto desde dentro como desde fuera.

Más del 90 por ciento del Pantanal es de propiedad privada. Los hacendados han criado ganado allí durante cientos de años, y los ecologistas enfatizan que muchos lo hacen de forma sostenible. Pero ahora han llegado nuevos agricultores, a menudo con poca comprensión de cómo utilizar el fuego de forma adecuada, dijo Cátia Nunes, científica del Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología de Humedales de Brasil. Además, la ganadería en las tierras altas ha presionado a los campesinos locales para aumentar el tamaño de sus rebaños, utilizando más tierra a medida que lo hacen.

Eduardo Eubank Campos, un agricultor de quinta generación, recuerda que, de niño, su familia usaba las quemas controladas para despejar la tierra. Dijo que dejeron de hacerlo después de añadir un albergue ecoturístico a su propiedad de 70000 hectáreas, que ahora incluye reservas y campos en los que crían unas 2000 cabezas de ganado y caballos. Este año, gracias a los cortafuegos, una pipa de agua y trabajadores entrenados rápidamente para combatir el fuego, fueron capaces de mantener a raya las llamas. El peor impacto lo sufrió su negocio de ecoturismo, que ya sufría a causa del coronavirus y que representa tres cuartas partes de sus ingresos.

Eubank Campos tiene dificultad para comprender quién iniciaría los incendios cuando la tierra estaba tan seca. “Los pantaneiros saben que esta no es la temporada para hacer quemas”, dijo Eubank Campos con una palabra que los locales usan y que también transmite una cultura de siglos de agricultura en el humedal. “Ellos no quieren destruir su propia tierra”.

La policía federal brasileña investiga los incendios, algunos de los cuales parecen haber tenido como objetivo, ilegalmente, los bosques.

No obstante, al preguntársele por la mayor amenaza al Pantanal, Eubank Campos responde de un modo que deja ver la división política y cultural: “Temo que dichas organizaciones que vengan aquí con la intención de aprovecharse del tema y terminen por ‘cerrar’ el Pantanal y lo conviertan en una gran reserva y echen a los pantaneiros”, dijo.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien en campaña prometió debilitar las regulaciones conservacionistas, es muy popular en la región.

Un agricultor intentaba apagar el incendio cerca de la carretera Transpantaneira a finales de agosto. María Magdalena Arréllaga para The New York Times.

Pero Eubank Campos concuerda con los ecologistas en que la mayor amenaza al Pantanal viene de allende sus fronteras.

Debido a que los ecosistemas están interconectados, el bienestar del humedal está a merced de la boyante agricultura en los altiplanos alrededor. Los inmensos campos destinados a la soya, el ganado y otros granos —materias primas que se intercambian globalmente— erosionan el suelo que llega hasta el Pantanal y obstruye tanto sus ríos que algunos de ellos se han convertido en presas accidentales y roban de agua al flujo que va a la zona río abajo.

La deforestación desenfrenada y los incendios relacionados en la vecina Amazonía también crean un efecto dominó al interrumpir los “ríos voladores” de precipitación de la selva que contribuyen a la precipitación en el Pantanal. Las represas de energía hidroeléctrica desvían el agua, dicen los científicos, y una propuesta para canalizar el principal río del humedal tal vez causaría que se vacíe demasiado pronto.

Pero tal vez la amenaza más peligrosa venga incluso desde más lejos: el cambio climático. Los efectos que los modelos predijeron, un Pantanal mucho más caluroso que oscila entre la sequía severa y la precipitación extrema, ya se dejan sentir, dicen los científicos. Un estudio publicado este año encontró que el cambio climático representa una “amenaza crítica” al ecosistema al dañar la biodiversidad e imposibilitar su capacidad de ayudar a regular el ciclo del agua para el continente y el carbono para el mundo. En menos de 20 años, halló el informe, el norte de Pantanal podría convertirse en una sabana o incluso en una zona árida.

“Estamos cavando nuestra tumba”, dijo Karl-Ludwig Schuchmann, ecologista en el Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología de Humedales de Brasil, uno de los autores del estudio.

Para salvar el Pantanal, los científicos ofrecen soluciones: reducir el cambio climático de inmediato. Practicar agricultura sostenible en y alrededor del humedal. Pagar a los agricultores para preservar los bosques y otras zonas naturales de sus terrenos. Aumentar el ecoturismo. No desviar las aguas del pantanal porque su vida depende del pulso de inundación.

“Todos hablan de ‘tenemos que evitar esto y aquello’”, dijo Schuchmann. “Pero es poco lo que se hace”.

El cadáver de un caimán en la zona quemada cercana a la carretera Transpantaneira. María Magdalena Arréllaga para The New York Times.

Ernesto Londoño colaboró con reportería. Fuente: https://www.nytimes.com/interactive/2020/10/13

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