El kaiser invita a la fiesta del Mundial de Alemania 2006

Cuando, en 2006, comience en Alemania la gran fiesta del Mundial, será sólo porque Franz Beckenbauer se ocupó personalmente del tema.

Por Hanns-Bruno Kammertöns

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Siempre estaba cerca de él en la cancha, más cerca que cualquier otro; siempre a su servicio, sacrificándose por él. Y lo hacía con gusto: Hans-Georg Schwarzenbeck, alias «Katsche» para el mundillo del fútbol. El adversario que quería llegar hasta Franz Beckenbauer, tenía que superar antes a su leal asistente. Más de diez años codo a codo con el «kaiser» en el Bayern Múnich y en la selección alemana: «Katsche», el incondicional, nunca se cuidó a sí mismo y como defensa siempre cerró todos los espacios. Cuando, hoy, Schwarzenbeck recuerda al «kaiser», lo embargan aún la emoción y la gratitud. «Me alegra poder haber vivido en su era». Hans-Georg Schwarzenbeck no es el único que piensa así. Millones de seres humanos, quizás miles de millones, se alegran de vivir en la misma era que Franz Beckenbauer. Los une el orgullo de ser testigos de una figura fulgurante, un hombre que vino al mundo sin alharacas, en Múnich, hijo de un empleado medio del Correo, y, aún muy joven, tras capacitarse como corredor de seguros, comenzó a subir irresistiblemente la escalerilla de los éxitos. El «kaiser» en la cancha. Nadie sabe cuál fue el periodista que le aplicó primero ese majestuoso apodo. Pero todo el mundo sabe que el título no es excesivo. Cómo Franz Beckenbauer paseaba por el campo de juego, cómo superaba a la defensa adversaria y elevaba el balón hacia el área de peligro eran maravillas que nunca se habían visto antes. Era el estilo de un emperador, si bien a alguien como Hans-Georg Schwarzenbeck tanta grandeza lo podía llegar a superar. «Franz Beckenbauer no miraba el balón, sino que lo percibía con el pie». Lo cual era un problema para el resto del equipo, que también quería jugar. «Esos pases, sacados sin aviso desde la articulación del pie eran difíciles de reconocer y bastante difíciles de tomar». El «kaiser» siempre ha estado en la cima. No había otra alternativa que ganar. Y el fútbol como juego, el fútbol como él lo entendía, no tenía por qué ser trabajo, agitación ni desasosiego. Alguien como él no sudaba, como mucho le transpiraban un poco las sienes. Como jugador fue campeón alemán, campeón europeo de clubes y campeón mundial. Como ídolo de las adolescentes hizo publicidad para sopas instantáneas y se transformó en cantante de moda, con la canción «Nada puede separar a los buenos amigos», que llegó a ocupar nada menos que el séptimo puesto en las listas de venta. Franz Beckenbauer, una empresa unipersonal, ejemplo para muchas otras empresas unipersonales fundadas décadas después. Cuando Alemania le quedó demasiado chica, Beckenbauer se fue al Cosmos de Nueva York. Impulsado por su manager Robert Schwan, la empresa Beckenbauer prosperó como ninguna otra. En Estados Unidos se transformó definitivamente en ciudadano del mundo. La empresa unipersonal se transformó en un actor global. Fue tres veces campeón estadounidense de fútbol con el Cosmos y, como «figura fulgurante», bien podría haberse quedado allí entonces, en 1980. Pero como «astro» siguió adelante, ya que se lo necesitaba en muchos sitios. «¡Franz, por favor, unas palabras acerca del partido!» Donde aparece Franz, surgen miríadas de micrófonos. ¿El «kaiser» no da un comentario? ¡Impensable! Sin sus declaraciones, ningún periodista puede marcharse a casa. La figura fulgurante refunfuña, habla de «equipo de principiantes» y siempre tiene un buen consejo a mano: «¡salgan a la cancha y jueguen al fútbol!» Aún cuando, en estilo minimalista, no pasa del ademán de botar algo, el a veces iracundo Beckenbauer se comporta siempre tan encantadoramente, que nadie se lo toma a mal. Franz goza del respeto de todos, aún cuando a veces de un día para otro, incluso en un lapso de pocas horas se contradiga a sí mismo en diversos artículos como comentarista y columnista. Pero, ¿a quién le interesa lo que dijo ayer? El «Kaiser» habla, amén. Beckenbauer lo ha logrado todo. Nadie sabe a ciencia cierta cuál de sus hazañas es la mayor o la más importante. Campeón mundial como jugador, campeón mundial como entrenador, incontables títulos con el FC Bayern Múnich. Fue «jugador alemán del siglo» y tiene ocho nietos; la Academia de Deportes de Sofía lo nombró doctor «honoris causa» por su compromiso social. En la televisión introdujo un balón que estaba depositado sobre un vaso de cerveza en un agujero en un panel de madera. Cuando, en 2006, comience en Alemania la gran fiesta del Mundial de fútbol, ello será posible sólo porque Beckenbauer se ocupó personalmente del tema. Aún se alaba su ofensiva encantadora como presidente del Comité Organizador del Mundial 2006. Porque podría haber sido un fracaso. Pero, gracias a Dios, intervino Beckenbauer.

Hanns-Bruno Kammertöns

Fuente: http://www.magazine-deutschland.de/bland/fb_amVWM-Beckenb_4-05_SPA_S.php. 18-07-2005.

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