El gran objetivo: erradicar la pobreza y la exclusión

Así lo expresa el documento presentado en el marco de la 96ª Asamblea Plenaria que se desarrolló en El Cenáculo, en La Montonera, (Pilar, provincia de Buenos Aires), del que participó el obispo de Rafaela Carlos Franzini, y que lleva por título: “Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016)”.

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Pilar (Buenos Aires), 14 Nov. 08 (AICA). “Con vistas al Bicentenario 2010-2016, creemos que existe la capacidad para proyectar, como prioridad nacional, la erradicación de la pobreza y el desarrollo integral de todos. Anhelamos poder celebrar un Bicentenario con justicia e inclusión social. Estar a la altura de este desafío histórico, depende de cada uno de los argentinos”. Así lo expresa el documento presentado hoy en el marco de la 96ª Asamblea Plenaria que desde el pasado lunes hasta mañana se desarrolla en El Cenáculo, en La Montonera, (Pilar, provincia de Buenos Aires) y que lleva por título: “Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016)”.

 El trabajo fue presentado al mediodía en una conferencia de prensa de la que participaron los obispos Jorge Casaretto (San Isidro), Guillermo Rodríguez-Melgarejo (San Martín) y Enrique Eguía Seguí (auxiliar de Buenos Aires).

 Tras retomar una afirmación expresada en un documento anterior: “La gran deuda de los argentinos es la deuda social”, los obispos afirman: “No se trata solamente de un problema económico o estadístico. Es, primariamente, un problema moral que nos afecta en nuestra dignidad más esencial y requiere que nos decidamos a un mayor compromiso ciudadano. Pero sólo habrá logros estables por el camino del diálogo y del consenso a favor del bien común, si tenemos particularmente en cuenta a nuestros hermanos más pobres y excluidos”. 

Hacia el Bicentenario En este contexto ofrecen sus aportes “como hombres de fe y pastores de la Iglesia.

 En primer lugar se refieren a la celebración del Bicentenario: “Estamos agradecidos por nuestro país y por las personas que lo forjaron, y recordamos la presencia de la Iglesia en aquellos momentos fundacionales”, sin embargo, advierten que “cuando se celebró el primer Centenario de estos grandes acontecimientos, nuestra Nación aparecía en el concierto de los pueblos como una tierra promisoria y acogedora” hoy, “en vísperas de la celebración del Bicentenario, la realidad y el ánimo no son iguales”.

 Subrayan también la posibilidad de “crecer sanamente como Nación si reafirmamos nuestra identidad común”, sostienen que estamos “ante una oportunidad única” y advierten: “Podemos aprovecharla, privilegiando la construcción del bien común, o malgastarla con nuestros intereses egoístas y posturas intransigentes que nos fragmentan y dividen”. 

 En cuanto a la necesidad de “hablar de un proyecto de país”, los obispos califican de “indispensable procurar consensos fundamentales que se conviertan en referencias constantes para la vida de la Nación, y puedan subsistir más allá de los cambios de gobierno”. 

 “Necesitamos aceptar que toda democracia padece momentos de conflictividad -dice el documento-. En esas situaciones complejas, alimentar la confrontación puede parecer el camino más fácil. Pero el modo más sabio y oportuno de prevenirlas y abordarlas es procurar consensos a través del diálogo”.

 Y añade que en este tiempo, “donde la crisis de la economía global implica el riesgo de un nuevo crecimiento de la inequidad, que nos exige tomar conciencia sobre la ‘dimensión social y política del problema de la pobreza’. En este sentido, la promoción de políticas públicas es una nueva forma de opción por nuestros hermanos más pobres y excluidos”.

 Al insistir nuevamente sobre la necesidad del diálogo, aclaran que “nunca llegaremos a la capacidad de dialogar sin una sincera reconciliación” y que “se requiere renovar una confianza mutua que no excluya la verdad y la justicia. 

 Las heridas abiertas en nuestra historia, de las cuales también nos sentimos responsables, pueden cicatrizar si evitamos las parcialidades. Porque mientras haya desconfianzas, éstas impedirán crecer y avanzar, aunque las propuestas que se hagan sean técnicamente buenas. Todos debemos ser co-responsables de la construcción del bien común”.

 También se refiere a un nuevo “estilo de liderazgo” que implica la concepción del “poder como servicio”. En ese sentido afirma: “No habrá cambios profundos si no renace, en todos los ambientes y sectores, una intensa mística del servicio, que ayude a despertar nuevas vocaciones de compromiso social y político. El verdadero liderazgo supera la omnipotencia del poder y no se conforma con la mera gestión de las urgencias”.

 Y enumera “algunos valores propios de los auténticos líderes: la integridad moral, la amplitud de miras, el compromiso concreto por el bien de todos, la capacidad de escucha, el interés por proyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y, sobre todo, la coherencia de vida”. Asimismo declara como “uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo” el de “recuperar el valor de toda sana militancia”. 

Nuevas angustias que nos desafían A continuación, el documento menciona las “nuevas angustias que nos desafían”, entre las que destaca la presencia de “sobrantes y desechables” como “formas inéditas de pobreza y exclusión”, que son “esclavitudes modernas que desafían de un modo nuevo a la creatividad, la participación y la organización del compromiso cristiano y ciudadano”. Por ello reafirmar que su “criterio de priorización será siempre la persona humana, que ha recibido de Dios mismo una incomparable e inalienable dignidad”.

 En relación con la economía, reconocen “una recuperación en la reducción de los niveles de pobreza e indigencia después de la crisis de 2001-2002. Pero también es verdad que no se ha logrado reducir sustancialmente el grado de la inequidad social. Junto a una mejora en los índices de desempleo, el flagelo del trabajo informal sigue siendo un escollo agobiante para la real promoción de millones de argentinos”. 

 También “es grave la situación de la educación en nuestra patria”, les “preocupa la subsistencia del gravísimo problema del endeudamiento del Estado” que lleva a que los pagos de la deuda externa condicionen “gravemente los esfuerzos que debieran realizarse para saldar la deuda social”. 

 Asimismo, lamentan que no se haya podido “erradicar un histórico clima de corrupción” y califican de “preocupante la situación de los adolescentes y jóvenes que no estudian ni trabajan, a los que la pobreza les dificulta el desarrollo integral de sus capacidades, quedando a merced de propuestas fáciles o escapistas. Es escandaloso el creciente consumo de drogas que hace estragos cada vez a más temprana edad. En todo el país se ha multiplicado la oferta del juego. La población se ve afectada por la violencia y la inseguridad que se manifiestan de variadas maneras”. 

Metas prioritarias para la construcción del bien común A continuación, los pastores proponen “algunas metas que estimamos prioritarias para la construcción del bien común”:

 “Recuperar el respeto por la familia y por la vida en todas sus formas”; “avanzar en la reconciliación entre sectores y en la capacidad de diálogo”; “alentar el paso de habitantes a ciudadanos responsables”; “fortalecer las instituciones republicanas, el Estado y las organizaciones de la sociedad”; “mejorar el sistema político y la calidad de la democracia”; “afianzar la educación y el trabajo como claves del desarrollo y de la justa distribución de los bienes”; “implementar políticas agroindustriales para un desarrollo integral”; “promover el federalismo” y “profundizar la integración en la Región”.

 En cuanto a la propuesta de “mejorar el sistema político y la calidad de la democracia” el documento asegura: “Es imperioso dar pasos para concretar la indispensable y tan reclamada reforma política. También para afianzar la orgánica vitalidad de los diversos partidos y para formar nuevos dirigentes, reconociendo que las estructuras nuevas no producirán cambios significativos y estables sin dirigentes renovados, forjados en el aprecio y el ejercicio constante de los valores sociales. Sobre todo, es imprescindible lograr que toda la ciudadanía pueda tener una mayor participación en la solución de los problemas, para que así se supere el recurso al reclamo esporádico y agresivo y se puedan encauzar propuestas más creativas y permanentes. De este modo construiremos una democracia no sólo formal, sino real y participativa”.
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