El fundamento teológico del amor humano

Mi única preocupación es unir la razón y la fe, ya que en eso consiste la gran tarea de la vida, la felicidad, y la posibilidad de vivir con equilibrio e intensidad toda la realidad.

Por el Dr. Alejandro Bonet (Rafaela)

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Introducción: Al terminar la nota anterior decíamos que era necesario recurrir al fundamento teológico para comprender la raíz de la cual brota el deseo que se expresa en la experiencia del amor humano. El fundamento teológico es la Fe Judeocristiana, que alcanza en Cristo su máxima revelación: Cristo es el hombre perfecto. Juan Pablo II nos ha enseñado que: “el Dios que crea a su imagen y semejanza inscribe en el corazón del hombre la vocación al amor” Esta Fe nos ha sido trasmitida por el Magisterio y la Tradición de la Iglesia Católica.
La Fe nos da una inteligencia más adecuada de lo humano, nos permite comprender lo que nos sucede de una manera más amplia, nos ayuda a tener en cuenta factores que nos constituyen en lo más profundo de nuestro ser y que son determinantes para asumir una posición humana más realista para afrontar el drama apasionante de la aventura humana. 1.- La afirmación del “Yo” como criterio de realización personal. Hay una cuestión que me parece decisiva y de gran trascendencia para los hombres que vivimos este tiempo tan complejo. Un acento que viene desde hace más de tres siglos pone a nuestro Yo en el centro de la escena. Lo que se inicia con el humanismo, luego continua con el renacimiento y toma toda su estatura con el racionalismo, ha hecho que vivamos nuestra fatiga cotidiana centrando toda nuestra preocupación humana en afirmarnos a nosotros mismos, ya que de no lograr esta experiencia parece que nuestra vida a fracasado. En esta segunda nota, quisiera volcar mi experiencia, que ha consistido en descubrir, a partir de un encuentro humano, como la realidad más profunda de nuestra humanidad nos pide justamente lo contrario de lo que la “cultura dominante” nos ha venido enseñando, y por lo tanto educando, desde el siglo XV, en adelante. El humanismo incorporó en el subconsciente colectivo de toda la cultura moderna, lo que podemos llamar “Divo”, es decir la idea del hombre que llega a realizarse en tanto y en cuanto logra “ser alguien”, es decir destacarse en algún aspecto de la realidad mostrando sus cualidades personales. Esto con el paso de los años y el proceso cultural posterior, renacimiento y racionalismo mediante, hasta llegar a la cultura del consumo actual, se traduce en la siguiente afirmación: “Logras ser alguien por lo que haces y por lo que tenés”. Y como el significado de la vida se juega como valor último en la posibilidad de lograr esta afirmación ansiosa y desesperada de sí mismo, todo lo que se le oponga en el camino, todo lo que se convierta en un cierto obstáculo a esta “realización personal”, queda al lado, llámese familia, amigos, compañeros de trabajo, dios. ¿Qué tiene que ver esto con el fundamento teológico del Amor Humano? 2.- El descubrimiento de una manera nueva de concebirnos a nosotros mismos. ¿Qué es lo que nos aporta la Fe en Jesucristo, a través de la comunidad de la Igleisa, en el horizonte de esta situación que vive el hombre de hoy?. Lo que nos aporta es una comprensión más adecuada de nosotros mismos. Cuando nos levantamos a la mañana, desayunamos y luego nos vamos a trabajar, lo que nos mueve es la concepción que tenemos de nosotros mismos. ¿En que horizonte ponemos la energía que nos mueve? Si nuestra “razón” concibe que vale la pena moverse para afirmarse a sí mismo y esto lo logro poniendo toda mi voluntad, mi conciencia y mi afectividad, en lo que es fruto de mi mismo, siento que me realizo en tanto y en cuanto logro el resultado que me propuse. La “Fe” en Cristo, vehiculizada por la realidad humana de la Iglesia, me ha ayudado a entenderme de otra manera. Pues he descubierto, con el tiempo, que quien nos hizo, en la realidad más profunda de sí mismo es una comunión de personas. Que al crearnos nos ha hecho “imagen y semejanza suya”. Siguiendo la tradición de la Iglesia Católica, he experimentado con gran estupor, que lo que más nos asemeja a Dios en la realidad más profunda de nuestro ser, es la comunión que viven El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, el misterio de comunión de amor de la Santísima Trinidad. Al crearnos a su imagen y semejanza, como varón y mujer, y al llamarnos (vocación) a vivir en comunión (sea en el matrimonio ó en la virginidad), estamos invitados a repetir en nuestra experiencia ordinaria, en nuestra experiencia de amor humano, el misterio más grande que el ser humano esconde, contiene, en sí mismo. 3.- La afirmación del “Yo” como fruto de una relación de pertenencia. ¿Qué consecuencias trae para mi vida más concreta este descubrimiento? Que ya no tengo como horizonte central de mi preocupación humana afirmarme a partir de lo que soy capaz de hacer o tener, sino de entregarme a una relación, a un vínculo, a una pertenencia, que cuando más la profundizo, más se abre, más amplía mi horizonte cotidiano, más me ayuda a entender mi propia humanidad, más me hace “experimentar” la realización de mi propio Yo, a “hacer” y “tener” desde una pertenencia que me realizada en la raíz más profunda de mi ser. Más me realizo cuanto más me pertenezco a otro. Este punto me parece el más neurálgico de todo el problema humano de hoy. Por eso decía que nuestro problema es la Razón, ya que hemos sido educado para concebirnos de manera esquizofrénica, y cuanto más nos buscamos más nos desencontramos. La mayor paradoja de la Fe es que no está en nuestras manos poder resolver este problema ya que la Fe no nos la damos a nosotros mismos sino que nos es regalada, es un don, es una gracia y por lo tanto, solamente puedo pedirla y encontrarla. Consiste en el Acontecimiento de un Encuentro. Así me pasó a mí, tuve un encuentro con alguien que me preguntó ¿A quién te perteneces?, y ahí caí en la cuenta que me pertenecía a mi mismo, a mis propias medidas, y por lo tanto estaba totalmente desencontrado conmigo mismo. No llego a cambiar de mentalidad porque me proponga razonar de otra manera. Solamente si “encuentro” una humanidad más verdadera que me resulte fascinante, que “verifico” que vive la realidad de una manera más intensa, teniendo en cuenta la totalidad de los factores y no fragmentando la vida en compartimientos estancos, es como puedo “convertirme”, y por lo tanto, a través de “un largo caminar” llegar a vivir de otra manera. 4.- La fragilidad estructural que nos constituye desde el origen de nuestro ser. Como último punto quería detenerme en aquella experiencia que todos vivimos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, mientras comemos o dormimos, trabajamos, estudiamos, pensamos, sentimos, vivimos el afecto, la sensualidad, el dolor, es decir, la vida misma. Esta experiencia consiste en la fragilidad estructural que todos tenemos y que se manifiesta en la imposibilidad de abrazar nuestro destino por nosotros mismos. Verificamos que somos totalmente incapaces de brindarnos la felicidad por nuestros propios medios. Esta experiencia ineludible de todo ser humano, la teología cristiana la considera consecuencias del “pecado original”. ¿Como afecta esta “fragilidad estructural” que tenemos en la experiencia diaria del “amor humano”? La afecta de manera decisiva, ya que al ser creados, antes del pecado original, el hombre vivía la inocencia, la unidad y la desnudez originaria, lo que hacía que el hombre y la mujer pudieran relacionarse mutuamente viviendo el significado esponsalicio y generador del cuerpo humano sin el contrapeso de tratar al otro de manera inadecuada, es decir, de manera instrumental. El pecado original trajo consigo, en la relación hombre – mujer, la pérdida de esta capacidad que brotaba del ser mismo, de tratar al otro por lo que el otro es, como signo que nos remite a quien nos creó. Esta es la vocación esponsalicia o nupcial gravada en todo hombre, varón o mujer, sea que esté llamado a vivir el matrimonio o la virginidad. Luego del pecado original el hombre quedó sumergido en la triple “concupiscencia de los ojos, de la carne y la soberbia de la vida”. Esta consecuencia del pecado original se manifestó en todas las épocas, en la nuestra se ha traducido en las posiciones culturales que nos han incidido durante todo siglo XX y se proyectan al silgo XXI, “concupiscencia de los ojos (Marx)” , de la carne (Freud) y de la soberbia de la vida (Nietzche). Estos autores citados, me parece, son los que mejor han expresado en cada caso, como paradigmas culturales, como se manifiesta la concupiscencia del corazón en el hombre contemporáneo. 5.- La Redención: Cristo revela plenamente el hombre al mismo hombre. Siempre tengo presente la pregunta que uno de mis hijos me hizo hace muchos años: Papá, ¿de qué nos redime Cristo, en que consiste su salvación? La experiencia que yo he tenido, desde que tuve la Gracia de vivir el Acontecimiento de un Encuentro, a través del cual Cristo tomo posesión de mi vida, es que él nos “redime”, nos “salva”, de la incapacidad estructural que tenemos para realizar en plenitud nuestra propia humanidad. Todos llegamos a un punto en que la realidad nos dice: “esto no te alcanza, te pido más, y más, y más, y nuestro deseo queda truncado”; es lo que se nos manifiesta como experiencia del Sentido Religioso. Si nos implicamos en la realidad con todo nuestro ser y la vivimos intensamente descubrimos en la misma experiencia de la realidad que hay una exigencia de significado que nos excede, que no la podemos medir con nuestros propios parámetros, que se nos escapa por todos lados, esta experiencia se llama Sentido Religioso. ¿Cómo hace Cristo para responder a esta exigencia de significado, de realización plena de nuestra propia humanidad que todos tenemos, y que a su vez, verificamos día a día, la incapacidad de realizarlo por nosotros mismos?. ¿Cómo lo hace? Proponiéndonos un método, un método sencillísimo, que consiste simplemente en seguirle, en la persona, y en el lugar a través del cual Él se nos manifiesta. Siguiendo estas personas y lugares, a través de una experiencia humana, Cristo mismo, nos revela plenamente quienes somos, de qué estamos hechos, en qué consiste la consistencia de nuestras personas, y también, cómo vivir en plenitud el amor humano. Conclusión: Como lo dije al concluir la nota anterior, mi única preocupación es unir la Razón y la Fe, ya que en eso consiste la gran tarea de la vida, la felicidad, y la posibilidad de vivir con equilibrio e intensidad toda la realidad. La certeza que me ha dado la Fe consiste en verificar a diario como Cristo a través de su Iglesia reconstituye lo humano, y a través de lo humano, reconstituye todas las relaciones que nos definen en las circunstancias cotidianas, empezando por las más cercanas, la mujer, el marido, los hijos e hijas, los compañeros de trabajo, y con el tiempo, la educación, la sociedad, la economía e incluso la política. Esta transformación de la persona tiene un nombre y se llama Santidad, y la única posibilidad de vivirla en plenitud es en Comunión. La Santidad Comunional es la gran tarea que tenemos de cara al tercer milenio, y estamos llamados a vivirla en cualquier circunstancia en la que Otro nos pone.

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