El difícil arte de poner límites a los chicos

Los padres dicen que les cuesta marcarles pautas de conducta a sus hijos, pero para los especialistas es parte del aprendizaje. La generación que no conoce la palabra “no”: una actitud que origina el fenómeno de los niños tiranos.

Por Soledad Vallejos

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Reconocen que en la educación de sus hijos poner límites es importante. Pero hoy existe una generación de padres a la que le cuesta ejercer su función de autoridad y decir que no.

Los especialistas consultados admiten que es una situación recurrente entre las familias argentinas. “Un papá decía que le resultaba más fácil ponerle límites al personal de su fábrica que a su hijo de cinco años”, recuerda Eva Rotemberg, directora de la Escuela para Padres.

Temor a la frustración, sentimiento de culpa o que los chicos los dejen de querer son algunos de los motivos que, según los especialistas, llevan a los padres a ser excesivamente permisivos y contemplar todos los deseos y caprichos de sus hijos.

Pero ¿cuál es la manera de poner límites sin frustrar a los niños? “Justamente, hay límites que apuntan a que el niño aprenda a tolerar cierto grado de frustración. Esto también forma parte de la vida y los ayuda a crecer y madurar”, señala Rotemberg.

Por su parte, la psicoanalista Alejandra Marroquín, docente del Centro Dos, explica: “No poner límites es una manera de desamparo, de abandono. Esto genera el fenómeno de los niños tiranos, que son los chicos que quieren todo, exigen sin límites a sus padres y no soportan escuchar un no como respuesta. Lo único que se logra con este consentimiento es hacerles daño”.

Llanto, ira, pataleo… “Es normal que la primera reacción sea el enojo, pero inmediatamente después llega el alivio -dice Marroquín-. Esto los ayuda a desarrollarse en sociedad, a saber esperar, respetar normas y participar de una cultura.”

Gabriel Longo tiene 35 años. El y Paola, su esposa, son padres de Luca, de 6 años, y Franco, de un año y medio. “Reconozco que no digo los noes que debería. Pero estoy fuera de casa la mayor parte del día, y cuando llego del trabajo lo último que deseo es enojarme con mis hijos. No quiero ser el papá ogro, y siempre termino negociando”.

Sin embargo, Longo asegura que, cuando está convencido de que algo está mal, es inflexible. “Hay una escala de valores en la que no cedemos, como el respeto a los padres, a los mayores. Y si tengo que poner un castigo, prefiero decirle que no puede ver televisión antes que prohibirle alguna actividad mucho más enriquecedora para él, como ir a fútbol, por ejemplo”.

Para Sandra D Ovidio, mamá de Damián, de 6 años, la tarea es aún más complicada. “Fue un hijo muy buscado que llegó en la madurez de mi vida, y lo tuve sola. Poner límites me cuesta, pero lo hago. Entiendo que de esa manera lo estoy ayudando a crecer, a madurar, a enfrentarse mejor con los no de la vida. Pero hay tantas teorías que a veces prefiero mirar para adentro y hacerle caso a mi intuición de madre”, reflexiona.

Una etapa difícil

Con los adolescentes, la cuestión de los límites se presenta para los padres como una problemática mayor. “Es una etapa en la que los hijos se van alejando lentamente de los padres, lo que asusta mucho a los adultos. Aparecen temas como el alcohol, las drogas, las malas compañías. Y en el afán de apartar a sus hijos de todo eso, los padres los complacen. Tienen miedo de que, al poner límites, los hijos los desafíen o los dejen de querer”, explica Diana Rizzatto, de la Sociedad Argentina de Terapia Familiar.

En este caso, la psicóloga insiste en favorecer la comunicación. “Dejar que se expresen, escucharlos, interesarse por sus cosas y preocupaciones -enumera-, y algo muy importante: sentarse a negociar.”

Mariana Canudas sabe muy bien cómo actuar cuando de negociar se trata. Mamá de cuatro chicos de entre 6 y 14 años, aplica el método diariamente. “No me cuesta poner límites. Pero en todo lo que se puede, negocio. Ahora, el horario se transformó en el tema de discusión con el más grande. Pero siempre llegamos a un acuerdo”, manifiesta. ¿Cómo lo logra? “Si yo quiero que vuelva a las 23, arranco diciendo que el horario tope es a las 22. Así empieza el tira y afloja. Finalmente, llegamos a un punto intermedio, y él se va con la satisfacción de que, al menos, me ganó media hora”.

Pero Canudas reconoce: “A diferencia de otras mujeres, como pude y quise dejar de trabajar, estoy con ellos la mayor parte del día. No tengo esa sensación de culpa que, a lo mejor, sienten los padres que trabajan mucho y no pueden compartir tanto tiempo con sus hijos”.

Dada su experiencia como profesional, Marroquín señala la necesidad que hoy tienen muchos adolescentes a los que los padres no han sabido poner límites, de “buscar un freno en el exterior, con el peligro de exponerse a situaciones de riesgo”.

“Los niños necesitan explorar y van probando hasta encontrar límites -concluye Rizzatto-. La familia es un lugar de contención y los padres tienen la responsabilidad de darles las herramientas para afrontar la vida adulta y vivir en esta sociedad.”

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 2 de marzo de 2008.

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