Por el Dr. Rodolfo Zehnder.- Los sucesos que se vienen desarrollando en Ucrania encierran varias lecciones, y el caso es interesantísimo desde el punto de vista del Derecho Internacional. Aun con la provisoriedad que implica un conflicto no resuelto, cuya dinámica es imposible de predecir, podríamos extraer estas conclusiones:

1.- La fragilidad del sistema internacional, de la comunidad internacional organizada.

2.- La certeza de que la guerra fría no está definitivamente terminada,  sino que asume otras formas.

3.- La demostración de que, por encima de los principios, los Estados responden a sus intereses.

4.- Como corolario de ello, el evidente doble estándar en el que incurre el Reino Unido y los potencias occidentales en sus políticas.

5.- La demostración de que las fronteras convencionales son en cierto modo móviles, relativas, y por tanto sujetas  a cambio.

6.- La certeza de que la integración es el único reaseguro para la paz.

Pasemos a comentar brevemente cada una de estas conclusiones.

1.- El sistema es frágil porque fue diseñado en 1945, respondiendo a una realidad histórica que ya no es tal, y que consagrara una situación de doble privilegio en beneficio de las potencias vencedoras en la II Guerra Mundial (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Federación Rusa y China): carácter de permanencia como miembros del Consejo de Seguridad, y poder de veto, con el agravante adicional de que también son juez y parte. Es un diseño decididamente oligárquico, que da por tierra con los declamados y diseminados principios de la democracia, común a casi todo el planeta; diseño que a pesar de las críticas por la injusticia que encierra, no parece pronto a modificarse.

2.- La actitud de Rusia revela a las claras que la rivalidad entre ésta y Estados Unidos y su bloque aliado, persiste y se actualiza de tanto en tanto (lo que ocurrió en Georgia en 2008 es otro ejemplo), porque se halla en juego una concepción del mundo antagónica, por más democratizado que esté el sistema del otrora imperialismo soviético. Rusia –la madre Rusia, abarcativo en este concepto de varios países que hoy son Estados pseudo-independientes- cree tener un rol principalísimo en la vida del planeta, al igual que Estados Unidos, y no está dispuesta a desprenderse alegremente de un rol de protagonismo de algún modo similar al “Destino Manifiesto”  de Estados Unidos. Si terminó la carrera armamentística, ya en la década del 80 mediante la celebración de diversos tratados de limitación de armas nucleares estratégicas, y se produjo la implosión del sistema soviético-comunista a fines de esa década y principios de la del 90, ello no implica que la rivalidad no asuma otras formas: culturales, comerciales, económicas, geopolíticas, determinación de áreas de influencia.

3.- Lo dijimos varias veces: los Estados no tienen amigos permanentes, (y ni siquiera “amigos”), sino intereses permanentes (sin perjuicio de su aggiornamiento según los momentos históricos), y es en función de ellos que diseñan su política exterior (y también interior). Rusia tiene en la península de Crimea un interés que no ha variado, sea el gobierno comunista o capitalista (sui generis): el acceso a las aguas relativamente templadas del Mar Negro y un freno a la expansión de Europa al uso norteamericano. Y lo mismo ocurre con Estados Unidos: la necesidad de evitar la expansión de Rusia, como resabio del antiguo imperio.

4.- El Reino Unido, y sus aliados occidentales, se queja por la falta de respeto por parte de Rusia del principio –internacionalmente aceptado y expuesto como tal en la Carta de Naciones Unidas y resolución AGNU 1514- de integridad territorial de los Estados. (art. 2 inc. 4; e ítem 2, respectivamente), que estaría por encima del principio de autodeterminación de los pueblos (resolución AGNU 1514, ítem 6). Y no tiene empacho en enarbolarlo,  (¿hipocresía?) a sabiendas de que en el caso Malvinas esgrime precisamente lo contrario: que tal principio se subordina a este último. Este doble estándar no es de extrañar, sino que refleja justamente el énfasis puesto en la preservación de los intereses estratégicos.

5.-  Ahora parece que, extrañamente, Rusia resulta ser más democrática que las potencias occidentales, que se llenan la boca pontificando sobre la democracia y la soberanía popular. Crimea decidió su adhesión a Rusia, en referéndum que, convengamos, no merece objeción alguna. De modo tal que lo que una vez se pactó (Rusia se desprendió de dicha región en la década del 50), convencionalmente, ha sido superado por la realidad demográfica-cultural: allí vive mayoritariamente población de origen ruso, que por eso votaron como votaron. ¿Qué debe primar? ¿La voluntad popular, tantas veces proclamada a ultranza por Occidente? ¿O un pacto que no responde a la realidad, actualizada por medio de un procedimiento democrático? Invito al lector a dar su respuesta.

6.- Probablemente la sangre no llegue al río y no tengamos que sufrir una solución por las armas. No sólo porque Estados Unidos y sus aliados no se aventurarán a librar acciones bélicas en una región donde militarmente Rusia tiene una clara ventaja, sino principalmente porque la solución bélica no le conviene a nadie. En efecto, es de tal grado la imbricación, las relaciones comerciales, los flujos económicos, entre Rusia y la Unión Europea, que el riesgo de que una situación bélica desate dicha madeja de relaciones es demasiado alto como para intentar dicha solución. Si la Unión Europea depende del gas que le suministra Rusia y de las compras que ésta realiza (como por ejemplo, sofisticado material parabélico que estaba por venderle Alemania), no es menos cierto que Rusia lleva también las de perder porque necesita de muchos suministros que le provee Europa, y de los recursos financieros que ésta le brinda gracias a dichas ventas. No me quedan dudas, entonces, de que la mejor manera de asegurar la paz entre dos Estados es a través del aumento de sus relaciones comerciales, sin perjuicio de sus intercambios culturales, de modo tal que se cree una relación tan frondosa, tan entretejida, que desatarla mediante el recurso de la fuerza sería para ambos Estados un pésimo negocio, con la posibilidad de revueltas populares internas, aislamiento internacional y otras consecuencias negativas. Argentina y Chile transitaron este camino de integración, luego de casi ir a la guerra por la cuestión del Beagle, y el resultado se ha revelado auspicioso.

El autor es miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, de la Asociación Argentina de Derecho Internacional y del Centro de Estudios Internacionales de la UCSE.

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