“El arte no es sólo para los ricos”, dice José Burucúa

Para el historiador, el patrimonio cultural pertenece a toda la sociedad.

Por Carmen María Ramos

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José Emilio Burucúa dice que el Museo Nacional de Bellas Artes es uno de los más importantes del Cono Sur y que puede festejar con orgullo, en estos días, sus 110 años. Sostiene que ésta es una buena noticia para toda la sociedad, porque el arte, la belleza y la cultura no son sólo para los ricos. Destaca que existe un enorme patrimonio por conservar en la Argentina y considera que hay que sensibilizar a la opinión pública sobre el valor de los bienes culturales.

Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Buenos Aires, Burucúa se especializó en la Universidad de Florencia en arte europeo de los siglos XVI y XVII, y en historia de las ciencias de ese período. En la UBA fue adjunto del profesor Héctor Schenone en la cátedra de Historia del Arte Europeo y sucedió a su otro maestro, Angel Castellán, en la cátedra de Historia Moderna, donde fue adjunto de 1986 a 2002, y luego profesor titular.Desde 2004 codirige el taller Tarea, de restauración y conservación del patrimonio artístico y bibliográfico –creado por la Fundación Antorchas–, que actualmente depende de la Universidad Nacional de General San Martín. Allí, en la Unsam, también es profesor de las maestrías de Sociología de la Cultura y de Historia del Arte, que, además, dirige.

En 2005, Burucúa obtuvo una beca para estudiar por primera vez en los Estados Unidos, en el Getty Research Institute, de Los Angeles, durante tres meses. Casualmente, en las últimas semanas tomó estado público el entredicho con el gobierno de Italia, ya que el Museo Getty se niega a devolver obras que salieron ilegalmente de la península.

-¿Esta polémica puede ser una reedición de las que hubo entre el Reino Unido y Egipto o en el caso de las obras robadas por los nazis?

-Son casos distintos. Sin dudas, hay que bloquear todo tráfico ilícito de las piezas que aún se descubren en Egipto y en la Mesopotamia antigua, porque esos tesoros son de esos pueblos. No cabe la menor duda. Pero no olvidemos que a principios del siglo XIX no existía un marco legal. Por eso, lo que ya está en museos europeos lo dejaría allí. Además, no hay una garantía clara de que si esos tesoros fueran restituidos tendrían el mismo tratamiento. El caso del Getty es diferente, porque cuando se hizo el tráfico de estas obras ya existían normativas internacionales, y existía la Unesco. Si se demuestra que se ha violado esa legislación, el Getty va a tener que devolver las obras, no me parece que haya discusión posible, lo mismo que en el caso de las obras confiscadas por los nazis. Allí no hay dudas: eso fue un despojo.

-La Secretaría de Cultura de la Nación lanzó recientemente una campaña para despertar la conciencia pública sobre la preservación de los bienes culturales. ¿Es un problema para los argentinos el tráfico ilícito de estos bienes?

-Yo creo que sí, sobre todo en lo que se refiere al patrimonio arqueológico y paleontológico. Las listas de objetos que han salido del país y que aparecen a la venta de una manera hasta impúdica en catálogos de remates en Europa y los Estados Unidos son pruebas muy claras de que existe un despojo. En otros planos, como el de la pintura o escultura europea, americana colonial o del período republicano, hay un mercado muy importante en Buenos Aires. No digo que ésto sea ilícito, de ninguna manera, pero hay una sangría importante.

-Daniel Schavelzon describe este proceso en uno de sus libros, El expolio del arte en la Argentina .

-Así es. Allí se describen muy bien aspectos de un mercado clandestino, el robo hormiga de objetos litúrgicos, el vergonzoso caso de la suplantación de objetos de arte religioso de la catedral de Córdoba, que quedó impune Por eso creo que esta campaña está muy bien. Todo lo que tenga que ver con el patrimonio es una cuestión de educación popular. No hay política buena en este terreno sin acompañamiento de la opinión pública.

-¿No estamos hablando de preocupaciones un tanto superfluas, en el contexto de una sociedad, como la nuestra, con necesidades básicas insatisfechas?

-Eso no sólo es un prejuicio, sino que es un prejuicio reaccionario, porque suponer que la cultura, la belleza, los productos más altos del espíritu humano, de la historia humana, son sólo para sociedades ricas, o que solamente a los ricos deberían interesarles, es suponer que las sociedades pobres, los países pobres y las personas pobres no tienen derecho a un patrimonio que les pertenece de pleno derecho, más aún que a los ricos, que lo compraron, simplemente. Esas cosas extraordinarias se pudieron hacer gracias a que existió gente que sufrió y que estuvo sometida a terribles condiciones de trabajo y de explotación, y eso ha sido así, desde Egipto hasta nuestros días.

-Estaba pensando en las dos armas de Manuel Belgrano que se vendieron hace poco en Nueva York por 374.000 dólares. ¡Qué maravilla habría sido poder traerlas de vuelta al país! Pero también es legítimo pensar que con esa cifra se podrían sostener comedores infantiles

-Yo no creo que el Estado deba hacer esa inversión. Lo que digo es que puede haber una suscripción pública con ese destino. Después, si no se llega a la suma requerida, entonces sí, que se venda…

-En otros tiempos, incorporábamos obras a nuestros museos no sólo por donaciones, sino también a partir de colectas impulsadas por la iniciativa privada. ¿Sigue vivo ese impulso en la sociedad argentina?

-Yo creo que hay gente que trabaja en grandes y pequeños museos, gente que tiene una conciencia clara del problema y actúa con entusiasmo. Lo que faltaría es una sistematización de esa conciencia. Pero la responsabilidad más grande les cabe a los funcionarios. Una cosa es el discurso y la declamación y otra muy distinta el día a día y las acciones que se toman. El dinero para hacer acciones un poco más profundas de conservación del patrimonio existe, pero no es una cosa que luzca tanto. Financiar con dineros públicos una fiesta rave o electrónica rinde más que financiar la catalogación del patrimonio artístico nacional mueble, como el que ha hecho la Academia Nacional de Bellas Artes, con financiamiento privado.

-El Museo Nacional de Bellas Artes cumple 110 años. ¿Considera que hay que ampliarlo? El patrimonio exhibido llega apenas al siete u ocho por ciento

-Por supuesto que sí. Yo creo que se podría llegar a mostrar muy bien un 20 por ciento del acervo. Este último recorrido que se armó en tiempos de la dirección del arquitecto Bellucci y que ideó María José Herrera es un camino extraordinario que nos permite conocer y ver el derrotero del arte argentino y del Río de la Plata desde la etapa prehispánica hasta hoy. Es un gran trabajo. Pero con todo lo que hay guardado se podría organizar un recorrido del siglo XIX en un sentido mucho más amplio -empezar en la época napoleónica y llegar hasta las vísperas de la Guerra Civil Española- que sería algo impresionante, más aún si lo articuláramos con la pintura argentina del período. Ahí podríamos ver que la pintura argentina no es un capítulo aislado, menor. Había artistas argentinos que actuaban en Europa en las primeras filas de la producción de la época.

-¿Qué piensa de las colecciones de arte precolombino en manos privadas?

-Si los propietarios adquirieron sus colecciones antes de la ley de protección del patrimonio arqueológico y paleontológico, de 2003, y si lo hicieron legítimamente, no hay nada que objetar. Idealmente, sería fantástico que integraran colecciones públicas, pero si no existía una normativa, que particulares hayan adquirido esas piezas evitó que salieran del país. Habría que verlo desde una perspectiva más positiva. No son delincuentes. Es gente que conoce y estudia el tema. Hagamos el discurso de los científicos sociales y no el de los políticos, por favor.

-¿Cuáles serían, a su entender, los puntos de inflexión en la curva descendente que ha seguido el país en estos temas, desde principios del siglo XX hasta hoy?

-El conservadurismo neblinoso de los años de la llamada Revolución Argentina, de Onganía, con sus censuras, prohibiciones y persecuciones. Después, la intervención montonera no mejoró las cosas. Y el golpe de gracia fue la tiranía militar del 76 al 83, una catástrofe en todos los planos. En esa etapa ocurrió el despojo de la catedral de Córdoba y el robo al Museo Nacional de Bellas Artes de la Navidad de 1980, liderado por un grupo de paramilitares, por dar dos ejemplos del patrimonio artístico. Más allá de las obras robadas, de lo que nunca nos podremos reponer es de la disgregación moral que significó todo eso.

Por Carmen María Ramos

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 16 de diciembre de 2006.

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