El acoso inhumano

Por Víctor Corcoba Herrero (España)

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Siempre pensé que eso de estar en el punto de mira, observado para propiciarte un golpe bajo, seguido en corto como si fueras un perro, sin miramiento alguno perseguido, hazmerreír de chismosos inhumanos, escudo de julepes donde la traición está a la orden del día, era de una crueldad sanguinaria propia de salvajes y muy difícil de soportar. Creí que los nuevos planes educativos cambiarían la atmósfera y que las muchas actividades culturales, que se predican a diario en los medios de comunicación, servirían para volvernos más humanos. Pura ingenuidad mía. La fiebre del acoso es un veneno que se ha puesto de moda. Y de qué manera. Es tanto el asedio que algunas personas reciben, tan brutal la carga de acoso, que optan por quitarse la vida. Ahí está la noticia: Una joven no puede más y se suicida por acoso escolar. Otros huyen de la trepa como pueden, sobre todo del acoso sexual, y en más de una ocasión se han quedado en el intento de la huida. También el acoso laboral acrecienta el número de bajas por depresión. Parece como si el mundo empezara a vivir acorralado por el más fiero de los lobos, el propio ser humano contra sí mismo.

Esto es el efecto de vivir en la superficialidad de las cosas, ansiosos por tener fortunas que no llegan al corazón, desprendidos de esa vía láctea que nos empapa de éticas para saber obrar en verdad. La situación del ser humano en el mundo contemporáneo se encuentra cada día más distante, tanto de las exigencias objetivas de orden moral como de las exigencias de la justicia o, todavía más, del orden social. El desorden nos hostiga y atosiga como borregos en cárceles de lujo. El que una red de violadores de bebés, hayan sido descubiertos en plena faena perversa, superando los límites conocidos hasta el momento por los investigadores policiales, nos confirma el estado de una sociedad enferma, egoísta hasta la médula, capaz de practicar los mayores desenfrenos y adulteraciones posibles. Del libro de la vida, hemos arrinconado el gozo de los dones, aquel de existir para los demás, mutilando doquier espiritualidad. Ahora cultivamos los egoísmos más aberrantes en la lucha por la subsistencia. Pienso que si hay alguien al que cercar, sería al malvado, y ponerlo a buen remojo, en escolaridad, para que cambie de actitudes. El diluvio de maltratos, vejaciones y acosamientos que sufren a menudo miles de personas, debemos cesarlo a la voz de ya. Lo propio es que actúen conjuntamente todos los poderes del Estado y todas las Administraciones, también los ciudadanos, para que la ley se cumpla y regenere otros estilos de vida. El clima de dependencias y adicciones que se permiten, incluso a menores en plena calle, es el fermento para los desórdenes y desmanes que se producen. Por ello, creo que ha de imponerse, con toda urgencia, un auténtico escarmiento reformador de corazones enfermizos, sin conciencia moral alguna, que son capaces de destruir el mundo. Demoler los variados acosos que soportan seres humanos, sobre todo los más débiles, es cuestión prioritaria. La situación alarmante que sufren algunas personas, reclama innovaciones audaces y creadoras por parte de todos, de acuerdo con la dignidad que lleva sellada todo ser humano, por el hecho de serlo. El aviso de la octogenaria Ana María Matute, escritora actual de hondo pensamiento, declarando que le indigna el malestar en el mundo, la sensación de impotencia ante las hostilidades, puede servirnos como reflexión. Siguiendo su ilustrada línea, llegaríamos a saber conjugar mejor los verbos, máxime el del amor, que falta nos hace, lo sea para todos los tiempos, espacios y almas.

corcoba@telefonica.net

El autor vive en Granada (España) y envió este artículo especialmente a www.sabado100.com.ar.

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