Dos presidentes, en un laberinto sin salida

Análisis del conflicto con Uruguay después del discurso del presidente Kirchner sobre el pedido a Tabaré Vázquez de paralizar las obras por 90 días.

Por Joaquín Morales Solá

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El increíble conflicto con Uruguay parece haber entrado en un laberinto sin salida a la vista. Es evidente ya que ese problema lo mortifica a Kirchner y que el Presidente le teme a una escalada aún mayor en la tensión con el país más cercano al corazón de la Argentina. Ayer, durante una improvisación en su discurso anual ante el Parlamento, le suplicó al presidente Tabaré Vázquez, a quien llamó su “amigo”, una paralización de las obras por 90 días. Podrían ser 60 días y también se daría por satisfecho. ¿Por qué ese plazo? Sencillamente, porque quiere tener un argumento en las manos para desmovilizar a los asambleístas de Gualeguaychú. Sucede, por otro lado, que el gobierno uruguayo no está dispuesto a hacer nada mientras los dos puentes binacionales sigan cortados desde el lado argentino. Los piquetes de Gualeguaychú y Colón (sólo queda abierto el puente de Concordia) han creado en Uruguay un clima de irritación que se percibe tanto en su gobierno como en su sociedad. El apego de los uruguayos a la ley y a las formas es precisamente lo que los ha hecho diferentes en una región de pertinaces transgresores. Podría decirse que Tabaré Vázquez ya no está ni siquiera enojado con su amigo Kirchner. Sin embargo, ha decidido que mantendrá con firmeza la posición uruguaya: no habrá negociación mientras esos puentes no sean liberados. El ex presidente Julio María Sanguinetti dijo lo mismo, pero de otra manera: “No se puede negociar con una pistola en la cabeza”.


Debe tenerse en cuenta que los puentes cortados son territorio de los dos países y no sólo de la Argentina. En este tren, la Argentina corre el riesgo de quedar aislada en el continente y en el mundo. Chile también se perjudica por la imposibilidad de mantener su comercio con Uruguay, pero, además, ningún otro país permitirá que se instale el precedente de pasos internacionales cortados indefinidamente por movilizaciones sociales. El laberinto se amplía, sin solución. El Presidente le pidió ayer a Tabaré Vázquez una decisión que el gobierno de éste no puede tomar. Las obras de construcción de las papeleras son iniciativas privadas que han sido autorizadas por el gobierno uruguayo. ¿Cómo podría entonces el gobierno de Montevideo ordenar la parálisis de esas obras por 90 días? Ambos gobiernos podrían, sí, trabajar en un amplio acuerdo que incluyera la decisión propia de las empresas de paralizar las obras por 90 o 60 días. De hecho, se sabe que el gobierno uruguayo les deslizó a las empresas que sería oportuno un gesto de ellas en ese sentido. Los gobiernos de España y de Finlandia, de donde provienen las casas matrices de las papeleras, también están haciendo gestiones ante las compañías. Las empresas no han dicho que no, pero tampoco han dicho que sí. Por momentos son permeables y en otros son renuentes. Seguramente carecen de las certezas necesarias de que esa paralización de las obras (que significará pérdidas para ellas por el lucro cesante y por los plazos incumplidos) concluirá en un acuerdo entre ambos países. Con todo, diplomáticos de uno y otro país aseguran que el día después está demasiado conversado como para prosperar rápidamente hasta un acuerdo. El gobierno uruguayo ofreció la creación de una comisión mixta para supervisar no sólo las obras de construcción de las papeleras, sino también la producción posterior de pasta base de papel. No es imposible, aún ahora, el viejo proyecto de Roberto Lavagna de integrar la producción en el lado argentino, donde se fabricaría el papel y el cartón que no se harían en Fray Bentos. Lavagna había comenzado a conversar esta solución, cuando todavía era ministro, con el propio Tabaré Vázquez, pero los tiempos políticos y electorales argentinos fueron postergando la solución hasta que los hechos consumados en Gualeguaychú ganaron la agenda en ambas orillas del río compartido.


Ayer, en su primera alusión oficial y pública al conflicto, Kirchner creó un clima de cordialidad con Uruguay. Pero le faltó algo, que por lo menos hubiera empezado a conformar los ánimos crispados de los uruguayos. Le faltó, en efecto, un pedido similar a los asambleístas de Gualeguaychú. El Presidente teme que los asambleístas rechacen su pedido y por eso nunca se refiere a ellos. Esta es la verdad. Los uruguayos no entienden esas razones, sobre todo luego de que el gobierno argentino liberara la ruta a Mar del Plata cuando otro corte hacía peligrar su temporada turística. La temporada turística en Uruguay ha sido un desastre y la vertical caída de turistas argentinos afectó, sobre todo, a los pueblos uruguayos más pobres, que son, a su vez, la base electoral más sólida de la coalición gobernante de centroizquierda. Es cierto, por lo demás, que la diplomacia no puede hacer mucho si su trabajo debe hacerse ante una asamblea de vecinos. Las diplomacias de ambos países necesitan de una tregua y de cierta tranquilidad en los espíritus turbulentos de Entre Ríos para explorar las posibilidades de una solución. El círculo se cierra. No hay, hasta donde llega la mirada, la posibilidad de salir de él. Kirchner le pide a Uruguay la paralización de las obras por 90 días. Uruguay condiciona cualquier negociación a la liberación de los puentes. Kirchner se resiste a restablecer el orden en la orilla argentina del río. Las empresas vacilan entre aceptar y no aceptar una paralización por decisión propia. Los cortes son protagonizados a veces por no más de 10 o 20 personas. En ese pequeño grupo de argentinos se encierra el futuro de la relación internacional más entrañable de la Argentina. ¿Es posible que una historia tan importante se termine escribiendo con un trazo tan rústico como indiferente?

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, 2 de marzo de 2006.

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