Día de la diócesis de Rafaela: “muestra un rostro vivo y orante, fraterno y rico en carismas”

Así expresó el obispo Fernández ayer en la capilla San José Obrero en la misa que se transmitió por facebook de la parroquia de Fátima, en el marco de los 59 años de vida diocesana. “San José abre caminos de interioridad y nos ayuda a crecer en la espiritualidad, porque `no solo de pan vive el hombre´”, agregó.

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En la tarde de ayer fue celebrada la misa en la capilla San José Obrero (barrio Villa del Parque), presidida por el obispo Luis Fernández y concelebrada por el párroco Luis Cecchi, que se transmitió por facebook de la parroquia Nuestra Señora de Fátima Rafaela, en el marco de la fiesta de San José Obrero, patrono secundario de la Iglesia de Rafaela. Previamente se realizó una “procesión virtual” por las calles del sector y al final de la celebración Fernández dio una bendición especial a los trabajadores y las herramientas de trabajo que se pusieron delante del altar, concluyendo con un video alusivo con rostros de hombres y mujeres en sus lugares de trabajo. A continuación se transcribe la homilía del obispo diocesano:

Hoy 1 de mayo, es el día de la Diócesis de Rafaela. Celebramos a San José Obrero, uno de nuestros patronos, junto a la santísima Virgen de Guadalupe.

Lo hacemos en este tiempo “difícil” de la pandemia, donde vivimos ya más de 40 días en “nuestras casas”, cuidándonos del “coronavirus”. Junto a nuestras familias, celebramos la solemnidad del santo patrono, como lo hicimos en la Pascua, de un modo “virtual” a través de las “redes sociales”.

El amor misericordioso de Dios nos da la gracia de llegar por estos medios a cada casa, a cada familia, a cada uno de ustedes queridas hermanas y hermanos, a los niños y a los jóvenes, a los matrimonios y al que está solo, al enfermo y a los ancianos, al que es creyente y al que está en búsqueda, todos viviendo este desafío grande que nos toca vivir, abiertos a la trascendencia y a las incógnitas que despierta lo incierto del futuro, anhelando algo mejor, sedientos de bien, hambrientos de bondad y comprensión, gustosos del encuentro y, capaces de solidaridad con deseos de un mundo nuevo, más humano y en paz.

Al celebrar cada año el “día de la Diócesis” en esta fiesta de San José Obrero, palpamos muy de cerca ¡cuánto Dios nos quiere!, al comprobar como el Espíritu Santo va sembrando en el corazón de tantas mujeres y hombres la semilla del evangelio, a lo largo de estos 59 años de la vida de la Diócesis, que muestra un rostro vivo y orante, fraterno y rico en carismas, expresando lo bueno de la diversidad, donde todos estamos llamados a ser misioneros alegres del evangelio de Jesús.

Iglesia diocesana que se muestra comprometida en su laicado, donde la vivencia cotidiana del bautismo, no es algo “formal, por tradición o de costumbre”, sino sintiéndose felices de  “ser sal y luz para este mundo”, fragancia del evangelio en medio de las realidades temporales, viviendo en “campos y ciudades”, donde aletea en ellos el Espíritu Santo.

Son nuestras “comunidades parroquiales” que habitan desde lo más norte, en el Decanato 1, en Gato Colorado y Villa Minetti, mediando más de 500 km., hasta el límite Sur del Decanato 5, en  la ciudad de Frontera.

En este inmenso territorio del norte argentino se derrama la “ternura de Dios”, donde está presente  la “vida consagrada”, mujeres en la vida religiosa activa y en la vida contemplativa, así también como las “vírgenes consagradas” y varones religiosos como los hermanos oblatos.

Nuestra Iglesia diocesana tiene el rostro del diaconado permanente, donde hombres que viviendo en familia, “sirven” al pueblo de Dios. Es el rostro también presente de los sacerdotes y obispos, que a lo largo del tiempo, guían y acompañan a las comunidades como pastores entregados a la gente, formando comunidades fraternas, buscando una Iglesia diocesana que sea “casa de comunión”, en el sentir del querido papa San Juan Pablo II.

Como enseñan los subsidios preparados por el Consejo Diocesano de Pastoral, nuestra Iglesia diocesana también tiene las arrugas de la experiencia de “nuestros mayores”, sus sacrificios, desvelos y paciencia; Diócesis que se manifiesta en los ojos puros y entusiastas de “tantos jóvenes”, que no se dejan robar la esperanza y con alegría son testigos auténticos del evangelio. También es de destacar el perfil maduro de tantas mujeres y hombres que en los “movimientos e instituciones” ayudan a despertar la vocación cristiana con la certeza de que Cristo vive y cuidan acompañando y “formando a sus hijos”, en “escuelas, colegios, universidades” y en la pastoral cotidiana de la vida parroquial, son los chicos y chicas de los pueblos y ciudades que conforman la “pastoral juvenil”.

Vamos a pedirle a San José Obrero, patrono de la Diócesis, se siga consolidando nuestra identidad “diocesana”, que no bajemos los brazos y nos mantengamos unidos en la misión evangelizadora de la Iglesia, ante la desafiante tarea de ser “hospital de campaña”, en medio del mundo que nos toca vivir, que al estilo de San José, cuidemos y protejamos el “misterio de la presencia de Dios en la historia”, presencia “salvífica y llena de ternura” para con la humanidad toda, aún en medio de tanta indiferencia y sin sentido de muchas realidades. La fidelidad de San José nos ilumina a vivir con este gran tesoro, que es la vida sentida y vivida como un “valor”, repleta de “principios” que nos orientan y movilizan nuestra existencia, a no tener miedo a lo desconocido que a veces pareciera “lo imposible de las circunstancias”, pero que la certeza de la amistad cercana y serena de la presencia amiga del amor de Dios, nos invita a ser amables y respetuosos, con alma de niños, que saben de la fragilidad de la vida, pero mucho más creen como San José y se confían en la presencia del misterio amoroso del Dios viviente que en la Pascua, ha vencido a la misma muerte.

Como San José, sintámonos “agradecidos de ser amigos de Dios”, capaces de charlar sencilla y desinteresadamente con el Señor en la oración, que es la fuerza que nos lleva a los hermanos, a no ir con el “dedo acusador” y “prepotente”, lleno de “violencia y avaricia”, de “poder y privilegios”, sino valorando “el silencio” y la “soledad”, que es capaz de decir más que mil palabras, cuando “solo son sonidos que pueden acariciar los oídos por el momento”, pero que dejan “vacío el corazón”. Este tiempo de la cuarentena nos ha enseñado a valorar el sabernos escuchar, dando lugar a los demás y viendo lo valioso que se esconde también en el que vive o trabaja a nuestro lado. San José abre caminos de interioridad y nos ayuda a crecer en la espiritualidad, porque “no solo de pan vive el hombre”, y cuanto bien hace cuando lo que nos sostiene no solo es lo material sino fundamentalmente la firmeza de una vida interior que se abandona a Dios y cree en los hermanos. Por eso la “paciencia vivida” en estos “tiempos  difíciles” ha expresado nuestra capacidad de ver que se puede compartir en armonía, dando lugar a lo esencial y ordenando prioridades que nacen de los valores más profundos que habitan en el corazón, viviendo con ánimo confiado y con fe, fraternos y bondadosos, agradecidos por  las “pequeñas cosas” que son las verdaderas y esenciales para vivir en paz y en familia, con el corazón “pobre y humilde” de tantas mujeres y hombres que “aportando al bien común”, nos han ayudado en estos tiempos difíciles, pero que hemos llenado de esperanza, forjando entre todos un mundo nuevo. Amén.

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