Del campito al estadio: Malacho Soltermann

Por Alcides Castagno.- Enganche gambeteador como pocos, movedizo y apasionado del club con el que se vieron crecer mutuamente, Germán Horacio Soltermann dejó su sello como Malacho y su nombre en el portal de ingreso al estadio del Club 9 de Julio.
Nació en Nueva Lehmann, sus padres tenían un boliche junto a la estación del tren, donde vivían seis familias; fue el menor de dos hermanos y su entretenimiento era una pelota o cualquier cosa que pudiera patearse en el descampado más allá de las vías. Su hermano le llevaba tres años y cuando le preguntaban el nombre del hermanito recién nacido, en su jerga infantil balbuceaba un extraño apócope de Germán Horacio que él transformaba en Malacho. Y así quedó para siempre.
Cuando la familia decidió mudarse a Rafaela, se establecieron a una cuadra de la cancha de bochas del «9», una ubicación que ligó para siempre a Germán con el club que lo tuvo como integrante desde la novena división a la dirección técnica, hasta convertirse en emblema futbolero de la institución. Hoy, retirado de la actividad que amó desde chico, nos recibe en su casa de calle Nosti. Está casado con Viviana Racca hace 41 años, tienen dos hijas: la mayor, Natalia, vive en Buenos Aires, la visitan dos veces por mes y tiene una hija, Ámbar; la menor es Valeria, que en este momento es concejala de la ciudad y tiene un hijo, Bruno.
«Hice toda la primaria en la escuela Rivadavia y después fui a la Escuela de Comercio. No me gustaba estudiar, me gustaba el fútbol, así que cursé hasta tercer año, repetí y dejé; hoy me arrepiento de no haber seguido estudiando, además del fútbol, porque el estudio te da una base para toda la vida, en cambio el fútbol se termina pronto».
«A los 9 años empecé en la novena, en ese tiempo había novena, octava, séptima, sexta y quinta. Pasé por todas, un año en reserva y después pasé a primera. Cuando empecé el club tenía sólo una tribuna y unas pocas cosas más, era un club de barrio que se arreglaba como podía en lo económico y fue creciendo de a poco con mucho esfuerzo. Estamos hablando de 50 años a esta parte, lo integraba gente del barrio de clase media y baja y siempre le costó mucho todo. Me acuerdo que practicábamos los martes y jueves, había una sola pelota, un entrenador para todos. Toda mi carrera lo tuve a Héctor Moscardo, un entrenador muy capaz pero no tenía tiempo porque tenía que hacerse cargo de todas las divisiones. Hoy cada división tiene su entrenador que te enseña a cabecear, a manejar los dos perfiles. Yo llegué a primera y no sabía cabecear. Ahí es donde volvemos al tema de los campitos: todos los días nos juntábamos, dos pulóveres en cada lado haciendo de arco y el partido terminaba por falta de luz cuando llegaba el anochecer. Además, el club tenía la «canchita chica» donde hoy están las de tenis y ahí nos pasábamos las horas».
Al preguntar por personas que hayan sido importantes en su vida de club, no lo duda: «Héctor Moscardo, más que entrenador era casi un padre; Antonio Madera, que manejaba la parte de vestuarios, lo esperábamos a las 4 de la tarde para que nos preste un fútbol y siempre nos atendía, lo mismo que, unos años después, el Micha Dominino; es gente que recuerdo con mucho cariño porque estaba siempre junto a nosotros».
Cuando preguntamos qué siente al ver su nombre en lo alto del portal de entrada al estadio juliense (de paso tiene un error ya que termina el apellido con una M), la conversación se transforma en un espacio reflexivo.
«No me creía merecedor de tanto elogio. Tuvimos reuniones y dudé mucho en aceptarlo. Fue el furor de un momento, de un resultado deportivo; sinceramente no me mueve la aguja porque sigo pensando que ha pasado muchísima gente más importante que yo. A mis hijas y mi nieto sí, los conmueve y los alegra. En algún momento puede aparecer alguien más importante que reemplace mi nombre y realmente no me afectaría».
Cuando hablamos de lo que es el fútbol para Malacho, nos dice: «No extraño para nada al fútbol; no lo necesito porque me dio alegrías, pero muchas tristezas. En el fútbol se pierde más de lo que se gana. Disfruté más como jugador que como entrenador. Si el día de mañana mi nieto tuviera condiciones para el fútbol le diría que estudie, algo que pudiera haber hecho yo y me quedé con lo más fácil, que era el fútbol, que me dejó con las manos vacías. Era un buen jugador, incluso me vinieron a buscar de Newells, pero no quise dejar el club; seguramente me hubiera ido mejor, no sé. Como entrenador y capitán tuve mucho que gestionar y eso te cosecha gente que te quiere y gente que no, por eso hay que estar bien parado y ser respetuoso con todos. Con el paso del tiempo te olvidan unos y otros».
El Club es un ámbito necesario donde se convoca un muestrario de la sociedad en torno de la pasión; chicos y grandes canalizan sus habilidades por el aplauso sonoro de algunas veces y aguantando la crítica despiadada otras; se acepte o no, es así, porque tiene un enorme beneficio que es el de aglutinar chicos que, ante la desaparición progresiva de los campitos y baldíos, necesitan ese lugar que les permite ser un ídolo, o por lo menos soñarlo alguna vez.
Andando por calle Ayacucho, al levantar la vista se puede ver el nombre del estadio Germán Soltermann; es el mismo, es Malacho, directo, serio, frontal, un señor de nuestro fútbol.

Fuente: https://diariocastellanos.com.ar/

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