De nada sirve gritarles a las góndolas

Por Joaquín Morales Solá

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Alfredo Coto ha sido elegido por Néstor Kirchner (¿quizá definitivamente?) como el contrincante perfecto de sus demagógicos duelos públicos. ¿Qué otra cosa puede resultar más fácil, rápida y simpática que culpar de los precios de las góndolas al dueño de las góndolas? La gente de a pie no recorre toda la cadena de precios; simplemente se escandaliza frente al costo final de las cosas. De nada le vale a Coto pronunciar preparados discursos convocantes ni llamar a la conciliación de los distintos sectores nacionales, como había hecho 24 horas antes en el Coloquio Anual de IDEA, que el empresario preside este año. “Extorsionador”, fue el calificativo con que le contestó el Presidente. Kirchner pronunció un discurso que no fue ni preparado ni reflexionado; sólo habían pasado pocos segundos entre la lectura de dos noticias y el atril de sus diatribas. La primera conclusión es prácticamente una obviedad: ha muerto la esperanza de que hay un Kirchner electoral y otro Kirchner gobernando. El Presidente de la palabra fácil y de los denuestos frecuentes es el Presidente irreversible. Es, también, su estrategia para disciplinar las voces de los sectores sociales o, al menos, de algunos de ellos. Debe reconocérsele que, hasta ahora, esa estrategia no le ha dado malos resultados. A todo esto, ¿qué decían aquellas dos noticias? Una de ellas daba cuenta de una versión surgida entre empresarios que habitualmente asisten a los encuentros de IDEA y que indicaba que buena parte de los hombres de negocios prevé un piso inflacionario del 12 por ciento para el año próximo. ¿Acaso había salido a luz así una extraña y sórdida conspiración, como supuso Kirchner? Si existió realmente una conspiración, ésta se asienta entonces sobre otra conjura: la de los economistas privados. Los empresarios no hicieron más que repetir los pronósticos comunes de casi todos los técnicos y estudiosos de la economía argentina. Más aún: un habitual sondeo del Banco Central sobre los pronósticos de los economistas fijó esos prenuncios inflacionarios para 2006 en un piso del 12 por ciento y en un techo del 15 por ciento. Tales cálculos, de fácil acceso para cualquier colaborador presidencial, distan mucho de aquella oscura conspiración de los supermercados para “vaciar el bolsillo de los argentinos”. Esa distancia es la que separa un eventual y legítimo disenso técnico, sobre la solvencia de tales pronósticos, de una simple arenga, muy cercana al populismo.


La otra noticia informó de una supuesta celebración del supermercado Jumbo por una también eventual autorización judicial para su fusión con Disco. Se trata de una noticia de origen tribunalicio (por una causa iniciada por otros interesados en la compra de Disco) que comprende a dos o tres empresas privadas. Por lo que se ve, nada compromete al Gobierno ni hubo ninguna referencia a la administración nacional. El Gobierno sólo ha comenzado los estudios de esa fusión de supermercados a través de la Secretaría de Defensa de la Competencia. ¿Qué sentido tenía, entonces, que el Presidente prejuzgara sobre una operación comercial entre privados, cuando nada lo incluía y cuando el Gobierno tiene aún herramientas legales que podrá usar oportunamente? Vale subrayar una contradicción. A los empresarios nunca les dio tiempo siquiera de respirar antes de que recibieran una nueva andanada presidencial. Nada dice Kirchner, sin embargo, de los embates inflacionarios que se esconden detrás de los planteos y de los métodos del secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT), Hugo Moyano. El sindicato camionero ha llegado a reclamar aumentos salariales de hasta un 30 por ciento, contando la inflación de este año y la del próximo, y sumando algún imprevisible error de cálculo de los economistas. Ya no se trata sólo del sindicato de camioneros: su líder es también el jefe de la CGT y el nivel del reclamo y los métodos, muchas veces violentos, están haciendo escuela. Su primer alumno en estos días es -cómo no- el gastronómico Luis Barrionuevo. Pero hay algo que frena los ímpetus presidenciales cuando se trata de los sindicalistas. Quizá la explicación más simple consista, simplemente, en que les teme. Los empresarios han sido demasiado condescendientes con él, mediante el silencio. Como los boxeadores viejos, prefieren sólo esquivar los golpes y no intentar devolverlos. Los sindicalistas son otra cosa: un rumor dice que Moyano está dispuesto a poner y sacar presidentes desde que se aupó en el liderazgo de los trabajadores. Se ufanaría de ello. Tal vez la única buena noticia de ayer es que el Presidente parece haber tomado nota de que el problema inflacionario existe. Pero la solución de ese conflicto no radica en gritarles a las indefensas góndolas; un presidente no puede hacer coro junto con las amas de casa. La inflación reconoce muchos condimentos: la cadena de precios -es cierto-, los gastos del Estado y, también, la constante indisciplina de los sindicatos. La mala noticia fue que otra vez se arruinó cualquier esperanza de crear un clima de negocios propicio en la Argentina, como el propio Kirchner venía promoviendo, siempre en privado. Hay en él una enorme fidelidad a sí mismo: nunca fue al coloquio anual de IDEA, que congrega a los principales y potenciales inversores de la Argentina. Encima, ahora les envió, otra vez, un mensaje de reyerta y trifulca. ¿Quién pondrá el dinero entonces de las inversiones proclamadas como indispensables por el Presidente? El mensaje es especialmente inoportuno porque la Argentina necesita inversiones, según estimaciones de los propios economistas oficiales y del sentido común. Es verdad que existen las inversiones, aunque no en la medida necesaria. Puede ser que las invectivas presidenciales las terminen por espantar definitivamente. O puede ser, también, que los empresarios tomen las palabras del Presidente como las cosas del clima, inevitables pero fugaces. Ninguna de esas conclusiones ayudaría al país ni a su presidente.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, 26 de noviembre de 2005.

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