Daniel Larriqueta: “Sin partidos sólidos, la democracia muere”

Por Carmen María Ramos

Compartir:

Hombre de pensamiento y de acción, intelectual con fuerte vocación por la cosa pública, Daniel Larriqueta no dudó en arremangarse cuando fue convocado, en 1983, para participar en el gobierno de Raúl Alfonsín. Su perfil multifacético le permitió abordar distintas funciones, tanto durante la gestión alfonsinista como, más tarde, con Fernando de la Rúa en el gobierno porteño y en el de la Nación. “La democracia muere sin partidos políticos sólidos”, dice Larriqueta, preocupado por el monocolor que, según él, está tomando la Argentina con el actual gobierno y por la falta de diálogo con las fuerzas opositoras. La economía, la historia, el periodismo, la narrativa, el ensayo, la poesía: ninguna de estas disciplinas es ajena a Larriqueta. Hoy trata de concentrarse en la escritura. Es autor, entre otros libros, de “Manual para gobernantes”, donde refleja la experiencia recogida en la gestión pública; “La Argentina renegada”; “La Argentina imperial”, y el más reciente “La furia de Buenos Aires”. Dice que está muy cerca de Elisa Carrió y que también mantiene buen diálogo con los radicales, pero que trata de hacerlo desde el papel del intelectual que da opiniones independientes, que no está esperando un cargo, sino que expresa lo que le parece que es mejor para la sociedad. “Eso es lo que creo que nos está faltando, y ahora voy a tratar de hacer mi contribución desde ese lugar”, afirma. –¿Por qué se cayó un partido centenario, como lo es el radicalismo? –Porque cumplió su misión histórica, que era restablecer las libertades públicas, los derechos, y darle a la sociedad la posibilidad de vivir en paz. Este fue el gran proyecto del radicalismo, pero, una vez cumplido, no fue capaz de pasar a un nuevo sistema de propuestas. Yo creo que cumplió una etapa: siempre que a la Argentina le faltaron la libertad, la Constitución, las instituciones, estuvo el radicalismo levantando esas banderas. Ahora ya las tenemos? lo que no quiere decir que si el Presidente pierde mucho el rumbo el radicalismo no reaparezca como alternativa, porque se cayó, pero no está dicho que no podrá levantarse. De todos modos, yo creo que hay otras formas más modernas. Puede ser que el radicalismo forme parte, en el futuro, de una falange de posibilidades alternativas, pero hay que trabajar mucho para lograrlo. -La crisis de dirigentes ¿no es, casi, un problema endémico, a esta altura, en la Argentina? -Yo diría que el sistema de representación propio de la democracia está corrompido por la crisis de la clase dirigente. La explicación histórica es sencilla, pero se suele obviar. En la Generación del 80, el grupo dirigente estaba formado por trescientas personas. Era una república aristocrática, apenas un poco más abierta que la chilena de Portales, por ejemplo, aunque con mucha mayor vocación por incluir a los otros. En ese pequeño universo, la vigilancia sobre la conducta de los dirigentes era endógena y sencilla. La gran apertura que resultó de la ley Sáenz Peña fue exitosa y hoy procuramos hacer funcionar una democracia con una clase dirigente mil veces más grande. Pero no hemos creado los mecanismos de control nuevos, que garanticen lo único funcionalmente apto para prosperar: que lleguen al poder personas moralmente idóneas. Hoy necesitamos construir un tejido dirigencial de trescientos mil ciudadanos en la cima de la conducción de una sociedad grande, compleja y confiada. -Ese parece ser el gran déficit de nuestra democracia ¿Cómo se logra? -En las grandes democracias, ese mecanismo son los partidos políticos, cuya primera virtud es ser controladores éticos. Entre nosotros lo fueron los partidos anteriores al peronismo, pero Perón introdujo una contraética del poder por el poder mismo, que han heredado sus seguidores. -¿Cuál era la ética de los partidos antes del peronismo? -Los partidos que existían antes del 45 -el radical, el socialista, el demócrata progresista- tenían vida interna. Se sabía quién era bueno y quién era malo, quién era honesto y trabajador y quién no, en quién se podía confiar y en quién no. Esta selección, que es el mecanismo que utilizan los partidos políticos en las democracias modernas, hoy no la tenemos. El partido político más grande entre nosotros es el Justicialista, que fue creado por Perón, un hombre que no creía en lo que hacía. Perón solamente creía en el poder y le dejó al justicialismo la herencia del poder por el poder mismo, que es lo que seguimos viendo hasta hoy cuando llega un justicialista al gobierno, llámese Menem o Kirchner. -Perón no hablaba de “partido”, sino de “movimiento”. -El peronismo llama “movimiento” a un amontonamiento de personas, sin hacer selección entre buenos y malos. Lo que importa es quién tiene más poder, quién puede ganar una interna o imponer un candidato. El peronismo nunca fue un partido político, en el sentido moderno del término; nunca cumplió las normas republicanas, nunca hubo una selección interna basada en las calificaciones, la idoneidad, la rectitud moral. Lo que importa es la voluntad del César, como ocurrió en vida de Perón, que era quien decidía todo. -Cualquier parecido con la realidad actual ¿es o no es pura coincidencia? -Parece que Kirchner tiene esa propensión, una propensión nefasta. Uno ve que el Presidente toma decisiones absolutamente individuales, como si no tuviera partido, con un pequeño grupo de gente que lo rodea, sin disensos internos. Esto es fatal para la democracia. -¿Cuáles son los principales riesgos? -Son dos. Hay un riesgo cotidiano, que es no poder luchar contra la corrupción, porque cuando se privilegia el poder por el poder mismo los objetivos y los grandes proyectos no tienen valor y lo importante es llegar al poder para enriquecerse o para obtener beneficios personales. Esto es lo que estamos viendo cotidianamente, y es algo que no se resuelve por vía legislativa o judicial. La única manera es reconstruir los partidos políticos, con reglas muy estrictas. El segundo riesgo es el desvío hacia formas mesiánicas de poder, porque cuando no hay partido, no hay control interno. Entonces, un presidente o un grupo de gente puede manipular los medios de comunicación o imponerse a las estructuras y comunicarse con la gente de modo directo. Así fue la llegada de Hitler al poder. No de una manera tumultuosa, sino por un camino sinuoso que aprovechó los defectos del sistema político alemán. Del mismo modo en que no hay democracia sin república, no hay república sin partidos fuertes, muy regulados, que sean mediadores entre la voluntad popular y el ejercicio del poder. -Hoy resulta difícil pensar en la efectividad de un partido político para prevenir los desvíos personales y para poner en marcha un proyecto que supere los meros objetivos individuales… -Entiendo que es así. Los partidos políticos están desvalorizados. Hay que ver lo que le cuesta al ingeniero Mauricio Macri evitar que le pasen cosas como lo de Borocotó, o lo que le cuesta a la doctora Elisa Carrió evitar que se le vayan figuras importantes, cooptadas desde el Gobierno, sin la autorización del partido. No tenemos conciencia de hasta qué punto este tema debe volver al centro del debate de la sociedad. Casi nos parece bien que no haya partidos políticos, y esto es suicida, porque si no construimos partidos políticos que funcionen de filtro previo para los que llegan a la función pública, no tendremos solución para la crisis republicana: nos comerá la corrupción cotidiana o habrá nuevas aventuras mesiánicas. Necesitamos desarrollar el sentido de pertenencia a los partidos y que la gente sienta que se puede hacer una carrera política noble y bien pagada. No podemos seguir con la hipocresía de que los ministros cobren seis mil pesos, porque eso es creer que solamente los oligarcas pueden llegar a la función pública. Además, me consta que ministros como Roberto Lavagna, y ahora Felisa Miceli, pierden funcionarios porque les dicen que con ese sueldo no pueden vivir, y no es gente dispuesta a robar, porque también aclaremos que no toda la gente con vocación política o de servicio público es corrupta. -En su justificado escepticismo, la ciudadanía también sospecha que muchos usan el cargo no para robar directamente, pero sí para medrar con él. -Es una buena expresión, y de hecho uno ve funcionarios que al poco tiempo pasan a un organismo internacional o a una empresa, donde le pagan 30.000 pesos por mes, que es lo que debería ganar un ministro en la Argentina. Si no, aparece el tráfico de influencias, o se derivan los clientes hacia un estudio particular. Se ha visto mucho últimamente el caso de consultoras en manos de las mujeres de los diputados, senadores, ministros, adjudicándose contratos millonarios en dólares. -¿Coincide con que va a ser difícil recuperar la fe en la política y en los partidos? -Supongo que vamos a pasar por una crisis política todavía muy marcada. El país tiene una gran oportunidad, porque las condiciones internacionales son favorables. La economía se ha recuperado gracias a la gestión del ex ministro Lavagna. La gente tiene voluntad de trabajar, pero si el Presidente comete gruesos errores políticos y si no hay freno, entonces vamos a ir hacia una nueva crisis política, y ahí será inexorable la necesidad de acordar un pacto republicano que incluya medidas legislativas que establezcan, por ejemplo, cómo se hace el contrato electoral para que un diputado electo no pueda cambiar de partido, o decidir que va ser embajador en la Cochinchina en lugar de cumplir el compromiso que tomó con el electorado. También para que haya escuelas de gobierno, escuelas de funcionarios, no sólo para formar gente, sino porque esos institutos permiten ir haciendo la calificación previa de las capacidades y calidades morales de cada uno. No hay democracia sin dirigentes, sin recambio generacional, y eso es lo que uno ve muy comprometido ahora. -De hecho, dirigentes hay, y algunos con carreras fulgurantes? Parecería que lo que desapareció en la Argentina es el llamado cursus honorum . -Bueno, el señor De Vido está haciendo una carrera fulgurante, como este chico Eric Calcagno, a quien acaban de nombrar embajador en París, pero este no es el mecanismo de una sociedad asentada que sigue a un dirigente muchos años hasta que decide que puede ser ministro, gobernador o presidente de la República. El mismo doctor Kirchner hizo una carrera fulgurante hacia la presidencia? Esto demuestra que el mecanismo de los partidos políticos con sus distintas etapas de formación antes de llegar al cargo no está funcionando, y ésta es la debilidad central de la democracia. Porque la clase dirigente de un país se forma en un proceso complejo. Sociedades con bastante experiencia, como la francesa o la inglesa, empiezan por la estructura de sus grandes colegios o escuelas de administración. Pero después de esta estructura está el partido, y allí uno entra y tiene que hacer carrera. Tiene que ganarse su circunscripción y demostrar que es eficaz, tiene que demostrar un patrimonio personal que evoluciona de manera normal, que no se infla súbitamente. Es una construcción delicada, importante, que tuvo la Argentina hasta 1945 aproximadamente, y que tenemos que volver a construir como la construyeron los de entonces: con controles, con calificaciones, con sanciones morales. -¿Por qué hay tanta resistencia a concretarlo? -Porque los que están aprovechando esta situación tienen la sartén por el mango. El justicialismo no ayudó; los gobiernos militares, tampoco. Cerraban los partidos, vendían los bienes, perseguían a los dirigentes. Llegamos a la democracia del 83 por una profunda voluntad histórica de los argentinos, pero en una situación de emergencia, y de allí para acá venimos tratando de construir un sistema democrático que funcione de manera moderna. Todavía no lo hemos logrado. -Es más: parecería que no hay sanción moral, ni siquiera para cuestiones escandalosas. -Pero, ¿quién va a juzgar a Kirchner o a sus ministros, quién les va a cancelar una afiliación o los va a someter a un tribunal de ética partidaria, si el partido está desarmado y cuando se juntan es nada más que en función de un proyecto de poder? No tenemos partidos políticos y el ciudadano argentino no se da cuenta de hasta qué punto esto nos convierte en una democracia atípica. Si no tenemos partidos, la democracia morirá, no sobrevivirá. Por eso, hay que ser categórico e imponerse la tarea, una tarea larga, en la que hay que aplaudir al ingeniero Macri si persiste en el esfuerzo, lo mismo que a la doctora Carrió o al ingeniero Iglesias, si logra reconstruir el radicalismo. Necesitamos partidos políticos urgentemente: ésta es la enfermedad de la Nación. -¿A qué atribuye el papel confrontativo que asume Kirchner? -Uno tiene la sensación de que hay una suerte de muchachismo en el Gobierno. Yo creo que la Argentina, por ejemplo, tiene que redefinir su política internacional. Si creemos que el señor Calcagno puede ser un buen embajador izquierdista en Francia es que no sabemos ni siquiera cuál es el color del gobierno francés, que no es justamente un color izquierdista. Oscilamos entre entendernos con unos y pelearnos con otros, pero no tenemos un proyecto de política exterior, lo que no es extraño, porque sólo cuando un país tiene un proyecto de política interior claro puede formular un proyecto de política exterior coherente. En cambio, lo que tenemos más bien es una especie de patota resentida que va haciendo las cosas a los golpes.

Carmen María Ramos

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 14 de enero de 2005.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *