Cuestión seria es la filosofía

Por Jorge S. Muraro (Santa Fe)

Nota IV y última

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El irracionalismo vitalista, si bien se pronuncia contra la razón auto-suficiente como “informadora” del ser, sin embargo hace que prevalezcan los instintos primarios (la vida sensitiva en su estado biológico, casi animal) por encima de un estado de existencia racional, suprimiendo la radicación de los valores del espíritu, la dignidad esencial de la persona y su trascendencia. Por ende, arroja la vida del hombre al azar de una espontaneidad irracional que reduce su individualidad a las formas de un instinto común, impersonal y carente de auto-determinación. (El impulso o fuerza vital nunca podría “personificar” el existente humano en un “yo” absolutamente irreducible, supra-autónomo y soberano). De ahí que el individuo en su vivir consciente quedaría anulado y absorbido, neutralizado y sin acción ética ni libertad moral, en cuanto aparece sometido al determinismo de la idea, de la historia o del instinto: (Idealismo-Historicismo-Vitalismo). En resumen: Más que racionalizar la vida, habría que vitalizar la razón. Pero aún más que esencializar la “razón vital”, mejor sería existencializar la vida racional. Esquemáticamente 1) Idealización sobre concreteza (pensar como causa del éxito) a) Supra-racionalismo ideativo: Idealismo b) Reacionalismo histórico: Historicismo II) Concreteza sobre idealización (existir como causa del ser) a) Infra-racionalismo vital: Vitalismo b) Infra-racionalismo existencial: Existencialismo. Pero entonces, frente al fenómeno real y concreto de la existencia del hombre, ¿qué respuesta dará la filosofía a su problemática existencial, a sus ansias y esperanzas, al sentido de su vida y de su muerte, a su exigencia profunda de salvación? El “sentido-hacia-el ser” (der Simm nach Sein) se impone con fuerza irresistible e inevitable, y no quedaría otra alternativa que resolverlo en la concreteza del “ser-humano”, en su condición de existente “situado” en el mundo, con la angustiosa preocupación de un destino ante la incertidumbre e inseguridad de una opción libre. Con todo, la inquietud iría más lejos todavía en la indagación de un sentido nuevo para una vida nueva. La situación condicionante de la vida, la angustia por una superación hacia lo infinito, las amenazas de una muerte inexorable, la incógnita desesperante de una más allá extratemporal, harían finalmente precipitar la “crisis de conciencia” de posguerra. Paradoja, perplejidad y antinomias de la vida contrastan con una filosofía dialéctica que no podría dar -ni siquiera insinuar- una explicación razonable a la problemática de existir del hombre, ocupada -como estaba- de sus “aporías”, sus “dudas on-tológicas” y sutilezas criticistas. Sucede que el entendimiento frente a los hechos se desconcierta, y la religión delante la razón aparecería como un escándalo. De ahí el gran misterio de la fe que busca a Dios por encima de la inmediatez y ese enigma que el raciocinio no puede des-cubrir: “Dios es incomprensible por la mente humana -se argüiría- porque la misma comprensión de la idea infinita negaría su infinitud” (Qué fácil es “argüir” y qué difícil “argumentar”). Por tanto ni la inteligencia ni la religión -se pensaba- podrían sugerir una respuesta coherente a las exigencias del “hombre existencial”. Empero, si para responder a la ansiedad perenne de la naturaleza humana, la filosofía debe conducir a la meditación del espíritu, su testimonio tendría que darse en el retorno a un nuevo humanismo en su concepción existencialista. Por cierto, el “existencialismo” significaría colocarse de frente a la realidad misma del ser, o con la fe evidencial de una intuición filosófica, o con la evidencia religiosa de una fe teológica. Y es por eso que el solitario pensador danés Soren Kierkegaard puede ser interpretado como el directo inspirador de una filosofía humana en el reencuentro del “ser-humano” por la creencia religiosa, porque “fundar filosóficamente la persona, es invocar la religión”. Su pensamiento tuvo la virtud de acomodarse al común sentir de los hombres de lucha para quienes el cristianismo es liberación y combate. Nada más apropiado para concluir aquí, que repetir aquel dilema sutil de Ortega y Gasset: “El existencialista podría ser hombre, pero no puede ser filósofo. El esencialista podría ser hombre…” y terminar coincidiendo con Plinio: “Arduum est nomina rebus, et res nominibus reddere” ¡Qué arduo es dar nombres a las realidades, y realidad a los nombres!

Jorge S. Muraro

El autor vive en la ciudad de Santa Fe y envió este artículo especialmente a la página www.sabado100.com.ar.

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